

Nuestro país es testigo por estos días del surgimiento de reminiscencias del activismo absurdo, protagonizado por una minoría que -inspirada y motivada por el regreso al pasado-pretenden condicionar el futuro.
Las agresiones y los escraches al propio presidente Mauricio Macri, a la gobernadora María Eugenia Vidal y al ministro de Justicia, Germán Garavano, son una muestra clara de ello.
Su accionar evidencia que sienten impotencia porque Argentina empieza a ser un país normal.
Y esa impotencia la transforman en violencia, en una violencia radicalizada que pretende generar incertidumbre. Se siguen creyendo con derecho a no tener razón.
Su objetivo es claro. Pretenden condicionar a un gobierno que no va a permitir el regreso al pasado y que quiere construir junto a todos los argentinos un futuro próspero para nuestra Nación.
En Argentina no hay más espacio para los prepotentes que en su imaginación piensan que la República funciona al ritmo de los cortes de rutas y de calles, del ruido de los bombos, de la ocupación de edificios públicos. Quieren amedrentarnos y sembrar el miedo.
Pero así no se construye un país. Y los que pretenden adjudicarse una supuesta falsa lucha deben entender que para levantar a la Argentina más que luchadores hacen falta trabajadores.












