

Francisco ya tiene asegurado su triunfo diplomático en esta visita a Cuba, pero su programa religioso y geopolítico no termina en una foto saludando a Raúl Castro. El Papa desea que aquí haya plena libertad de culto y que la posibilidad de disentir no sea una variable de poder sólo ejercida por el gobierno cubano. En este sentido, Francisco apuesta a desbordar la Plaza de la Revolución con su primera misa y a convencer a Castro para que acelere los tiempos de la transición política hacia una democracia formal.
La Iglesia Católica no tiene mucho peso en Cuba y eso se puede observar en las calles de La Habana. Los carteles de bienvenida de Francisco apenas están ubicados en puntos estratégicos –aeropuerto, frente a la catedral, en el Malecón-, y el Papamóvil se trasladó con holgura por las avenidas principales de esta ciudad.
Sin embargo, el Papa es tema de conversación obligado en toda La Habana y su presencia es asumida como un triunfo del gobierno y como una expectativa popular de cambio en la situación política y económica. Para los isleños, que ya han visto pasar a Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco es una de las pocas opciones que tienen para terminar con el bloqueo impuesto por los Estados Unidos y las restricciones políticas dictadas por Fidel Castro en nombre de la Revolución.
“Desde hace varios meses, estamos siendo testigos de un acontecimiento que nos llena de esperanza: el proceso de normalización de las relaciones entre dos pueblos, tras años de distanciamiento. Es un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del sistema del acrecentamiento universal, por encima del sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupo”, dijo Francisco tras aterrizar en el aeropuerto internacional de Cuba.
No hay ninguna duda respecto a que Francisco comparte las preocupaciones del gobierno cubano y respeta el concepto de la libre determinación de los pueblos.
El Papa argentino, fiel a sí mismo y respondiendo a las expectativas previas, citó dos veces a José Martí en su primer discurso de la gira más política que emprende desde que sucedió a Benedicto XVI. Y añadió para que no quedaran dudas: “Renovamos estos lazos de cooperación y amistad para que la Iglesia siga acompañando y alentando al pueblo cubano en sus esperanzas y en sus preocupaciones, con libertad y con los medios y espacios necesarios para llevar el anuncio del Reino hasta las periferias existenciales de la sociedad”.
El discurso papal fue escuchado con atención por Castro y vitoreado por un puñado de fieles que agitaba banderitas del Vaticano. “Cristo vive, Cristo vive; esta es la juventud de Cristo, esta es la juventud de Cristo”, gritaban por encima de la banda de honor que, en ciertos momentos de la ceremonia oficial, acompañó con una marcha militar.
No hay ninguna duda respecto a que Francisco comparte las preocupaciones del gobierno cubano y respeta el concepto de la libre determinación de los pueblos. Esto significa que apoya “un soft landing” de la Revolución que evite una estampida política similar a lo sucedido en Libia, Egipto o Túnez. El Papa quiere más libertad en Cuba, pero entiende los tiempos de su gobierno y propone paciencia para una sociedad civil que aguarda cambios desde hace mucho tiempo.
La paciencia papal es una estrategia política. Conoce la interna de poder en Cuba y no desea que un movimiento en falso fortalezca a los sectores internos que se aferran a la revolución como su único método para permanecer en el poder. Francisco ha hablado mucho con Castro y la diplomacia vaticana se moverá acompañando su hoja de ruta. El Papa actúa como un nexo con la Casa Blanca y eso implica que Estados Unidos cumplirá su parte para terminar con el bloqueo y no presionará a la Habana para satisfacer las presiones del Partido Republicano.
Francisco ha hablado mucho con Castro y actúa como un nexo con la Casa Blanca. Eso implica que Estados Unidos cumplirá su parte para terminar con el bloqueo.
A su turno, en el discurso de bienvenida al Papa, Castro defendió a la revolución socialista y cuestionó el bloqueo que ejerce Estados Unidos sobre Cuba desde hace décadas. “Para lograr una sociedad más justa y solidaria hemos trabajado con sumo esfuerzo y asumido los mayores riesgos desde el triunfo revolucionario. Lo hemos hecho bloqueados, calumniados, agredidos, con un alto costo de vidas humanas y grandes daños económicos. Fundamos una sociedad con equidad y justicia social, con amplio acceso a la cultura y apego a las tradiciones y a las ideas más avanzadas de Cuba, de América Latina, el Caribe y del Mundo”, sostuvo Castro.
A pocos metros del estrado, sentando cómodo en un gran sillón, Francisco escuchaba al presidente cubano. “Hemos agradecido su apoyo al diálogo entre Estados Unidos y Cuba. El restablecimiento de relaciones diplomáticas ha sido un primer paso en el proceso hacia la normalización de los vínculos entre ambos países que requerirá resolver problemas y reparar injusticias”, alertó Castro en obvia referencia a las reparaciones económicas por el bloqueo y a la devolución de la Base Naval de Guantánamo que aún está bajo control de la Casa Blanca.
La visita de Francisco tiene un escenario público y una trama secreta que se realimentan mutuamente. Sus misas y sus conversaciones reservadas servirán para apalancar una política de estado que ya fue trazada por Castro y Barack Obama, el otro protagonista estelar de la gira papal. Los tres quieren –cada uno a su estilo—que la Guerra Fría sea sólo un recuerdo del siglo XX.
No fue casualidad que sólo en una oportunidad, Francisco improvisara el discurso oficial distribuido con anterioridad por la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Ocurrió cuando habló de las nuevas relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. “Vivimos una Tercera Guerra Mundial en etapas”, dijo el Papa con particular énfasis. Una definición clave, en un momento global signado por el avance fundamentalista en Medio Oriente y una crisis inédita en Europa causada por miles de refugiados que escapan de la miseria y la muerte.












