Uno de los problemas más complejos que tiene el Gobierno en estos momentos, es haberse dado cuenta tarde de que su política económica iba a engendrar problemas para los que no tenía previsto una salida. En su forma de abordar la coyuntura, las respuestas a los conflictos no forman parte de la planificación, sino que se definen en etapas posteriores. Es el plan "Avanzamos y vemos".

Por empezar, la Casa Rosada debería asumir que sobreestima el valor del rumbo económico como elemento alineador de expectativas. Políticos y empresarios ya entendieron que a Mauricio Macri -como buen ingeniero- lo atrae más una gestión recta que ir por caminos sinuosos. Le importan las metas y los cronogramas. Y si algo aparece en el camino, bajan la velocidad pero no cambian la dirección. Es gradualismo en un solo sentido.

Macri priorizó el ajuste de tarifas como pilar de la reducción del gasto público, sin darle relevancia a la chance de que tanto aumento tuviera impacto fuerte en la inflación o el humor social. La inflación, en ese pensamiento, la absorbe el BCRA vía tasas, y el malhumor se enfrenta con resignación y valor. Calcular el impacto político o económico del sendero de subas tarifarias no era una tarea de la que tuviese que hacerse cargo el ministro de Energía. Para eso, en teoría, estaba el resto del gabinete. Hoy la Casa Rosada está dispuesta a usar un veto, porque entiende que si pierde esa pulseada (que nunca imaginó dar) saldrá debilitado aunque la gane.

Como contrapartida de la sobreestimación del rumbo, también se verifica una subestimación de otras decisiones, como el cambio de política inoculada al BCRA o el impuesto a la renta financiera. El mercado ya no sabe si el Central defiende la flotación cambiaria o el anclaje. Y la suba de tasas -después de haberlas bajado- aparece como un instrumento desgastado, al punto de que se duda de su efectividad en caso de que la divisa siga en alza. Gravar las Lebac como forma parcial de sustituir los aportes del BCRA al Tesoro terminó siendo un remedio peor que la enfermedad. Impulsar un rumbo para cambiar la Argentina es necesario. Pero también proyectar sus riesgos.