
A menos de un año desde su ascenso al trono de San Pedro, el Papa Francisco le pegó a la Iglesia de Roma como un torbellino arrollador... y así hizo volver sonreír y dio una nueva primavera a los católicos. Desmoralizados por la cascada de escándalos de curas que abusaron sexualmente de niños, y muchas veces consternados por el dogma defensivo de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI predecesores, los católicos tienen mucho para celebrar. Quejas profanas de que el nuevo Papa, sonriente y de gran corazón, es más fachada que otra cosa es poco probable que los inhiban... ya que, como decía el evangelio, al principio existía la palabra. Y ya se habla de este Papa.
El Papa Francisco fue la persona del año 2013 de la revista Time. También salió en la tapa de la revista New Yorker, retratado como un ángel sonriente, no queda claro si en ascenso o descenso (un líder musulmán suní que lo vio recientemente lo describió como una persona con los pies bien en la tierra). Tiene multitudes de seguidores en los medios, mientras las personas que se aglomeraron para verlo en persona, desde la Plaza de San Pedro hasta la playa de Copacabana, alcanzan los miles de millones. Los bancos de las iglesias católicas de Europa y Estados Unidos se están ocupando nuevamente, en apoyo de un papa que desdeña la pompa de su cargo y maneja un Renault 4 destartalado. A principios de mes, celebró sus 77 años desayunando con cuatro mendigos y un perro.
Una de las características extraordinarias de este papa, Jorge Mario Bergoglio, hasta este año un prelado jesuita argentino no muy conocido con facilidad de palabra, que parece arrojar nueva luz en la ortodoxia de la iglesia sin cambiarla necesariamente. Su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio), hace puro énfasis en la alegría que irradia. Un evangelizador nunca puede parecerse a alguien que acaba de regresar un funeral, afirma.
La forma directa en que habla el Papa Francisco, para quienes están acostumbrados a discursos intimidantes de décadas recientes, recuerda el Concilio Vaticano II convocado por el Para Juan XXIII en 1962 para procurar un alineamiento menos abrasivo de la Iglesia de dos mil años con sus feligreses modernos. Luego de otro medio siglo de intolerancia papal destinada a silenciar el debate, Francisco le dijo a una revista jesuita en septiembre que la Iglesia debía encontrar un nuevo equilibrio o podría caer como un castillo de naipes.
Ha hecho comentarios ostentosamente humildes sobre los gay. (¿Quién soy yo para juzgar?) Ha fastidiado a tradicionalistas dando a entender que los ateos puede ir al cielo. La misericordia de Dios no tiene límites, sostuvo. Francisco recordaba el Concilio Vaticano II, que en 1964 revisó la doctrina de la Iglesia según la cual no había salvación para quienes no formaban parte de su rebaño. Pero esto no fue un simple sentimiento de inclusión, sino un intento calculado de ocupar el vacío que tiene la forma de Dios, según el filósofo cristiano del siglo XVII Blaise Pascal, que muchos creyentes piensan que reemplaza la fe. Tengo una certeza dogmática, dijo luego el Papa Francisco, con un atisbo de ironía, de que Dios está en la vida de toda persona.
No habla tan en broma cuando compara a la Iglesia con un hospital de campo después de una batalla, en el que los médicos se obsesionan con los niveles de colesterol. No podemos insistir solo en las cuestiones relacionadas con el aborto, el matrimonio homosexual y el uso de los métodos anticonceptivos. Instando a una Iglesia misionaria de los pobres, pidió a los sacerdotes que sean pastores que huelan a oveja, comparando su lucha por avanzar en su carrera episcopal con el adulterio espiritual. Prefiere una Iglesia accidentada, herida y sucia por haber salido a los caminos.
La ostensible relajación del Papa de antiguos anatemas probablemente se vea como un reordenamiento de las prioridades de la Iglesia. La doctrina central difícilmente cambie. Pero la teología que interpreta la enseñanza católica podría ser más dinámica, ya que claramente Francisco tiene la intención de cambiar las estructuras destinadas a implementarla. Pietro Parolin, su nuevo secretario de estado, por ejemplo, ha señalado que el celibato obligatorio de los sacerdotes católicos es una tradición no un dogma que ya se extinguió con la aceptación de conversos anglicanos casados y seguidores de ritos occidentales leales a Roma, tales como los maronitas de Levante, y algunos sacerdotes estadounidenses que simplemente deciden pasar dicha tradición por alto.
Hay un duro pragmatismo junto a la piedad de Francisco. Por ejemplo, es difícil pensar como una Iglesia tan devastada por revelaciones de violaciones de niños podría creíblemente tratar la moral sexual y la moralidad personal como una de sus preocupaciones centrales.
Pero mientras el Papa se ha movido rápida y perspicazmente, los jerarcas tradicionales y los elementos más reaccionarios de la Curia del Vaticano seguramente vuelvan a unirse. Su propósito no solo es reformar la burocracia y sus instituciones, tales como un banco del Vaticano sospechado de lavado de dinero, sino implementar una descentralización radical del gobierno de la Iglesia que lo convertiría en el último papa que ejercería el poder eclesiástico absoluto si da resultado.
Aún es muy pronto. Los hechos son pocos. Para citar el ejemplo más obvio, aún debe darse respuesta pública por la insolencia de los clérigos que intentaron hacer pasar el abuso de niños como una conspiración contra la Iglesia. Por el contrario, seguramente no se abrió ni uno de los cuestionarios de asuntos relacionados con el sexo que Francisco distribuyó en todo el mundo y que cuestiona el aborto.
Pero la denuncia del Papa Francisco de la cruda e ingenua confianza en el libre mercado, y las teorías de goteo sin fundamento que roban humanidad a la solidaridad, es el centro de la Evangelii Gaudium y día a día cobra más intensidad. La adoración del antiguo becerro de oro se convirtió en un nuevo y despiadado culto al dinero y la dictadura de una economía sin rostro que carece de un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta las finanzas y la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, su falta de preocupación real por los seres humanos.
Los economistas ortodoxos se están dando cuenta de que esta opinión probablemente resuene con mucha más influencia que, por ejemplo, el movimiento Occupy o los indignados. Un hombre mayor que tiene prisa y que afirma que Dostoyevsky es el mentor de su vida no debe menospreciarse a la ligera.











