

Janet Brown es directora ejecutiva de la Comisión de Debates Presidenciales de Estados Unidos desde 1987 y desde allí organizó en las últimas décadas 26 debates de candidatos a la presidencia o a la vicepresidencia. De paso por Buenos Aires para alentar la iniciativa Argentina Debate, consideró que si bien los oficialismos se llevan la parte más difícil en las discusiones entre candidatos, tienen incentivos para debatir porque "ganan algo intangible" que influye de manera decisiva sobre los votantes en el cuarto oscuro.
¿Qué ganan los candidatos por participar de los debates?
Tienen una oportunidad excepcional de mostrarse junto a sus competidores y hablarle a los ciudadanos. En mi opinión, ganan la oportunidad de probarle al público que pueden explicar sus proyectos en el mismo escenario, respondiendo a las mismas preguntas que sus competidores. Y demostrar que ellos saben que estos eventos son beneficiosos para los votantes y por lo tanto para el país.
¿Cuánto puede influir un debate en una elección?
Hay estudios en los Estados Unidos que muestran que los votantes consideran a los debates el factor más influyente en cómo deciden su voto. Los debates son más importantes que las posiciones de los candidatos sobre control de armas o educación. No necesariamente hacen cambiar a uno de opinión, pero dan información que es extremadamente valiosa que los ciudadanos usan cuando entran al cuarto oscuro. Los raitings muestran que las audiencias de los debates son muchísimo más grandes que las de cualquier otro tipo de programa político.
¿Cuántas personas miran los debates en Estados Unidos?
Un debate con bajo nivel de audiencia es mirado por 36 millones de personas. Uno con buen nivel de audiencia supera los 70 millones. Para comparar, nosotros tenemos programas políticos que son altamente promocionados y son conducidos por figuras renombradas, que tienen una audiencia de siete millones de personas. Las convenciones partidarias las miran 20 millones. Y los debates tienen números que sólo son superados por cosas como el Super Bowl, sin contar los espectadores por internet o en el extranjero.
¿Recuerda algún debate que haya cambiado el curso de la elección?
Sí. En 1976, cuando el presidente Ford decidió competir tenía enfrente al entonces gobernador Jimmy Carter, que no era muy conocido. A Ford le preguntaron por la influencia de la Unión Soviética en Europa del Este y él básicamente respondió que no había dominación. Esto fue en un momento en que los soviéticos estaban moviendo tanques hacia Europa del Este y el periodista del New York Times que hizo la pregunta lo miró como diciendo: "¿No estás al tanto de las noticias?" y le volvió a preguntar. Y Ford dijo lo mismo. Con esto se hizo una bola de nieve y Ford quedó como alguien que no entendía lo que estaba pasando. Eso realmente afectó a las encuestas. Había sido una carrera muy pareja hasta allí y la mayoría de los ciudadanos no estaba familiarizada con Carter. Y aunque en los últimos cuatro días antes de la elección, volvió a emparejarse, Ford nunca volvió a pasar a Carter. (El resultado de la elección fue 50 a 48 en favor de Carter). No se puede decir que esa sola cuestión lo afectó, pero creó un cierto sentido común de que él no estaba capacitado.
¿Es más difícil debatir para el que está en el gobierno?
Sí, absolutamente. Siempre es muy diferente debatir para el que está en el cargo o liderando las encuestas que para quien lo desafía. Es muy fácil criticar. Y cuando tratás de hacer un buen trabajo y debés defenderlo y hubo cosas que no salieron como esperabas o sobre las que no tuviste control, es muy fácil para el otro decir: "Yo lo hubiera hecho diferente".
¿Qué incentivos tienen para debatir quienes gobiernan?
Cuando uno participa de un debate, está en las mismas condiciones que el resto de los candidatos. Y es el lugar donde los candidatos muestran respeto por el público. Ganan algo intangible e increíblemente poderoso, que realmente simboliza el significado de un gobierno democrático.













