

En los primeros cinco meses del año, el quebranto cambiario del país fue de u$s 23.247 millones. Un 56% del déficit externo total de 2017, integrado por la salida neta de dólares en concepto de turismo (viajes, pasajes, tarjetas), comercio exterior y atesoramiento de divisas del sector privado no financiero y alcanzó a u$s 41.366 millones.
Las cifras surgen del último balance cambiario del Banco Central. Son reveladoras de la gravedad de la situación externa a la que había llegado el país. No interesa si los motivos fueron propios, ajenos, o una combinación de ambos y en qué proporciones.
También explican por qué la enorme predisposición y la inusitada premura de un organismo como el Fondo Monetario Internacional (FMI) para despachar en pocas semanas un acuerdo stand-by récord para Argentina. Operativo de rescate al que prestamente se sumaron las instituciones hermanas y primas (BID, Banco Mundial, CAF) y que se coronó con la decisión de MSCI para sacar al país de la categoría de mercado de "frontera" y reponerlo entre los "emergentes".
Las lunes rojas se encendieron cuando el balance cambiario acusó un déficit de u$s 8401 millones entre enero y mayo. Un 79,8% más que en el mismo período del año pasado. En cinco meses el BCRA perdió u$s 13.857 millones. La dolarización de portafolios trepó 104,2% interanual a, sugestivamente, u$s 13.601 millones. Esto pese a tasas de interés crecientes que llegaron a 40% anual y precios cada vez mayores para el tipo de cambio. Sólo en abril y mayo las reservas cayeron u$s 11.516 millones. Si esto no era una corrida, se le parecía bastante.
Un billete norteamericano que se había encarecido casi 50% en el año, no alcanzó para disuadir a los turistas que viajan al exterior. Los pagos por pasajes y gastos con tarjeta de crédito, lejos de moderarse, subieron 4,7% respecto del período enero/mayo de 2017, para acumular u$s 4.955 millones. En todo 2017 la salida por estos conceptos había sumado u$s 10.787 millones.
Tampoco modificó favorablemente, al menos por ahora, el resultado del intercambio comercial. El balance cambiario muestra que el ingreso de divisas se contrajo 57,4%. Y las cifras del Indec revelan que la diferencia entre exportaciones e importaciones dejó un número negativo de u$s 4691 millones, más del doble del déficit comercial del mismo periodo de 2017: u$s 1866 millones.
Números contundentes, que sugieren la imagen de una frenada al borde del precipicio. El comportamiento de los mercados en las últimas ruedas sugiere que el mayor peligro habría quedado atrás. Ahora viene el control de daños, en términos de menor actividad y empleo, sobre todo a nivel Pymes, que manifiestan baja de ventas, por el impacto de la corrida en el salario real, y dificultades financieras, en vísperas de un mes clave en el que deben afrontar el pago del medio aguinaldo. Y no solo por el encarecimiento del crédito, sino también por el intempestivo corte de líneas con las que contaban, independientemente de las tasas de interés.
Con el apoyo y la asistencia externa, y un par de cambios a nivel de funcionarios, el Gobierno evitó un muy probable colapso. No es poco. Pero apenas compró tiempo. Hasta septiembre, cuando los técnicos del FMI viajen a Buenos Aires para evaluar el cumplimiento de las metas acordadas, fundamentalmente en lo que hace a la inflación.
El país se comprometió a un índice minorista de 27% promedio y que en ningún caso más de 32%. Es probable que lo logre, pese a la inercia que mantendrá en torno a los tres puntos la inflación de junio y julio. La creación de dinero se está moderando a un ritmo de 23,9% interanual y, de mantenerse la tendencia, los resultados se verán reflejados en el IPC hacia fin de año.
El Fondo está monitoreando diariamente algunos números y verá mensualmente otros. Para evitar sorpresas, efectuar alertas tempranas y corregir antes del examen de septiembre, de cuyo resultado depende la aprobación del siguiente desembolso por unos u$s 2900 millones.
Es poco probable que Washington ponga obstáculos. Pero finalmente, el nudo de la madeja, más que en cuestiones técnicas, habría que buscarlo en la capacidad del Gobierno para restañar la confianza en la gestión y remontar las chances de continuidad en 2019.












