

Las redes sociales tienen una dinámica brutal que ha dejado muy atrás a los medios de comunicación tradicionales. Allí la gente intercambia furiosos mensajes cara a cara y los ciudadanos les hablan a los dirigentes sin intermediarios. Los interpelan, los desmienten o los insultan. Toda vale en facebook y, sobre todo, en el salvaje twitter. La ideología, el odio y los fanatismos aparecen y alcanzan todo su esplendor en los 140 caracteres de cada mensaje. Así son las reglas en la jungla digital y hay que aceptarlas.
El problema es cuando los funcionarios pierden la noción de que son dirigentes. Y olvidan sus responsabilidades de Estado para lanzarse a jugar en la selva de las redes sociales. Además, el riesgo crece en estos tiempos de elecciones. La ministra Silvina Batakis avaló con su cuenta de twitter un mensaje de la Casa Rosada que atacaba a Mauricio Macri. Y debió ser desmentida por Daniel Scioli, haciendo trastabillar al candidato en plena definición del ballottage.
Ayer a la madrugada fue el turno del ministro de Salud, Daniel Gollán, en cuya cuenta de twitter se advertía sobre la interrupción de los tratamientos de cáncer en caso de que Macri llegara a la Presidencia. El funcionario dijo luego que le habían hackeado (intervenido) la cuenta para perjudicarlo pero no pudo escapar del fragor de la campaña sucia. La incontinencia tuitera es una característica inevitable de la época. Pero se transforma en un pecado institucional cuando los mensajeros de la desesperación son los elegidos para ejercer y administrar el poder.













