
Por primera vez desde las revoluciones árabes, el nuevo paisaje de Medio Oriente choca con viejas realidades.
El conflicto palestino-israelí hace tiempo que provocó en la región otro espasmo de violencia, con la ofensiva israelí en la Franja de Gaza pareciéndose cada vez más a una repetición de viejas campañas.
Pero esta vez, el contexto es diferente. Los actores tradicionales tienen nuevos cálculos, y cada uno está poniendo a prueba los límites del otro tras el cambio revolucionario árabe.
Durante los últimos dos años, Israel se volvió más hostil. Uno de los actores con el que podía contar para contener al grupo islamista Hamas, Hosni Mubarak de Egipto, ya no está; y el otro, el Rey Abdullah de Jordania, recibe cada vez más presiones políticas y económicas. Siria también está sumido en una guerra que destrozó la calma en la frontera con Israel y cuyo resultado será clave para el status quo de la región.
En este contexto, Benjamin Netanyahu, lanzó la operación Gaza en un intento por imponer la autoridad israelí y demostrar a una región (donde el ánimo popular de repente importa más) que no será disuadido.
Aún cuando Israel ha destruido el arsenal de cohetes de Hamás (los militares israelíes sostienen que fueron eliminados al menos 90% de los misiles de largo alcance), aumentó su resistencia disparando cohetes en Tel Aviv. Eso es algo que hasta su amigo anti-israel con mayor capacidad militar, Hizbollah de El Líbano, nunca se atrevió a hacer. Aún mientras esquiva misiles israelíes, Hamas le da la bienvenida a las delegaciones árabes.
Sin embargo, cuando los dos bandos están actuando con un ojo puesto en el entorno regional, no queda claro que la dinámica de cambio en el mundo árabe pueda producir un resutlado diferente.
Tanto Israel como Hamas están poniendo a prueba a Egipto y al presidente de Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Pero ¿qué puede hacer Morsi más allá de ofrece gestos de apoyo? Es cierto que, al despachar a su primer ministro a Gaza, él alentó a otros a demostrar que Hamas no está aislado. Pero el líder egipcio no puede darse el lujo de asumir la responsabildiad de Gaza, algo que le encataría ver a Israel, ni tampoco puede destrozar el tratado de paz de Egipto con Israel sin arriesgarse al aislamiento internacional.
Morsi se debate entre los instintos y los intereses, señaló Jon Alterman del Centro de Estidos Estrategicos e Internacinales de Washington: No creo que el bando egipcio haya comprendido totalmente lo que todo esto significa. Es fácil hacer campaña a favor de una política exterior diferente pero mucho más difícil llevarla adelante si los intereses nacionales no cambiaron en la misma medida.
Por más enojados que estén con Israel, los egipcios no quieren entrar en un conflicto del lado de Hamas. Por lo tanto, es poco probable que haya una guerra más abarcativa que arrastre a otros actores. Las perspectivas de paz palestino-israelí son igualmente remotas, al menos mientras un gobierno derechista conduzca a Israel.
Todos los bandos buscarán una renovación del cese del fuego acordado al finalizar la guerra de Gaza en 2008. Israel afirmará que se recuperó su disuación. Hamas hará alarde de que ha sobrevivido a un ataque israelí y emergió políticamente más fuerte. La solución duradera sigue estando tan lejos como siempre.











