Opinión

Bolsonaro debe temer la llegada de "Los Idus de Marzo"

Jair Bolsonaro acaba de toparse con el primer obstáculo realmente relevante en el camino para concluir su mandato y buscar su reelección: la instauración de una Comisión de Investigación Parlamentaria del Senado sobre las acciones del gobierno federal llevadas adelante durante la pandemia de covid-19.

Si miramos con más detenimiento a la historia política reciente de Brasil, parece ya una rutina en los terceros años de los mandatos presidencial que aparezca una barrera que exigirá un esfuerzo de articulación política y liderazgo redoblados, si es que dicho presidente no quiere quedarse en el camino e intentar su reelección o al menos sobrevivir políticamente. Al igual que en la Roma antigua, donde una pitonisa advirtió a Julio Cesar sobre "Los Idus de Marzo" que finalizaría con su asesinato orquestado por los senadores hasta entonces leales a él. 

La historia política reciente de Brasil, al igual que esa vidente, nos muestra como el presidente Bolsonaro deberá preocuparse por cultivar la relación con el parlamento brasileño para escapar de un proceso de impeachment, debido al desmanejo de la pandemia desde el año pasado.

Si nos remontamos al pasado, encontramos que fue en 1992 que el entonces presidente Fernando Collor, siendo el primer presidente electo por voto directo, este se topó con las acusaciones de su hermano. Estas acusaciones de corrupción activaron una CPI en el Congreso que terminó conduciendo a un juicio político y su posterior destitución. Por su lado, recordemos que el "venerable" Fernando Henrique Cardoso también tuvo este tipo de problemas en los dos terceros años de sus dos mandatos. 

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En el primer caso con el escándalo surgido a partir de la acusación de compra de votos en el parlamento para habilitar su reelección en 1997, y en el segundo caso por el escándalo de corrupción que incluía a legisladores del "Centrão" que pertenecía a su base aliada en 2001. 

El líder popular Luiz Inácio Lula da Silva también sufrió este problema en su primer mandato con el escándalo del "mensalão" donde se evidenció la compra de votos en el Congreso brasileño. En aquel caso ya se pudo observar cómo los liderazgos individuales del famoso "Centrão" pueden ser un factor fundamental en la caída o no del presidente en Brasil, siendo en ese caso el diputado Roberto Jefferson la proa de dicho movimiento en 2005.

Por último, el caso de la expresidenta Dilma, ha sido el caso más reciente donde se vio en 2013 el surgimiento de un desgaste del ejecutivo con el legislativo en un entorno enrarecido por el tsunami surgido a partir del escándalo de corrupción de "lava-jato". 

En ese caso, vimos a una presidente muy aislada hasta con su propio vicepresidente Michel Temer, con muy buena relación con el parlamento, quien iría a sustituirla luego del impeachment en el 2016. Cabe recordar que ni siquiera su buena reelección en 2014 interrumpió el proceso liderado por el diputado carioca Eduardo Cunha, también perteneciente al "Centrão", que finalizaría con un juicio político y la implosión del Partido de los Trabajadores.

Debe haber alguna coincidencia, pero es prudente no pasar por alto la posibilidad de que el año inmediatamente anterior a las elecciones presidenciales despierte los instintos más primitivos de los políticos. En el caso actual, Bolsonaro tuvo mucho cuidado en cerrar la puerta a las acusaciones de corrupción, usualmente utilizadas en esas ocasiones, maniobrando puentes con el parlamento y apoyando a los vencedores de las elecciones a presidente de la cámara de diputados y senadores. Pero no tuvo el mismo cuidado en reducir el margen de maniobra de sus oponentes en el tema de la pandemia.

En el tema del covid-19, el presidente duplicó la apuesta en cada ronda. Podría haber estado en contra del aislamiento social, pero a favor del distanciamiento social. O contra del distanciamiento social y compensar presentándose como un defensor radical de la vacunación. Pero prefirió la crítica a todo, con la excepción del tratamiento farmacológico ya en los primeros síntomas, aunque sin apoyo contundente de la comunidad médica. Recientemente, se ha reposicionado en el tema de la vacunación, pero sigue cargando con un evidente déficit de imagen sobre el tema.

La apuesta del año pasado de Bolsonaro se basó en la premisa de que habría una ola de la epidemia en Brasil, y cuando los contagios y muertes descendiera, prevalecería la preocupación de la gente por su propia situación económica, y luego el presidente cosecharía las recompensas por sus políticas de expansión económica y porque desde el inicio advirtió sobre el riesgo de la ruina material para personas, familias y empresas si se implementaba una cuarentena estricta.

 Esta estrategia política explica su discurso de ataque radical contra el aislamiento social, de la cual cosechó sus frutos hasta inicios de este año con su imagen que mantiene un apoyo cercano al 35% y principalmente con una recuperación veloz de la economía a finales del 2020.

Pero, en la medida en que la primera ola no fue la única, y cuando la segunda ola tiene picos de mortalidad varias veces superiores a la anterior, el miedo y la angustia con la enfermedad siguen dominando. Y empeoraron. Hoy el presidente está evidentemente bastante aislado en el núcleo duro de fieles que es minoritario. Es una lógica que observamos en toda la región, donde los liderazgos políticos en momentos de crisis se afianzan en su propio núcleo para sobrevivir y construir a partir de la dicotomía con sus enemigos.

Pero en Brasil, un país que armo una constitución en 1988 que busca una especie de parlamentarismo con un presidente incomodo, crea la situación clásica que propicia la ofensiva de la oposición que busca comprar voluntades de los partidos menores del Congreso y dar vuelta la ecuación de poder mirando las elecciones del próximo año. Algunos escaparon como Fernando Henrique y Lula, otros naufragaron por no haber logrado sostener los lazos con el Congreso y su base aliada como Collor y Dilma. 

No nos olvidemos que FHC pudo superar la crisis en la primera presidencia porque la economía estaba bien gracias al Plan Real, y en la segunda vez porque tenía una base parlamentaria con eje en el PFL del senador bahiano Antonio Carlos Magalhães, el creador del "toma daca" en el parlamento brasileño durante los años del gobierno del presidente Sarney. 

Recordemos que el senador ACM, uno de los principales líderes conservadores de la historia reciente de Brasil, en aquel entonces al frente del ministerio de comunicaciones compraba voluntades de diputados desconocidos dándoles licencias para radios es sus localidades para aprobar proyectos del ejecutivo. Ya en el caso del Lula, este sobrevivió porque era popular y porque los enemigos temían una guerra abierta en las calles contra el líder sindical de izquierda.

Ya veremos en las próximas semanas y meses qué variables de estas prevalecerán ahora para Jair Bolsonaro. Será que sus varios años siendo parte del "Centrão" y el haber conocido en detalle el movimiento interno de esta fuerza política, lo ayudan a navegar la tormenta que se avecina.

Lo que no hay duda es que a lo largo de toda la historia política de Brasil, desde la vuelta a la democracia, este grupo multipartidario amorfo de legisladores desconocidos y pequeños partidos de raigambre regional, ha sido la base de sustentación de todos los gobiernos, sean estos de centro como el de FHC, de centro izquierda como los de Lula y Dilma, o de centro derecha como los de Collor, Sarney y ahora del presidente Bolsonaro.

Hoy, como un augurio romano, "Los Idus de Marzo" se acercan con el tercer año de un mandato muy desafiado en el frente interno y externo. Y queda claro que, si el ejecutivo se aísla deteriorando los puentes con el parlamento, corre serios riesgos de no finalizar su mandato.

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