Es difícil exagerar lo inútil que resulta la guerra actual entre Israel y Hamás en Gaza. Ninguno de las facciones buscó reanudar las hostilidades. Sin embargo, esta espiral de caos y terror manifiesta el movimiento islamista lanza cohetes improvisados en su pequeño territorio e Israel responde con misiles y proyectiles dirigidos tiene su propia lógica infernal.

Ambas facciones precisan salir del derramamiento de sangre con algo que mostrar a su propio pueblo: por el lado de Hamás, el término del asedio de siete años de Gaza; por el lado de Israel, el restablecimiento de la disuasión. Ninguno de los bandos parece vislumbrar nada a largo plazo para los 1,7 millones de habitantes de Gaza, atrapados en la miseria, sin esperanzas de un futuro decente.

Según experiencias pasadas, de las guerras asimétricas de Israel con el Hezbolá en el Líbano e incluso con Hamás en Gaza, poner un freno a la carnicería suele requerir algún incidente atroz que desencadena una protesta en todo el mundo y obliga a actores internacionales a actuar. Pero esta última guerra sugiere que el umbral del derramamiento de sangre aumentó.

Después de que Israel lanzase una ofensiva terrestre a fines de la semana pasada, la cantidad de civiles palestinos fallecidos trepó a más de 600, mientras que Israel hasta ayer a la mañana solo perdió 29 vidas, 27 de ellas soldados. Pero los peores momentos de horror como los cuatros chicos palestinos que murieron por una bomba israelí cuando jugaban al fútbol en una playa de Gaza no lograron silenciar las armas.

Siempre conlleva una carga política intentar encontrar el disparador de estos episodios sangrientos. Este sigue el secuestro y asesinato el mes pasado de tres estudiantes judíos de un asentamiento de Cisjordania, que está ocupada por Israel, y el subsiguiente asesinato por venganza de un joven palestino.

Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, culpó a Hamás, a pesar de que se cree ampliamente que los secuestradores fueron el clan Qawasmeh de Hebrón, aguafiestas seriales de treguas israelíes anteriores.

Esta vez se echó a perder el acuerdo de unidad entre Hamás y Al Fatah, sus rivales nacionalistas de la Autoridad Palestina, que controla parte de Cisjordania. Por su aislamiento casi completo, Hamás intentó reconciliarse con Al Fatah, al que expulsó sangrientamente de Gaza en la guerra de destrucción recíproca que siguió a la victoria islamista de en las elecciones de 2006.

Hamás entró en conflicto con Irán en 2011, cuando se rehusó a ponerse del lado de Bashar al-Assad en la guerra civil siria, y perdió sus aliados de los Hermanos Musulmanes de Egipto luego del golpe militar de Abdel Fattah al-Sisi del último verano. Sisi, actual presidente de Egipto, selló la frontera del sur de Gaza, así como Israel bloquea su frontera del norte y puerto desde 2007.

La reacción de Netanyahu al acuerdo de unión Hamás-Al Fatah fue interrumpir las conversaciones intermediadas por Estados Unidos sobre un Estado palestino, que ya habían colapsado porque su coalición de derecha había acelerado la colonización de las tierras ocupadas en que los palestinos esperaban construir dicho Estado. Respondió a los secuestros con un operativo de activistas de Hamás en Cisjordania, con la supuesta complicidad de la Autoridad Palestina. Si Hamás tenía la intención de limar asperezas, ahora veía que Al Fatah sacaba ventaja de su debilidad. La intriga no termina ahí.

Los líderes árabes, que suelen hacer alarde de solidaridad ritual con los palestinos, se han mantenido curiosamente en silencio. En parte, esto es porque Arabia Saudita, Egipto y sus aliados son extremadamente hostiles con los Hermanos Musulmanes, de los cuales Hamás es la rama palestina. También es porque la feroz guerra siria, y la oleada relámpago de yihadistas sunistas de Siria a Iraq, eclipsa lo que para muchos parece un nuevo episodio de una contienda más que familiar. Paradójicamente, Israel quiere debilitar pero no derrocar a Hamás... la cínica expresión militar es cortar el césped. Porque más allá de Hamás aparecen movimientos de salvajismo desenfrenado tales como el Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), que ya tiene seguidores en Gaza y los campos de refugiados palestinos a lo largo del Mediterráneo oriental que funcionan como universidades para la Yihad.

El bloqueo de Gaza por parte de Israel, y ahora por parte de Egipto, se convirtió en una gran prisión al aire libre, en la que Hamás es el guardia cárcel. El asedio aumenta su poder. La red subterránea que usa para armarse y mantener ciertas apariencias de una economía viva es tanto más grande de lo que se pensaba que un vocero del ejército israelí la llamó Baja Gaza. Sería mucho más fácil controlar el tráfico que ingresa en Gaza si las fronteras se reabriesen en la parte superior. Esto significaría aceptar el acuerdo de unidad Al Fatah-Hamás -sujeto a que se ponga fin a la violencia-, y que la Autoridad Palestina patrulle la frontera. Pero esto requeriría negociaciones reales de un estado palestino. Sin esto, el lobo de Isis tarde o temprano aparecerá ante las puertas de Israel y Palestina, transformando estas contiendas inútiles prácticamente en recuerdos nostálgicos.