

Al mirar a nuestros gobiernos desde 1983 a la fecha, por su extensión y encasillamiento como modelo, se destacan el de Menem (1989-99) y el de los Kirchner (2003-15). El primero, un modelo neoliberal y el segundo, un modelo dirigista. Ambos, después de unos primeros años considerados buenos por la opinión mayoritaria, terminan con crisis bastante agudas.
Parecería que el mal no está en el modelo elegido sino en esa particular actitud que tenemos los argentinos, de desgastar o demoler los modelos elegidos. Hay secuencias que se repitieron en ambos modelos. Después de esos primeros buenos años con bonanza económica y excelentes resultados electorales, sobrevienen actitudes donde se conjugan la creencia de que el modelo elegido es la única salvación para el país, ninguna alternativa sirve, los adversarios son enemigos, hay grandes esfuerzos para perpetuarse en el poder, recrudecen la corrupción y la impunidad, el despilfarro, la concentración del poder y de los recursos y la imposibilidad de rectificar rumbos. Ningún modelo sobrevive con semejante combo destructor y termina mal.
El tercer modelo que se perfila a partir del 10 de diciembre, podría caracterizarse como intervencionista. Ubicado entre el neoliberal que ante las desigualdades mira para otro lado y el dirigista donde el Estado regula todo, ahogando la iniciativa y la inversión privada. Este tercer modelo puede sacarnos de la crisis y así lo esperan la gran mayoría de los argentinos, votaran a Macri o a Scioli.
Sin desconocer que ningún presidente ni partido es igual a otro, parece que la gran responsabilidad de cambiar para garantizar el éxito de este tercer modelo, no sólo en sus primeros años, está en la sociedad argentina. Ese cambio consiste en acentuar fuertemente la participación ciudadana. Participar es cuidar y cuidar se conjuga con otros cuatro verbos que también empiezan con c: contribuir con todo lo que esté al alcance para sacar adelante al país, comprender que la tarea de gobierno no dará rápidamente los frutos esperados, comprometerse con lo que es de todos, controlar que no hayan desvíos de los objetivos trazados. Participar es involucrarse, informarse, confiando pero sin firmar cheques en blanco, apoyar los logros económico-sociales pero sin abdicar de lo político-institucional. Afiliándose a un partido político, integrándose a las organizaciones de la sociedad civil, a sindicatos, cámaras empresarias, clubes, cooperadoras, agrupaciones juveniles, culturales y religiosas. Más importante que el ámbito es la voluntad de participar. Requiere del convencimiento de cada uno, de la comprensión y apoyo familiar y del aliento a participar desde los ámbitos laborales. No alcanza con la afiliación a alguna de esas organizaciones para ser partícipe. Hace falta militancia activa.
En términos numéricos y con cifras muy globales podemos decir que de los 32 millones de argentinos habilitados para votar hay: a) 100.000 militantes rentados en cargos ejecutivos y legislativos (incluyendo empresas públicas y entes autárquicos) de los tres niveles del Estado (nacional, provincial y municipal) que trabajan en promedio 10 horas diarias, 300 días al año, lo que da un total de 300 millones de horas al año dedicados a la cosa pública, b) Un millón de militantes activos no rentados (los afiliados son muchos más) en partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, gremiales, empresariales, clubes, cooperadoras, ámbitos religiosos y culturales, con un promedio de 1 hora por día de dedicación y 200 días al año, da un total de 200 millones de horas por año y c) 30,9 millones de argentinos sin militancia activa. Si se lograra que de este conjunto, el 25% aportara en promedio media hora diaria a la cosa pública, 200 días al año, el aporte adicional sería de 770 millones de horas por año.
La acción de persuasión para incrementar la participación ciudadana debe venir de las organizaciones mencionadas en el punto b) precedente pero también de los tres niveles del Estado: 1) fomentando el accionar de esas organizaciones, 2) premiando anualmente a emprendedores sociales, económicos, políticos, gremiales y culturales y 3) convocando a actividades organizadas conjuntamente con las mencionadas organizaciones con un creciente compromiso de los ciudadanos con lo público.
Para que este tercer modelo no tenga como sus antecesores unos primeros buenos años y unas malas segundas partes, cuidémoslo con mucha participación desde el día 1.










