

Cuánto cinismo intelectual y desencanto político cuando todos los legisladores pero, puntualmente, ese poquito de oposición, supuestamente ética y transparente, esa que aún nos esperanzaba e ilusionaba, termina claudicando, comprometiéndose negativamente de una y muchas maneras, al transar trayectoria, ética y supuesta autoridad moral por el canje de pasajes aéreos y decenas de asesores innecesarios según datos irrefutables de productividad parlamentaria.
Esa infamia se agiganta ante el escándalo de aborígenes, campesinos desplazados por monocultivos; de cuántos presos, empleados domésticos, habitantes de la calle, jubilados, etc. que no tienen quien les asista ni nadie que les defienda o asesore mínimamente en sus necesidades físicas vitales.
Nos referimos singularmente a esos legisladores que se arrogaban el monopolio del atril de la ética, de la moral, de la sobriedad y de la transparencia; si, esos que han sucumbido siendo centrifugados por complicidad de pagos en negro con dinero proveniente de recursos públicos (¿AFIP, estás?), algo obviamente tan injustificable como inaceptable; algo que es otro escándalo público y el que en modo ninguno nuestra sociedad civil debe tolerar sino que, por el contrario, la misma ya debe sacudirse de encima toda esa pandemia de politiquerías para torcer esta inercia ruinosa, plagada de nefastas imposturas.
Estos cinismos intelectuales son partes identificables del cáncer social de la corrupción. Ellos vienen provocando la enfermedad de la violencia social todo lo cual explica y predice la pérdida de confianza, de entusiasmo e impulsos vitales de la mayoría silenciosa argentina que así apenas puede visualizar y presentir, desde un colectivo sentimiento de orfandad, no otro destino que el propio fracaso, el extravío de sus hijos y de los hijos de sus hijos.
¿Cuántas asimetrías negativas entre promesas de campaña, anuncios oficiales y realizaciones y, cuántos presupuestos que nunca se cumplieron sabiéndose anticipadamente que así sería?
Cuánto cinismo en tantos revalúos impositivos con tantos eufemismos y tautologías articulando abusos, exacciones y confiscaciones en gabelas rurales y urbanas sin contraprestaciones (Vg., infraestructura, servicios públicos, etc.); cuanto cinismo en cada claudicación vituperable recurrente ante corporaciones que de hecho, nos vienen cogobernando financiadas por un festival chancho de billonarias cajas y subsidios.
No otra cosa que este cinismo es lo que está detrás de recurrentes fracasos fácticos de planes, programas y proyectos (salud, nutrición, educación, cultura, trabajo, seguridad, justicia, saneamiento, basura, transportes, comunicaciones y más).
Cómo no adherir a Sábato cuando afirmó: Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal y villana?
Mucho pueblo argentino que aún conserva esa magnánima entereza moral en la cual, ni a un hombre ni a una mujer se le ocurre desentenderse de los deberes a su cargo, de la fidelidad a la patria, al lugar y al rol tantas veces esforzadísimo que la vida les impone; si esa misma ciudadanía ahora tan en ascuas, tan postergada y empobrecida, ya se merece largamente sin censuras burocráticas, su oportunidad democrática directa para auto determinarse e ir recuperando así su propio e intransferible poder, soberanía, libertad y noble igualdad (Art. 22 y cc. CN.), para hacer finalmente realidad palpable y disfrutable, una concreta igualdad de trato, de oportunidades y realizaciones para lograr una vida plena, para una cultura del trabajo y la satisfacción, paradójicamente truncada en el país del pan, del cinismo, de la violencia y de la corrupción; resumidamente, para que finalmente nos juremos con gloria vivir.










