Brasil: la maldad empresaria

A principios de abril, Joasley Batista se preguntaba, en su mansión del barrio más exquisito de San Pablo, cómo fue que su vida había terminado así. Batista acababa de decidir que se tranformaría en un entregador para no ir preso y un entregador es, siempre, un miserable.

En un tono más bien neutro, o al menos eso es lo que cuenta la revista Epoca, rumiaba: "Es raro. Yo siempre creí que el crimen organizado estaba vinculado a asaltantes de bancos, ladrones de ganado, gente armada en las calles". Empezó a percibir problemas cuando supo que la ley del arrepentido consideraba un delincuente a cualquiera que hubiera sobornado funcionarios públicos para comprar leyes. Además, Joasley ya había visto como un hombre parecido a él, el zar de la obra pública, Marcelo Odebrecht, pasaba sus días preso. Así es como se puso a disposición. Esa decisión es la que ha colocado a Michel Temer al boder de la renuncia.

Más allá de cómo se defina la crisis, es muy difícil negar que esos dos apellidos -Odebrecht y Batista- ingresarán de manera ominosa en los libros de historia latinoamericana. Ninguno de los dos es político. El sesgo ideológico de ambos es irrelevante, ya que han sobornado a izquierdistas y derechistas: sus valijas cruzaban la grieta de lado a lado. Odebrecht y Batista son los nombres propios que identifican a dos de las familias de empresarios más poderosas de América latina. Los dos son delincuentes confesos.

Recibieron millones de dólares en créditos del Estado. Derivaron gran parte de ese dinero a sobornar políticos y financiar campañas a cambio de favores. Basta seguir esta saga para concluir que la idea de que la culpa de todo es de los políticos, al menos, merece ser matizada: en la dinámica destructiva que afecta al continente, su cultura empresaria ha jugado también un rol. En Brasil, a esto lo llaman "el sistema de gobernabilidad corrupto". En idiomas más primermundistas se aplica el término governance.

Desde que, en los 90, la corrupción pasó a ser uno de los hechos malditos en la Argentina y en Brasil, la coartada de políticos y empresarios fue sencilla: echarle la culpa al otro. Los empresarios sostenían que solo podían crecer si se adaptaban al clima ético que se establecía desde el Estado: sobrevivían solo los que coimeban, los que repartían valijas. Los políticos, por su parte, argumentaban que es muy difícil no quedar presos de un sistema empresarial que destina millones a financiar carreras de los funcionarios más dóciles, que entonces corren con enorme ventaja porque tienen quién les pague las campañas, entre otras cosas. La crisis brasileña expone de manera muy cruda que cualquiera de los dos enfoques es reduccionista. Nadie discutiría la culpa de los políticos. Pero es extraño, o quizá no tanto, que el fervor del debate decaiga cuando apunta a los empresarios.

Hace dos meses, el frigorífico JBS, cuyo dueño es Batista y que creció exponencialmente en el período petista gracias a los créditos del BNDES, fue el protagonista de una noticia mundial: la Justicia brasileña decidió realizar 28 allanamientos contra distintas sedes y domicilios privados de sus ejecutivos, al detectar que la empresa sobornaba a funcionarios para que le permitieran distribuir carne procesada sin el adecuado control sanitario. En este sentido, la tropa de Batista se diferencia solo por cuestiones de estilo de la que responde al Chapo Guzmán en Sinaloa. Su gente sobornó funcionarios para distribuir carne en mal estado consumida por familias. Algunas investigaciones sostienen que ese producto estaba tratado con productos cancerígenos. ¿Qué otro dato hay que agregar para concluir que los valores que guian a su empresa son estremecedores? Mientras hacía estas cosas, Batista era recibido como una eminencia en los foros empresarios: la plata, se sabe, compra cualquier cosa. Todo un triunfador, nada que ver con un cuatrero o un pirata del asfalto.

Si Lula quería llegar al poder y transformar el Brasil, debía aliarse con el PMDB, y aceptar todas sus prácticas corruptas, y admitir a un personaje como Temer en la vicepresidencia del Brasil. ¿Era el único camino? ¿Valía la pena recorrerlo? ¿En qué momento ocurrió que, de la resolución de ese dilema en favor del pragmatismo, se derivó en un aceitado sistema de corrupción donde cientos de millones iban de las empresas privadas a las arcas del PT? Si Odebrecht quería seguir construyendo obra pública, no tenía otro remedio que sobornar a los presidentes latinoamericanos.¿No podía denunciar lo que ocurría? ¿No se le ocurría que todo ese dinero podía ir hacia otro destino? Así las cosas, los unos y los otros pasan a formar parte de un entramado donde es muy difícil determinar quién y dónde empezó todo, una vez que el soborno, la coima, se extiende por todos lados.

Governance, le dicen.

Gobernabilidad.

La tragedia de Once es un ejemplo argentino tan doloroso como didáctico para entender esto. La Justicia dictaminó que eso ocurrió porque hubo complicidad entre los empresarios de transporte más poderosos del país con los funcionarios del área que debía controlarlos. Mientras los unos vaciaban la empresa, los otros les perdonaban la falta de inversión y seguían derivándole subsidios. Ignoraban, así, las advertencias sobre la inminencia del desastre. Están todos condenados. ¿Quien era más culpable? ¿Cirigliano o Jaime? ¿Odebrecht o Lula? ¿Batista o Temer?

Una de las mejores notas publicadas sobre el escándalo de los Panamá Papers fue firmada por Hugo Alconada Mon y detallaba cómo los principales empresarios del país aparecían en cuentas off shore. ¿Algún político los obligó a eso? ¿Es la inestabilidad argentina la que obliga a los empresarios a fugar dinero, o la conducta fugadora de los empresarios es la que produce la inestabilidad? ¿El huevo o la gallina?

En estos días, el mundo político, económico y periodístico argentino espera en tensión los cien nombres de las personas que, según el imperio Odebrecht, habrían recibido sobornos en la Argentina. Mientras tanto, es muy natural formular una pregunta obvia: ¿el escándalo estalla en Brasil porque allá son más ladrones? ¿O estalla allí porque la Justicia va a fondo? ¿Es un defecto la crisis de su sistema o una virtud la caída de la impunidad? Por alguna razón, a ninguno de los sectores políticos mayoritarios argentinos se los ve muy interesado en aprobar una batería de leyes como la que Dilma Rousseff mandó al Parlamento, y luego de la cual se gatilló la cadena de confesiones. Los cien nombres serán una anécdota muy jugosa, pero apenas eso, si no sirven para cambiar el criterio de gobernabilidad que, en nuestros países, se parece demasiado a la mafia.

Otro de los elementos de la crisis brasileña que contradice el discurso dominante del sector empresario se refiere a la solución fiscalista de los problemas actuales tanto de Brasil como de la Argentina. A decir verdad, el actual ajuste en Brasil se inaugura con el segundo mandato de Dilma. Los resultados fueron demoledores tanto en términos políticos como económicos. Desde entonces, la economía cayó vertiginosamente y el Gobierno perdió su ase de apoyo. No se solucionó ningún problema con el ajuste: se acentuaron todos. Cuando se produjo la destitución de Dilma, muchos de los analistas que suelen expresar el deseo de los mercados celebraron la inminente solución a la crisis brasileña: el ajuste se profundizaría y, entonces, la economía despegaría. Sucedió lo contrario: se hundió de nuevo y así termina Temer. La receta del ajuste o del shock, que tan fácil se recomienda desde los sectores del poder económico, no suele tener los resultados deseados y, en cambio, puede destruir gobiernos: los brasileños ya lo saben, aunque persisten en el error, y los gobernantes argentinos epiezan a leer con mayor agudeza los desastres que provocan los fanáticos del ajuste.

Mientras tanto, América latina anda a los tumbos, entre otras razones, por la existencia de una clase empresaria venal y oportunista que, como lo hizo el frigorífico de Batista, hace una diferencia enorme en las épocas de vacas gordas, y provoca destrozos cuando los tiempos empeoran. Mientras tanto, creen que el delito solo está vinculado a los ladrones de ganado y a los asaltantes de bancos.

Hasta que un día cambia todo.

Lo maravilloso de la vida es justamente eso: que te da sorpresas.

Aunque siempre hay diferencias. Probablemente, Michel Temer termine preso. Batista ya huyó y está comodamente instalado en su departamento en Manhattan, exactamente frente al magnífico Museum of Modern Arts. Como se sabe, la carne es débil.

 

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