"Al día siguiente. Misma hora. Mismo lugar". Así arranca el segundo acto de ‘Esperando a Godot', de Samuel Beckett, uno de los clásicos universales del teatro del absurdo. La obra narra la historia de dos vagabundos, Vladimir y Estragón, que esperan al costado del camino que un tal Godot arribe a una cita hipotética. El hilo narrativo reitera, repite hasta la exasperación, una llegada que nunca se produce, que se vuelve absurda. El reino de la falta y la ausencia. Cualquier semejanza con el demorado nuevo compromiso con el FMI es mera coincidencia. Hace dos semanas se trataba de firmarlo en "cuestión de horas" (sic). Luego, dependía de un viaje a Washington de integrantes del equipo económico. Poco después, Godot habló, y vino la dispensa para concentrar todos los vencimientos de julio en un único pago el último día del mes y, finalmente, la negativa del organismo al intento de cancelarlos por completo con yuanes del crédito chino. El domingo por la noche versiones periodísticas hablaban de un cierre inminente. Veremos. A menos de un mes de las PASO, una señal concreta es fundamental. Los dólares financieros y el ‘blue' comienzan a salir de la modorra de mayo y junio y el uso de yuanes, fuente incompleta de financiamiento de los pagos de importaciones, crece a velocidades peligrosas. Puede estimarse que el Banco Central ya está cerca de utilizar el 40% del crédito otorgado por el banco central chino. El formato del nuevo arreglo con el Fondo resulta todavía una incógnita, en especial cuántos dólares se habilitarán para fortalecer las reservas hasta las presidenciales de octubre, a qué precio se venderán y para qué usos. Ante la muy probable ausencia de fondos frescos, la magnitud de los anticipos será crucial: sin contar con los fondos posteriores al 10 de diciembre, cuando cambie el gobierno, no serían más de u$s 7600 millones, computando el adelantamiento de los desembolsos de junio y setiembre. ¿El Fondo adelantará también el desembolso previsto para diciembre, cuando haya un nuevo gobierno? Los inversores -por defecto, siempre más cautos al llegar las elecciones- entienden que la caja oficial en dólares precisa asistencia urgente, y cada nueva hora sin novedades, a la imagen del Godot de Beckett, los inquieta más y más. Lo más realista sería que se logre una especie de ‘mini acuerdo', de escasos seis meses de vigencia, con el (pretencioso) doble objetivo de acomodar (se verá cómo) los incumplimientos fiscales, monetarios y de acumulación de reservas del primer semestre y de establecer (vaya a saber cómo) ciertos hitos básicos hasta el final de la gestión. Sergio Massa, en su doble rol de ministro-candidato, además, carga con el complejo desafío de encender la verba, cuando se ve exigido, con proclamas antifondomonetaristas para sostener el voto del núcleo duro del cristinismo y, a la vez, enhebrar una negociación de aristas múltiples que, en rigor, ninguna de las partes tiene incentivos reales para romper. La Argentina, por el vendaval de inestabilidad financiera que traería aparejado en medio de la elección presidencial y el Fondo, por estar dentro del laberinto con su principal deudor global, en medio de cuestionamientos reputacionales a escala global. La Argentina es el principal deudor individual del organismo, con el 28% de su cartera de préstamos. Cuando la deuda es escasamente relevante para el acreedor, el problema es exclusivo del deudor. Cuando no, en la trampa caen los dos. Devaluar o no, o cuánto y cuándo, parece estar en el centro de las negociaciones. Para el Fondo, es el instrumento adecuado para ajustar el desbalance del sector externo. Para el gobierno, un camino que no sólo acelerará la inflación y reducirá los salarios sino que también contraerá la actividad económica vía una caída de las importaciones. El mix inflación+recesión y desempleo en tiempo de elecciones es letal para la suerte del oficialismo. Porque el Banco Central todavía dispone de un ‘kit de herramientas' razonable ante una eventual nueva corrida hasta las PASO (dólar futuro, intervenciones selectivas en el mercado de bonos, suba de tasas, subastas de títulos) es que el gobierno casi con seguridad zafará de una devaluación hasta entonces. Tampoco luce muy probable en la previa a la primera vuelta de octubre. Pero la dinámica cambiaria confirma que con las importaciones algo habrá que hacer. En el mejor de los escenarios proyectados desde Analytica, las reservas brutas -que cayeron más de u$s 18 mil millones en el primer semestre- se ubicarían a fin de año en niveles del año 2006. Un dato relevante más: la caja en dólares está resentida, además de los efectos de la sequía, porque se viene cancelando deuda externa privada en forma acelerada, al dólar oficial y en presencia de una brecha del 100%. En términos más técnicos, en lo que va del año se fueron más dólares por el canal financiero, sin FMI, (-11%) que por la cuenta corriente (-9%). La corrección, entonces, parecería inevitable en lo que resta de gestión. Quizá exista espacio para que el FMI acuerde un cambio de régimen en la administración de comercio, pasando de la actual postergación de pagos de importaciones (el SIRA) a alguna reedición de autorizaciones discrecionales para importar (las viejas DJAI, por caso). Las restricciones cuantitativas no figuran en el manual de procedimiento del organismo pero resultarían un táctico "segundo mejor" ante la negativa del gobierno a firmar una devaluación inmediata. Digamos, un ensayo de tres meses, hasta noviembre, que retraiga las cantidades importadas y disminuya la presión sobre el mercado de cambios, para, luego de la primera vuelta electoral, devaluar. El tiempo se agota. Godot debe llegar. Algún documento de acuerdo tendrá que aparecer, con particular detalle en la cantidad y uso habilitado para los ‘nuevos' desembolsos. Habrá precisiones sobre los objetivos cuantitativos del segundo semestre (fiscales, monetarios y de acumulación de reservas), de los que podrán inferirse las políticas hasta diciembre. El qué hacer pero también el cómo decirlo resultan claves para el ministro-candidato. Porque hay muchos privados esperando, y el escrutinio de una mirada políticamente poderosa para su suerte electoral: el cristinismo.