TRIBUNA

Un legado infinito para el periodismo

Tras la dolorosa e injusta muerte de Julio Blanck hemos podido leer muchísimas muestras de reconocimiento profesional al mejor de todos nosotros. Evidentemente esa faceta suya fue, con justicia, muy difundida en el medio e incluso hacia afuera.

La faceta que quizás no se conozca tanto es la personal. Yo mismo, después de tantos años, nunca pude entrar en ese selecto grupo que integraron familiares y amigos, aunque sí fui un satélite muy cercano. La relación laboral con él siempre era tirante, sobre todo por su permanente exigencia, así que en momentos de desconcierto recurría a un amigo en común, que siempre sugería: "Julio es loco, cuando tenga un ataque no le des pelota. No lo enfrentes porque te pasa por encima, esquivalo que se le pasa enseguida". Dicho y hecho, una vez que apliqué esa sabiduría nuestra relación se afianzó para siempre. Porque era lógico ¿cómo no va a estar loca una persona que tiene que llevar todos los días una redacción como la de Clarín?

El tema es que un poco por el rol que le tocaba ocupar, y otro por su propia personalidad de gran timidez- acorazaba sus sentimientos, le ponía un cerrojo y a muy pocos les pasaba la contraseña.

Alguna vez me la insinuó cuando dejó de ser mi jefe y comenzó a tratarme como un par. Así y todo, la puerta de sus sentimientos nunca parecían estar abiertas de par en par, como reconoció el mismísimo Eduardo van der Kooy en su emocionante semblanza sobre su compañero de tantos años.

Julio fue un tipo que dio la vida por su trabajo. Fue un excelente jefe, periodista y compañero. Generoso y bondadoso cuando era necesario. Un hombre justo, íntegro y de profundas convicciones morales y profesionales. Un ejemplo en todo sentido. Además contaba con una memoria prodigiosa. Y como estaba seguro de sí mismo, nunca le puso el pie encima a un subordinado. Al contrario, nos dio alas y nos alentó a superarnos. Todos coincidimos en que estaba incluso para más, pero la vida no es como uno quiere, sobre todo cuando las decisiones las toman otros. De todas formas, había encontrado la manera de reconvertirse y seguir siendo el mejor. Había empezado a disfrutar ese nuevo rol con menos responsabilidades y más posibilidades de vivir. Al principio lo decía para convencer y autoconvencerse, pero luego empezó incluso a disfrutarlo.

Pero nunca bajó los brazos. La luchó hasta último momento, aplicó la misma fórmula que cuando había que tomar decisiones en su vida profesional y buscó todas las fuentes y herramientas inimaginables para curarse. Como si hubiera vuelto a hacerse cargo de la redacción, pero ahora de la de su vida. Si a esa penosa etapa se le puede encontrar algo positivo, fue que le permitió aflojarse un poco y dejarnos a todos una imagen más humana y menos perfeccionista, por si quedaba alguna duda con respecto a esa faceta. Porque en la profesional no dejó ninguna: fue el mejor. Imprescindible en la carrera de decenas de colegas. Su legado es intangible e infinito.

Julio fue un hombre que dejó una huella profunda y supo contagiar el fuego de su pasión por el trabajo. A nosotros nos toca mantenerlo vivo.

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