
La Unión Europea es un proyecto inconcluso en que los estados europeos sacrificaron parte de su soberanía para formar una unión aún más estrecha basada en valores e ideales compartidos. Esos valores compartidos están siendo criticados desde múltiples frentes. La guerra no declarada de Rusia contra Ucrania es quizás el ejemplo más inmediato, pero de ninguna manera es el único. El renaciente nacionalismo y la democracia intolerante están en pleno crecimiento dentro de Europa y en todo el mundo.
Desde la Segunda Guerra Mundial, las potencias europeas y Estados Unidos, han sido los principales defensores del prevaleciente orden internacional. Sin embargo, en los últimos años, agobiada por la crisis del euro, Europa se volvió más introspectiva, lo que disminuyó su capacidad de cumplir un rol enérgico en los asuntos internacionales.
Y lo que es peor, EE.UU. hizo lo mismo aunque por diferentes razones. Su preocupación con los asuntos internos creó un vacío que las potencias regionales ambiciosas buscan llenar.
El resultante fracaso del gobierno internacional dio origen a una serie de crisis no resueltas en todo el mundo. El fracaso es más agudo en Medio Oriente. El repentino surgimiento de Estado Islámico de Irak y Levante, o EI, ofrece el ejemplo más espantoso de hasta dónde puede llegar y cuánto sufrimiento puede causar.
Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el conflicto militar se extendió a Europa. Dos formas de gobierno radicalmente diferentes están compitiendo por el ascenso. La UE representa los principios de la democracia liberal, gobierno internacional y el estado de derecho. En Rusia, el presidente Vladimir Putin mantiene la apariencia exterior de democracia con un relato de nacionalismo étnico y religioso para retener el apoyo popular a su régimen autoritario.
Como importante potencia y centro financiero global, Gran Bretaña debería participar activamente en el diseño de una respuesta europea a esta amenaza. Pero al igual que Estados Unidos y que la misma UE, Gran Bretaña también se distrae con los asuntos internos. El primer ministro conservador David Cameron se dejó convencer por el fervor antieuropeo (especialmente dentro de su propio partido) y en 2017 se votará sobre la membresía del Reino Unido a la UE. Faltan solo unos días para el referéndum separatista de Escocia. Justo cuando Gran Bretaña debería estar enfrentado las graves amenazas a su forma de vida, está preocupada por el divorcio de uno tipo u otro.
Un divorcio siempre es caótico. Una votación a favor de la independencia debilitaría, en términos políticos y económicos, tanto a un Reino Unido truncado como a Escocia. Una Escocia independiente sería financieramente inestable, en especial si se concretan las amenazas de no cumplir con los pagos de deuda.
Para Escocia y el resto del Reino Unido, entrar en una unión monetaria sin una unión política después de que la crisis del euro demostró todos los obstáculos, sería un paso hacia atrás que nadie debería contemplar. Pero sin ella, una Escocia independiente no podría aprovechar las tasas de interés bajas que brinda la libra sólida. Esas consideraciones deberían pesar más que cualquier posible beneficio que pueda ofrecer la independencia.
Claramente son significativas las diferencias entre Escocia y el resto del Reino Unido. Al norte de la frontera hay un enfoque más de derecha en cuanto a muchos temas, especialmente educación. Pero Escocia estaría mejor posicionada para lograr sus metas políticas siendo parte de una Gran Bretaña unida que integra la UE.
Lo mismo se aplica a la salida de la UE por parte de Gran Bretaña. Las diferencias de política se pueden arbitrar. Un divorcio debilitaría al Reino Unido. Los que piden la separación parecen haber olvidado que actualmente Gran Bretaña está viviendo en el mejor de los mundos posibles. Siendo parte de la UE pero no del euro, el Reino Unido recibe los beneficios del comercio sin las limitaciones de la moneda.
La UE ha demostrado ser el mejor garante de la paz y la seguridad social desde el fin de la segunda guerra mundial. La importancia de conservar los valores compartidos pesa más que cualquier ventaja que pueda brindar la independencia. Los tiempos difíciles que enfrentamos requieren de una mayor unidad, y no un divorcio.











