

La decisión del Banco Central de ampliar la brecha entre el piso y el techo del corredor de pases, ahora a 33 % y 47 % para siete días, habrá de inaugurar una nueva época, en la que la tasa de interés en el mercado financiero pasará a ser mucho más sensible a las señales de liquidez o iliquidez que se producen cuando el BCRA compra o vende dólares, respectivamente.
Este cambio de la política monetaria tiene la virtud de desalentar las apuestas en una sola dirección, que fue uno de los problemas de las últimas semanas.
Como se observa en el gráfico adjunto, la corrida cambiaria no produjo alteraciones en las tasas de interés del sistema, caso de las operaciones interbancarias o la remuneración a los depósitos superiores a un millón de pesos (BADLAR), salvo cada vez que se movía la tasa de política monetaria.

Esa falta de volatilidad de las tasas de interés es lo que está destinado a cambiar con el nuevo esquema que supone la ampliación del corredor de pases, a una brecha de 14 puntos porcentuales a siete días y a 29 puntos porcentuales para las operaciones a un día (28% y 57%).
Ahora, cada vez que se produzca una eventual venta de dólares por parte del Banco Central, sonarán las alarmas por la menor liquidez que supone la absorción de pesos de esas operaciones, y cabe presumir que las tasas de interés del mercado habrá de reaccionar con rapidez, al alza en este caso.
En condiciones normales, esa suba de tasas debería tender a desalentar la demanda de dólares, autocorrigiendo el movimiento original. A la inversa debería ocurrir algo análogo: si el dólar bajara hasta un determinado piso y el Banco Central decidiera comenzar a comprar divisas en el mercado, esa inyección de liquidez tendría como derivación una baja de las tasas, hasta un punto en el que el tipo de cambio rebote y se frenen las operaciones de la autoridad monetaria en el mercado de cambios.
En ausencia de nuevos shocks (de origen externo o interno), en esta nueva etapa y por un cierto tiempo, tasas y dólar podrían oscilar dentro de un andarivel controlado, en un movimiento de serpiente que podría ayudar a contener expectativas.
El diseño anterior, en el que las tasas de interés no tenían volatilidad, era congruente con el objetivo del Banco Central de usar la política monetaria con el exclusivo fin de anclar las expectativas de inflación, bajo el supuesto de que el sector externo no habría de desestabilizar la macro. Pero, como dijera el economista brasileño Mario Henrique Simonsen, "la inflación lastima, lo que mata es el balance de pagos".
Así, el nuevo esquema reconoce que, en esta dimensión, la Argentina tiene dos problemas y no uno, la inflación y el sector externo, siendo que éste último pasó a tener prioridad. La volatilidad de tasas que se avecina agrega instrumentos, para ver si pueden atacarse los dos objetivos a la vez.













