¿Cómo se hará viable la economía global post-pandemia?

La pregunta revolotea no en pocas cabezas alrededor del mundo. Un mayor cuidado de la salud, sostenido científicamente por los epidemiólogos e infectólogos de todas las latitudes, llegó para quedarse. Una ‘nueva normalidad’, la cual implica un mayor distanciamiento social, permanente utilización de alcohol en gel y el lavado de manos, barbijos; en definitiva, medidas sanitarias mucho más estrictas. Lo cierto es que más allá de los beneficios que deberíamos observar para con la salubridad en general – los cuales seguramente buscan exceder la durabilidad de esta pandemia -, también se han generado una serie de interrogantes de extrema importancia para con la continuidad del statu-quo del sistema económico global.

Como punto más importante a resaltar, tenemos el incremento – para muchos rubros de forma exponencial – de los costos que las nuevas medidas generan. Por supuesto, y como consecuencia, la otra gran pregunta es el modo en que se distribuirán los mismos. Solo pensemos, para citar un ejemplo, en un restaurante que, dado su espacio, debe trabajar solo con un tercio de las mesas que lo hacía habitualmente. O mismo un avión de cualquier aerolínea, el cual tendría que reducir la cantidad de pasajeros para cumplir con el distanciamiento social adecuado. También podríamos analizar la nueva situación de una fábrica de alimentos, a la cual se le exigirá la incorporación de un sistema de lavandería exclusiva y elementos de higiene personal permanentes para poder funcionar.

Improbable – para no decir imposible - que sean rentables. Y no estamos hablando de una o dos industrias. Sino de cientos, muchas de ellas de las más importantes de la economía real. ¿Podrán cambiar sus estructuras? ¿Y de ser así, a costa de quién? ¿O con la ayuda de quién? Porqué la realidad es que los costos fijos y variables se tendrán que reducir ostensiblemente. Y entre ellos se encuentra el más ‘flexible’ de todos, el salario. ¿Disminuirán más de los que ya se han recortado en el último medio siglo? Es el deseo de cierta corriente neoliberal de la economía, quienes encuentran en esta pandemia una nueva oportunidad para llevar a cabo sus ideas. La historia – y el coeficiente de Gini - hablan por sí solos: se evidencia claramente que la pérdida de la masa salarial ha ido acompañada por una creciente desigualdad socio-económica a nivel global.

También se ha propuesto, como lo ha expresado más de un empedernido comunista, la disminución de ingresos de los empresarios. ¿Darán su brazo a torcer? Difícil. Además, claramente dista de ser una situación homogénea. Muchas de las Pymes que dependen de la ya dura ‘libre competencia’ del mercado, han sido heridas de muerte con esta pandemia, y realmente no tienen mucho margen para ceder rentabilidad. Sin la espalda – ni el financiamiento – de las grandes corporaciones, en muchas industrias (por no decir áreas enteras de la economía) deberán hacer malabares para subsistir. Ya sea a través de la innovación o la reconversión, o mismo equilibrando sus finanzas, tratando de buscar acuerdos sustentables con empleados, proveedores, dueños de las propiedades en donde operan, etc.

Por supuesto, la excepción se encuentra en aquellas empresas (la mayoría de ellas poderosas corporaciones) vinculadas a los negocios – no, no dije negociados - con quienes detentan las ‘lapiceras mágicas’ del gobierno. Es aquella fusión simbiótica de elites políticas y económicas – por no decir también mediáticas, sindicales y judiciales -, muy difícil de visualizar por el ciudadano medio, pero que genera ingentes ganancias y desarrolla sobradas capacidades de enquistada rosca para, como mínimo ante la actual pandemia, no perder de manera significativa en épocas de recesión global.

A los desocupados y excluidos, ni vale la pena mencionarlos. Siguen a la buena de dios. O de la – lamentablemente muchas veces escasa - voluntad de los gobernantes donde viven. Aquellos que deben utilizar todas sus capacidades para maximizar la eficiencia y eficacia para con las políticas públicas. Que no es más, ni menos, su obligación como representantes del pueblo para con quienes los ha votado (aunque a veces nos olvidemos de ello). Porqué aquellos Estados que han demostrado tener a lo largo de la historia una macroeconomía sólida y estable, con variables ‘benignas’ en términos de inflación, tasas de interés o equilibrio fiscal, sumado a bajos niveles de corrupción y a una razonable distribución de la riqueza, seguramente se encontrarán mejor preparadas para enfrentar el futuro. O sabrán cómo hacerlo mejor. Incluyendo a los que menos tienen.

Sin embargo, aquí tenemos dos puntos no menores. Por un lado, aunque la generalización descripta afecta a una parte importante de las empresas de la economía real, el impacto negativo se reduce ostensiblemente cuando hablamos de las ganancias que genera el mercado financiero.

En este sentido, el mismo se encuentra más vinculado al crecimiento – o al decrecimiento – del PBI; siendo ajeno, salvo empresas financieras determinadas en algún momento excepcional de la historia (como durante la crisis de 2008-2009), a resquebrajarse como un todo en términos sistémicos.

La respuesta: ayuda estatal para con las entidades financieras – recordemos el salvataje del Banco Central Europeo al gobierno griego en los primeros años de la década de 2010’, con el mero objetivo que puedan repagar sus deudas principalmente con la banca alemana -, tasas de interés para endeudamiento e instrumentos financieros exorbitantes desasociados totalmente a la economía real – nuestra historia habla por sí sola -, o la multiplicación de paraísos fiscales para los grandes negociados ilegales. En este aspecto, ha sido empíricamente evidente que desde el fin de la segunda guerra mundial, la economía financiera ha crecido prácticamente de manera ininterrumpida, y a tasas mucho más elevadas, que la economía dedicada a la producción de bienes y servicios.

Por otro lado, la pandemia ha acelerado el proceso de robotización y tecnologización, en detrimento a vastas áreas de la economía mundial más atrasadas, asociadas generalmente a procesos de mano de obra intensiva menos calificada. O sea, mayor innovación, en donde el capital físico, la inteligencia artificial, las telecomunicaciones y los sistemas de computación reemplacen más rápidamente a los trabajadores. Que, indefectiblemente, tendrán que buscar otra forma para ganarse la vida; ya sea generando sus propios emprendimientos, o en relación de dependencia. En cuanto a los primeros, requerirán de buenas ideas y un financiamiento acorde. Para los segundos, sino quieren caer en el mundo de los ‘pobres con trabajo’ (desde los trabajadores en las maquilas mexicanas, los vendedores ambulantes en el sudeste asiático, o los mileuristas del viejo continente), deberán apuntar a capacitarse en aquellos oficios o profesiones que posean cierto nivel de complejidad técnica y/o tecnológica (como puede ser el caso de los servicios de enfermería, los diseñadores de microprocesadores, o los ingenieros en energías alternativas). Por supuesto, para los cientistas sociales que no producen ningún bien palpable, ‘útil’, bien gracias. En un mercado global cada vez más competitivo y con capacidades de consumo restringidas, el diferenciarse es una necesidad.

Los más humildes – y hoy en día no tanto - necesitarán de un Estado que los asista. No queda otra alternativa: sin educación ni financiamiento, el tendal de excluidos sistémicos que dejará la pandemia (sumados al arrastre de quienes vienen padeciendo carencias hace varias generaciones) se multiplicará por millones. Y en este dilema contracíclico en el que se encuentran la mayoría de los gobiernos del mundo, no hay mucho margen de maniobra. Más cuidados en la salud y más demandas de una ciudadanía empobrecida, se contraponen con un modelo de acumulación privada que podría languidecer en términos colaborativos para la mayoría de la otrora ‘piedra basal’, pero actualmente perimida, “clase media – ya sea a través de menguantes inversiones o por una disminuida capacidad de contribución impositiva -.

Para el descripto escenario futuro, más que complejo, se requerirá una precisión quirúrgica en las políticas de Estado, sobre todo en tanto a la generación y distribución de la riqueza. Un Estado que articule los intereses públicos y privados – fuertemente contrapuestos - en pos de que la mayoría de la ciudadanía pueda desarrollarse y obtener una digna calidad de vida. Porqué el mundo post-coronavirus también será mucho más difícil para quienes detenten el quehacer de la política económica. Seguramente diferente a lo hasta ahora conocido. Esperemos estar a la altura de las circunstancias. Algo que hasta el día de hoy, en los diferentes puntos de inflexión sistémico que hemos vivido a lo largo de la historia, no ha sucedido.

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