Empezar el año suele funcionar como un punto de reinicio. En materia financiera, ese comienzo no necesariamente implica grandes decisiones, sino revisar hábitos cotidianos que, acumulados, pueden ordenar o desordenar la economía personal.
El primer paso es tan simple como incómodo: anotar todos los gastos. No hace falta una app sofisticada. Un Excel, un cuaderno o cualquier formato sirve para registrar cada consumo y empezar a ver con claridad a dónde se va el dinero.
Ese registro permite diferenciar gastos fijos y variables, y detectar los llamados gastos hormiga: consumos pequeños y reiterados —cafés, salidas, compras mínimas— que, sin notarse, impactan fuerte en el presupuesto mensual.
Otro hábito clave es el de “pagarse primero”, una idea desarrollada por George S. Clason en El hombre más rico de Babilonia. El principio es simple: el ahorro no debe depender de lo que quede a fin de mes. Apenas se cobra, conviene separar un porcentaje fijo y asumir que ese dinero ya no está disponible para el gasto cotidiano. Recién a partir de ahí se organiza el resto del mes.
En la práctica profesional, una de las causas más frecuentes del desorden financiero es ignorar ese orden básico. No ocurre de un día para otro, sino que se construye en decisiones repetidas: pagar la tarjeta sin revisar el resumen, no saber qué se compró o perder de vista cuántas cuotas siguen activas.

También cuando se vive mes a mes sin proyectar, intentando llegar a fin de mes con lo que hay y gastando lo que sobra al final. Esa lógica, repetida, se vuelve un mal hábito.
Sentir que uno “llega tarde” con la administración del dinero es un problema frecuente. En la práctica profesional, esa sensación suele generar parálisis o desánimo, cuando en realidad nunca es tarde para mejorar los hábitos financieros. El orden no depende del momento en que se empieza, sino de la decisión de revisar cómo se administra lo que se tiene.
El verdadero comienzo no está en invertir grandes montos, sino en planificar, entender las deudas, proyectar gastos e ingresos y fijar límites posibles. Sostenerlos requiere constancia y mente fría. La estabilidad financiera no se logra de golpe: se construye con hábitos sostenidos en el tiempo.
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