

Como signo del fin de ciclo, la Argentina se encuentra sumergida en un profundo proceso de recambio dirigencial que abarca desde la Unión Industrial hasta las centrales sindicales pero, fundamentalmente, se centra en los tres poderes del Estado.
Con el proceso electoral en marcha, la decisión de dimitir al cargo de ministro de la Corte Suprema a partir del 11 de diciembre próximo, anunciada ayer por Carlos Fayt, no solo reactiva el proceso de renovación en el Máximo Tribunal, sino que abre una nueva oportunidad para reforzar la democracia con el respeto a la división de los poderes.
Hoy, la relación se encuentra marcada por la imposición del Ejecutivo en el Congreso, donde prácticamente no se aprueba ninguna iniciativa que carezca de la venia de la Casa Rosada; y la pelea del oficialismo con la Justicia, en un juego de presiones que hasta incluyeron la ofensiva del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, para remover a Fayt de su puesto antes de que Cristina Kirchner tuviera que dejar el suyo.
Pero el veterano juez decidió resistir hasta el primer día de la era post-Cristina para que sea el próximo Presidente quien proponga a su reemplazante. Su sustituto, así como el de Eugenio Zaffaroni, comenzarán a definirse apenas las urnas hayan dirimido quien se sentará en el sillón de Rivadavia. Será el momento de pensar en los antecedentes técnicos y profesionales antes que en intereses sectoriales. Priorizar el conocimiento por sobre la obediencia política, para fortalecer la República en el inicio de un nuevo gobierno y dar un paso adelante en busca de la deseada independencia del Poder Judicial.














