El comunicado del ministerio de Economía anunciando el envío de una delegación argentina para negociar con el mediador en la disputa con los fondos buitres es una buena noticia. Más allá de las circunstancias del caso; de nuestra habilidad negociadora; de haber ignorado y destratado al juez Thomas Griesa; de la buena fe o la falta de ella que tengan los acreedores y de la justicia o la injusticia que nos transmita el fallo adverso. La Argentina debía sentarse a negociar con funcionarios que tengan poder de decisión y debía defender una posición que ya es muy complicada y nos ubica en los umbrales del default.


Las gestiones para obtener respaldos internacionales en las Naciones Unidas, en la Organización de Estados Americanos y hasta la idea peregrina de concurrir a los tribunales de La Haya son un complemento romántico pero no mucho más que éso. El destino de los próximos años, que pueden ser el impulso para un nuevo despegue económico o el tobogán hacia un nuevo infierno, dependen de la sensatez y la eficacia con la que negociemos en Nueva York. Un acuerdo perdurable suele ser, en estos casos, mejor que la épica tribunera y cortoplacista de un desacuerdo que comprometa el futuro.