Cuando los economistas intentan desentrañar los escenarios del 2016, lo primero que aparece en la superficie es la discusión entre shock o gradualismo. En el primer grupo se anotan los que creen que conviene corregir los desequilibrios en la menor cantidad posible de movimientos. Consideran que un gesto fuerte actúa como un mayor incentivo para el sector empresario, alentando inversiones que moderarán el shock.

El segundo grupo incluye a los escépticos, que para empezar tienen mucha menos fe en los privados. Para ellos el mayor riesgo es que una combinación de ajuste fiscal, tarifazo o devaluación (en la proporción que sea) cause un desgaste fulminante a la futura administración y haga que el deseado voto de confianza nunca llegue.

Hay un tercer grupo que adhiere al gradualismo desde una visión más fatalista. Para ellos, las políticas que hoy ejecuta el Gobierno solo profundizarán los desequilibrios y generarán un agravamiento a mediano plazo. Anotan, en esa línea, que el gasto público ya está en niveles insostenibles, lo que obliga a pagar una tasa de 27% para financiar un déficit creciente. Cortar el círculo vicioso de la inflación será difícil si el Tesoro tiene que cubrir ese interés en 12 meses. Es un ejemplo de las brechas que será difícil borrar.

Los más pesimistas no ven a ninguno de los posibles presidentes (Scioli, Macri o Massa) con la espalda política suficiente como para hacer algo distinto al gradualismo. Temen, en el fondo, que los tiempos por venir se transformen en una descomposición lenta.