Torniquetes cambiarios: la historia enseña más que la coyuntura
La Argentina reforzó ayer la sensación de que quedó atrapada en la puerta giratoria de su propia historia. La decisión del Gobierno de restringir la compra de dólares y, en paralelo, acortar los plazos para la liquidación de divisas, hicieron sentir que el espíritu del cepo cambiario con el que convivió la sociedad entre 2011 y fines 2015 estaba de vuelta. Y hay bastante de razón en eso. Porque si algo tienen en común las medidas de ese entonces y las actuales es que son un torniquete para preservar el stock de reservas. Lo que refleja en todo caso esta decisión es que a los argentinos les cuesta verse al espejo y asumir sus restricciones. Somos un paciente cardiológico que se cuida solo durante un tiempo, y se molesta cuando vuelve a terapia intensiva.
Hace más de sesenta años que a la Argentina le faltan dólares. Juan Domingo Perón tuvo que enfrentar una dura sequía y acudió a un "cepo alimentario". En 1952, nació el pan negro (combinación de harina de trigo y con otras variedades, como mijo y centeno) solo para tener más trigo excedente para exportar.
Entre 1910 y 2016, el país tuvo un año de déficit comercial cada cuatro. La forma de equilibrar la balanza de pagos con el mundo es con exportaciones, inversiones (en muchos casos, privatizaciones) o deuda. La salida clásica era la devaluación. Pero desde los 80 para acá en algunos períodos se optó por anclar el tipo de cambio para evitar el principal efecto colateral de esta receta, que fue la inflación. Esos momentos (los cinco años de la tablita de Martínez de Hoz, los diez de la convertibilidad, los cuatro años de dólar atrasado con cepo) también estimularon no solo el ahorro en dólares para protegerse de los precios, sino el consumo externo por turismo. En 2017 este rubro absorbió u$s 10.000 millones. La compra de divisas para atesorar, por su lado, se lleva unos u$s 20.000 millones al año. El problema clásico se potenció: la necesidad de dólares se volvió cada vez más alta, en un país que genera menos de los que su población demanda.
El Gobierno apostó al ingreso de dólares vía deuda hasta que llegaran las inversiones. Pero no esperó que el flujo de capitales se diera vuelta en 2018, justo en otro año de sequía histórica. La crisis de financiamiento obligó a convocar al FMI, el único que desde entonces puso las divisas necesarias. La cuenta se pagó con más impuestos, justo cuando se necesitaba estimular las exportaciones con menos impuestos. El dólar alto no alcanzó. La incertidumbre electoral no ayudó. Y ante la posibilidad de que escasee el bien más deseado por la sociedad (el billete de u$s 100) el torniquete se hizo inevitable: se postergaron pagos de deuda, se restringió la liquidación de ventas al exterior y se limitó la compra de divisas. Sacrificios inevitables para calmar a la Argentina desconfiada.