

Nada más prudente que el capital. Por eso, la primera reacción de los empresarios -al menos, el puñado consultado ni bien se supo la noticia- fue la no reacción. La candidatura de Alberto Fernández, con la sorprendente abdicación de Cristina al casillero de vice, suma interrogantes a un ya incierto camino hacia octubre (y, sobre todo, después). Más motivos para el clásico wait & see. Momento de calcular beneficios, costos y riesgos.
Alberto, entienden algunos ejecutivos, siempre fue el interlocutor racional dentro de un régimen cuya conducción no era vista como tal. Sin embargo, recuerda un memorioso hombre de negocios, fue quien justificó estatizaciones y le puso la cara y el cuerpo a "pecados capitales" para el credo inversor, como la intervención del Indec y la resolución 125. Su renuncia tras el conflicto -primera gran cuña de la grieta- y sus críticas posteriores le habían lavado la imagen ante hombres de negocios que, pragmáticos, no dudaron en recurrir a sus oficios en los siempre sórdidos ámbitos en los que la economía se mezcla con la política.
Su reciente reconciliación con "la nueva" CFK era interpretada por algunos como una garantía de algún mensaje de reconciliación -o pacto- con ciertos trazos del Círculo Rojo. En especial, aquellos más borroneados por la crisis, el avance de investigaciones judiciales o decisiones de gestión que afectan directamente sus intereses. Para ellos, el ascenso del Fernández menos pensado despeja dudas. Para los no convencidos, es una puede ser visto como una ofrenda de paz, aunque con el reparo de que, como tal, siempre es sacrificable. Antes o después de las elecciones: la victoria tendrá madre; la derrota, un padre. Según esta lógica, el cisne negro, en realidad, es un canto del cisne.
A diferencia de buena parte de la feligresía K, Alberto siempre fue un actor de diálogo para el establishment. Fue el articulador privilegiado de la cambiante relación que el matrimonio Kirchner tuvo con el Grupo Clarín. Es célebre la ironía de Néstor, que lo bautizó "Paladino", en referencia a quien fuera el delegado de Perón ante Alejandro Lanusse y, según se atribuye a El General, terminó siendo el del gobierno militar frente a él. Había línea directa entre su celular y el de Jorge Rendo, entonces director de Asuntos Públicos y hoy presidente del grupo de medios. Ambos solían amortiguar -mucho más que potenciar- los bombardeos que se lanzaban sus jefes.
Pero, en los papeles, su labor como abogado o gestor de intereses trascendió vinculado a otros nombres empresarios. Los Eskenazi en YPF. O Cristóbal López, en las desventuras legales que definieron el "no va más" del Zar del Juego. Cintura hábil como las de sus adorados cracks de Argentinos Juniors- para gambetear entre Dios y el Diablo.
Con olfato entrenado para evitar el pescado en mal estado, algún experimentado tiburón de las M&A no compra este ticket. Al menos, no en forma genuina. "Es una buena jugada. Pero hay que ver cuánta resistencia tiene. Porque no tiene territorio ni votos propios, por ahora", relativiza el lobbysta de un gigante industrial, que conoce al, ahora, candidato presidencial de Unidad Ciudadana desde hace décadas.
Más crudo es uno de los empresarios más identificado con Mauricio Macri. Un hombre apasionado por la realpolitik, con el valor agregado -además- de encarnar como nadie -en cuerpo y alma- el más íntimo pensamiento del Presidente. Para él, Fernández-Fernádez es una fórmula en la que el orden de los factores no altera el producto: "(lo de Alberto) despejó dudas. Ella juega".













