El futuro del campo: cómo las crisis mundiales están cambiando la agricultura
Los crecientes costos de insumos como los fertilizantes y la amenaza del cambio climático están impulsando un regreso a los métodos preindustriales.
Salvo orquídeas silvestres y el canto de los pájaros, Jake Fiennes no se cruza con muchas cosas mientras revisa la franja de flores que bordea un campo de cebada en la finca Holkham de 10.000 hectáreas, en el este de Inglaterra, donde es un gerente a cargo de conservacionismo.
La creación de esas zonas de contención alrededor de un campo, conocidas como "prados de heno", reduce la superficie pero refuerza la biodiversidad y mejora la calidad de suelo. Un campo más pequeño implica una cosecha menor, pero con costos más bajos y un pequeño repunte en los rindes, también suben las ganancias, explica.
El sistema de administración de campos que practican Fiennes y cantidad de agricultores con ideas afines consiste en "acercar la agricultura a la naturaleza". Sus métodos entran dentro del amplio paraguas del movimiento de la agricultura regenerativa, que apunta a reestablecer los ecosistemas naturales que fueron agotados por los métodos tradicionales de cultivo, y en el último caso, a producir alimentos de manera más sustentable. "Alimentos que se produzcan trabajando con la naturaleza y no contra ella", resume Fiennes.
Desde restaurar los humedales a recuperar especies de aves, flores silvestres o poblaciones de insectos en peligro, estas prácticas pretenden hacer de la agricultura una solución para la crisis ambiental, antes que una de sus causantes.
La mayor prioridad de la agricultura regenerativa es proteger el suelo en tanto hábitat de un rico ecosistema de microorganismos y depósito de carbono. Aspira a lograr tierras más productivas pero también más resilientes frente a los golpes del clima, como las altas temperaturas, las sequías e inundaciones, que se están repitiendo cada vez con mayor gravedad y frecuencia. Para conseguirlo el movimiento promueve prácticas como reducir la degradación de la tierra que provoca la labranza, mejorar el ciclo del agua y rotar los cultivos.
Relegados por mucho tiempo a los extremos de las discusiones sobre la agricultura, Fiennes y otros apóstoles encontraron audiencias más importantes en los últimos años. El aumento de insumos como fertilizantes y pesticidas debido a la guerra en Ucrania, junto con la amenaza creciente que plantea el cambio del clima, presiona a los agricultores a buscar alternativas a los métodos convencionales de cultivar.
También hay un renovado interés de parte de los consumidores. La pandemia no solo puso de manifiesto las debilidades de las cadenas mundiales de suministro alimentario sino que también alertó sobre el impacto de la salud y la ecología en la comida. Algunos prominentes inversores y Venture Capitals en agrotecnología ven oportunidades de inversión, mientras que empresas alimentarias como General Mills o Danone abrazaron una agricultura más regenerativa, es cierto que bajo la acusación de que lo hacen para protegerse de las críticas de los verdes.
Pero no es sencillo dejar la agricultura industrializada. A lo largo de las décadas la aceptación mundial de los métodos intensivos de producción, que buscan la eficiencia y los rindes usando máquinas potentes en vastas zonas de tierra con la ayuda de fertilizantes y pesticidas sintéticos, permitió que países como EE.UU., Brasil o Rusia se convirtieran en potencias de la exportación de alimentos. Ese tipo de agricultura por mucho tiempo fue considerada la espina dorsal de las cadenas planetarias de suministro alimentario y se la juzgó necesaria para reducir el hambre mundial y sostener el crecimiento de las poblaciones.
Y a pesar del mayor entusiasmo por enfoques más naturales, el fallido intento de Sri Lanka de convertirse en 2021 en el primer país totalmente "orgánico" del mundo subraya los riesgos de hacer cambios bruscos en las prácticas sin una preparación adecuada, a la vez que destaca la importancia de capacitar y formar a los agricultores.
Fiennes recalca que no se propone reinventar la rueda. Este hombre de 52 años se ocupa en cambio de la tarea de asesorar a gobernantes, líderes agrarios y organizaciones ecologistas. "En los últimos 50 años nos hemos impulsado por la producción y la productividad y las materias primas baratas -opina-. Lo que tenemos y lo que perdimos es el intercambio de conocimientos y de dispositivos en este apuro por ser productivos".
Tazón de polvo
La agricultura que causa la menor perturbación en la tierra existe desde mucho antes de que el advenimiento del arado moderno condujera el aumento de las cosechas que se convirtió en el símbolo de la seguridad alimentaria en el planeta.
La labranza convencional, según la cual los agricultores aran la tierra para arrancar y destruir maleza y liberar sus nutrientes, funciona bien para mejorar los rindes a corto plazo, pero en períodos más largos quiebra la estructura del suelo, y lo vacía de los microorganismos que son esenciales para sostener la vida de las plantas. La labranza también disminuye la capacidad de la tierra de albergar nutrientes y agua, lo que lleva a una mayor utilización de químicos, a la erosión y a la suelta de anhídrido carbónico a la atmósfera.
"Arar es a la agricultura lo que el fracking al petróleo", compara Dwayne Beck, un pionero en el descarte del arado que, como director recientemente retirado de la Dakota Lakes Research Farm, en Dakota del Sur, pasó 30 años estudiando los efectos del laboreo y los beneficios potenciales de la rotación de cultivos. "Lo que hacemos al arar es romper el suelo para sacar algo".
La época del llamado "cuenco de polvo" en los años ‘30, cuando el cultivo excesivo de tierras en Estados Unidos, junto con varias sequías intensas, hicieron que los suelos degradados se levantaran en forma de tormentas que llegaban a bloquear la luz solar, llevó a cuestionar el sentido común de que la labranza es la mejor manera de cultivar. Pero la idea de descartarla solo empezó a ganar tracción entre los agricultores estadounidenses a partir de la década de 1970. El interés se incrementó en años recientes en tanto se hizo más clara la relación entre la tierra y el carbono que alberga.
Los argumentos en favor de actuar cada vez son más difíciles de ignorar. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO), un tercio de las tierras del mundo ya se ha degradado.
Beck señala que en el centro de Dakota del Sur, los métodos que descartan la labranza muestran un salto pronunciado en la producción de algunos cultivos en suelos que antes estaban agotados: la producción de maíz se quintuplicó y la de porotos de soja subió 13 veces entre 1990 y 2017.
Asociando el impulso de cambio a un buque de carga que avanza lentamente, Beck considera que la transición no está ocurriendo con la velocidad necesaria. "¿Podremos girar a tiempo?", pregunta, antes de señalar que cuando comenzó con las nuevas prácticas pensó que el cambio iba a ser más rápido. "Se precisaron 30 años para que cambiara una comunidad entera", indica en referencia a las regiones agrícolas de la parte central del estado norteamericano de Dakota del Sur. "Si todo va a ser así, entonces habrá que esperar mucho en Europa y en lugares como Francia o Alemania, donde siguen usando una cantidad enorme de labranza", acota.
Y aunque el crecimiento en la adopción mundial de métodos regenerativos fue rápido, menos del 15 por ciento de las tierras de cultivos se trabajan usando esos principios, indican estudios de Amir Kassam, profesor visitante en la británica Universidad de Reading, y colegas. En la década anterior a 2009, esa superficie se duplicó hasta llegar a los 205 millones de hectáreas. Pero el avance resulta lento en Europa, Rusia, Asia y Africa.
El debate se complica por diferencias sutiles pero importantes entre los partidarios de la agricultura regenerativa. Muchos atribuyen la creencia de que la tierra necesita nutrientes químicos a incentivos equivocados de gobiernos y empresas agrícolas. Pero los críticos del movimiento (en particular los impulsores de la agricultura orgánica, que prohíbe la utilización de fertilizantes, herbicidas y pesticidas químicos) replican que la agricultura regenerativa sigue empleando herbicidas para matar la maleza.
Los agricultores que dependen de rindes fijos también recelan del gusto de la agricultura regenerativa por la experimentación y su capacidad a mediano o largo plazo de soportar el riesgo de malas cosechas.
Experimentación radical
En 2021 un experimento a escala nacional en Sri Lanka no solo demostró la velocidad con la que se podía conseguir una transformación radical de los métodos agrícolas de un país, sino también el peligro de embarcarse en semejante proyecto sin la preparación adecuada. La brusca decisión gubernamental de prohibir las importaciones de todos los fertilizantes y pesticidas químicos hizo que los rindes de los arrozales cayera entre 40 por ciento y 50 por ciento en todo el país, recuerda Mafaz Ishaq, dueño de tierras donde cultiva arroz en el este de la isla.
Aunque durante la campaña presidencial de 2019 Gotabaya Rajapaksa había prometido una "revolución" en el uso de fertilizantes debido a su impacto negativo sobre la salud y el medio ambiente, su anuncio una vez en el cargo de que prohibía las importaciones de insumos agrícolas tomó por sorpresa incluso a sus partidarios.
La medida, que solo duró seis meses antes de que fuera revertida por el expresidente, desató una avalancha de problemas económicos y agrícolas que según los críticos llevó a Sri Lanka a una de las peores crisis en su historia. Al final, el giro oficial llegó demasiado tarde, ya que había disminuido la oferta de fertilizantes por la falta de dólares para importarlos. Mientras que en el pasado el país era autosuficiente en productos como arroz, ahora debía incrementar las importaciones. Entidades humanitarias alertan que se ha disparado el hambre en la isla, en tanto el país debió acudir a un banco alimentario regional para conseguir provisiones de arroz.
"Es uno de los clavos en el ataúd" de la economía de Sri Lanka, dice Ishaq. "Un gran porcentaje de la población participaba de la agricultura...y parte de la reacción contra el gobierno se debió a ello".
En vez de impulsar la adopción de cambios de política tan drásticos, muchos en el movimiento regenerativo proponen iniciativas para modificar desde abajo los incentivos y el trabajo de los agricultores.
La agricultura regenerativa atrajo al administrador de fondos holandés Van Laschot Kempen, que maneja unos 100.000 millones de libras, cuando decidió invertir en las Llanuras de Liverpool, una zona agrícola al norte de Sydney, Australia. Unas 16.000 hectáreas que previamente pertenecían a una empresa minera china fueron subastadas por 120 millones de dólares australianos a un emprendimiento conjunto entre Kempen y la Clean Energy Finance Corporation, además de otras 12 familias de agricultores locales.
El objetivo es "comprar tierras degradadas y devolverles la vida", señala Richard Jacobs, coadministrador del fondo de tierras sustentables de Kempen. El interés del fondo por la regeneración indica que se enfoca en las "tierras rojas" menos fértiles, a las que quiere restaurar a partir de la biodiversidad y el aumento en el valor.
Los inversores en agrotecnología también ven la oportunidad de volcar nuevas técnicas en las prácticas regenerativas. Sanjeev Krishnan, director de inversiones en la firma de Venture Capital S2G, dice que la compañía tiene unos US$ 200 millones invertidos en startups vinculadas a la agricultura regenerativa, una suma que ha crecido de manera constante en los últimos años. "Para mí se trata de tomar un proceso de extracción y convertirlo en un proceso renovable", afirma, antes de agregar que en lo que se refiere a la agrotecnología, "todavía está en sus primeros días".
Según Justin Bruch, quinta generación de agricultores y fundador de Clear Frontier, una compañía de administración agrícola que se concentra en la compra de tierras y en la producción de cultivos orgánicos en el cinturón agrícola de Estados Unidos, los productos biológicos, los equipos y el software para manejar la maleza y la fertilidad del suelo serán esenciales cuando los agricultores regenerativos quieran mantener la producción al mismo nivel que la agricultura convencional.
Bruch, uno de los fundadores de AgFunder, empresa de financiamiento colectivo del sector agrotecnológico, es consciente de los límites intrínsecos de la agricultura regenerativa. "No conozco a nadie que piense que se pueda alimentar al mundo produciendo como se producía hace 40 o 50 años. Pero sí creo que es un primer paso o una pieza importante del proceso", señala.
Ganarse la confianza
Ronald Vargas, secretario de la asociación mundial por el suelo en la FAO, admite que es sumamente difícil reconciliar los deseos enfrentados de las diferentes partes que reclaman su porción en el futuro de la agricultura y la producción de alimentos.
"Hay muchos intereses -reconoce-. Los agricultores quieren incrementar los rindes y el sector privado tiene sus propios objetivos".
Para contrarrestar eso, la FAO promueve prácticas que devuelven la salud del suelo en países en desarrollo mediante "doctores de la tierra", es decir, un agricultor que fomenta el cuidado del suelo, difunde conocimiento y capacita a otros cultivadores de la comunidad.
"Lo que tenemos y lo que perdimos es el intercambio de conocimientos y de dispositivos en este apuro por ser productivos".
Demostrar que esas prácticas funcionan es exactamente lo que Fiennes y otros entusiastas están haciendo en el Reino Unido, donde los agricultores siguen esperando detalles de la nueva estrategia oficial posterior al Brexit que reemplazará los pagos de la UE según la Política Agrícola Común. El gobierno anunció que revisaría los planes, uno de los cuales consiste en pagos a agricultores y dueños de tierras para que realcen la naturaleza.
Una dificultad para Fiennes es que no existe la solución única en esa dirección. Cada terreno es diferente, con sus propios factores ambientales. "Por eso no tenemos recetas genéricas para todo el país. No funcionan".
Al igual que tantos que experimentan con los métodos regenerativos, Fiennes a veces se encontró con resultados negativos debido a los cambios. "Es un proceso de aprendizaje", acepta. Resultan cruciales el momento de plantar y la aplicación de insumos, además de los caprichos del clima.
De todos modos, una mayor cantidad de agricultores son receptivos a su mensaje, especialmente cuando ven que sus tierras dejan ganancias. En su segundo año de producción en Holkham tuvo menos costos por insumos ya que permitió que las partes ineficientes del campo volvieran a su estado natural con mayor biodiversidad, a la vez que subió la productividad. "Estamos en el tercer año, así que habrá más información", avisa.
Algunos de sus encuentros con agricultores en los viajes que hace para dar conferencias por el país, o en las visitas a Holkham, han sido difíciles. Pero muchos se convencen cuando les muestra lo que pueden conseguir cambiando los métodos de cultivo.
"Es asombroso cómo se entusiasman -asegura-. En la próxima crisis alimentaria estaremos protegidos gracias a la resiliencia obtenida a partir de la biodiversidad y las tierras más sanas".
Esta nota se publicó en el número 348 de revista Apertura.
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