

Texto y fotos: Jesica Mateu
Cape Town, en la costa oeste de Sudáfrica, es una síntesis de las mejores virtudes de las ciudades del mundo. Cosmopolita y dinámica, la habitan mestizos, negros y caucásicos –muchos de ellos descendientes de holandeses e ingleses, dado su pasado colonial–, lo que resulta en una interesante fusión de culturas plasmadas en la actitud abierta y desprejuiciada –por oposición a su historia segregacionista– de sus residentes. La multiculturalidad está también representada en la gastronomía, la arquitectura y hasta en el diseño. No por nada Ciudad del Cabo o Kaapstad –en afrikáans– fue elegida la Capital Mundial del Diseño 2014.
Es, además, dueña de una geografía tan hermosa como variada. Playas impecables de extensas arenas blancas, con olas que invitan al rélax pero también a la adrenalina de la mano del surf y demás deportes náuticos, se enfrentan a robustas montañas, abruptos acantilados y destacadas formaciones como el Pico del Diablo y la Cabeza de León, que se observan desde casi todos los puntos de la ciudad. Asimismo, la fauna y la flora que se despliegan a pocos metros del acelerado ritmo urbano hacen de Cape Town un lugar donde la naturaleza aporta mucho más que su mágico equilibrio.
Así, la capital legislativa (Pretoria es la gubernamental y Bloemfontein la judicial) de Sudáfrica se consagra como un destino que ofrece atractivos para todos. Los más sibaritas encontrarán allí una nutrida gastronomía con un amplio abanico de platos étnicos estelarizados por pescados y mariscos (de hecho, la principal actividad económica de la ciudad es la pesca). También se destaca en los alrededores una creciente vinicultura con etiquetas de alto vuelo. Tanto, que Sudáfrica es reconocida en la industria como uno de los principales países productores de vinos del Nuevo Mundo, junto con la Argentina, Chile, Australia y Nueva Zelanda, entre otros. Pinotage, por ejemplo, es una uva originaria de esas latitudes, muy apreciada por ofrecer notas frutadas sin igual. Otra bebida espirituosa que goza de un creciente prestigio es el Amarula, un licor cremoso que se elabora con los frutos del árbol marula, que crece en sus sabanas: si se lo sirve con crema de menta, se obtiene el springbok, trago muy popular.
Así, dentro y fuera de Cape Town, los atractivos son tantos que bien vale dedicarle un número considerable de días para tildar la lista completa, alquilando un automóvil o una 4x4 para administrar el tiempo e incluso nutrirse de momentos en los que se contempla el todo y la nada.
Geografía divina
¿El mar o la montaña? La duda pierde sentido en Cape Town. No es preciso elegir, ya que ambos están al alcance. Es que, en las afueras de la hermosa ciudad, numerosas playas y acantilados se suceden sin pausa. Las playas más cercanas son las de Camps Bay. Sobre el acantilado que las enfrenta se hallan exclusivas mansiones que gozan de una vista privilegiada. Otras playas, quizás un poco más cálidas, son las que están en False Bay, destacándose Mulzenberg, Kalk Bay, y las de los alrededores de Simon’s Town.
Otro de los atractivos principales e ineludibles –incluso para quienes ya visitaron la ciudad en anteriores ocasiones– es el Parque Nacional Table Mountain, que alberga íconos como Chapman’s Peak, desde donde emociona una vista infinita; Cape of Good Hope, donde vale la pena ascender a pie –es un trayecto sin dificultades– para tener un panorama del que cuesta desprenderse; y Cape Point, donde los océanos Atlántico e ndico se encuentran, se aceptan y se amalgaman. Precisamente allí, a 249 metros sobre el nivel del mar, se halla un pintoresco faro que data de 1488 y que fue construido para orientar a los barcos que, hasta entonces, solían chocar contra Cape of Needles, el extremo sur del continente. Otro lugar emblemático del parque es, precisamente, Table Mountain, una de las nuevas 7 maravillas del mundo. Se formó hace unos 600 millones de años bajo el mar pero emergió por las fuerzas que ejercían las placas tectónicas, convirtiéndose, así, en una isla. Más tarde, el mar se retiró y Table Mountain terminó por unirse a la masa continental. Se alcanza su cima, de 1.067 metros de altura, gracias a un moderno teleférico que gira 360 grados sobre su eje para permitirles, a los 65 visitantes que transporta por vez, observar el paisaje desde todos los ángulos posibles. En la cumbre, la vista de la ciudad y de las bahías es un espectáculo en sí mismo... sólo disponible si el cielo está despejado. Desilusiona, en parte, cuando el día encapotado convierte a la cúspide en un enorme manto de neblina. Sin embargo, pocos minutos después, uno comprende que también tiene su encanto permanecer expectante hasta que alguna ventana natural se abra, por fin, para espiar el tan proclamado paisaje. De hecho, es habitual que las nubes conquisten la cima. Tanto, que existe una leyenda que señala que un pirata retirado encontró al mismísimo Lucifer en la montaña y, para salvar su alma, lo desafió a un concurso de fumadores de pipa: desde entonces, no dejan de batirse a un singular duelo de volutas convertidas en nubes.
Mitos aparte, lo cierto es que una caminata por la rocosa superficie es un paseo obligado en el que se pueden apreciar unas 1.460 especies de plantas, entre ellas la flor nacional, Protea, ejemplar de un vibrante colorido. Tampoco faltan lugares para detenerse a contemplar las bellezas naturales en silencio, sin molestarse por la fuerza del viento que casi nunca se ausenta de la costa oeste sudafricana. En ese ejercicio, la variedad de flora y la fauna que se extiende en los 221 kilómetros cuadrados del parque nacional es protagonista. No es difícil divisar ejemplares de baboons, monos autóctonos que llegan a medir unos 75 centímetros; y bonteboks, una especie de antílope –una de las más exóticas– típica de Sudáfrica y Lesotho, que, imponente, se destaca por su pelaje marmolado. También es habitual toparse con docenas de dassies, roedores africanos del tamaño de un gato regordete que viven entre las formaciones rocosas; así como con puercoespines, entre muchos otros animales. En el cielo, al menos 250 especies de pájaros danzan al ritmo de la brisa omnipresente...
A mitad de camino entre Cape Town y Cape Point es posible hallar acogedores restaurantes escondidos. Uno de los que goza de mayor reputación es Black Marlin, en las afueras de Simon’s Town. Se especializa en seafood y ofrece una nutrida carta de cocina contemporánea. Vale la pena detenerse, en primer lugar, porque siempre es oportuno aprovechar las chances para degustar la gastronomía en compañía de una cerveza bien helada, un vino sudafricano o una copa de champagne. En segundo lugar, porque este pequeño reducto gourmet ofrece una vista increíble de False Bay, donde el azul del océano se funde con el celeste naïf de un cielo infinito mientras que el verde de un prolijo jardín disputa protagonismo con las montañas graníticas que miran desde no tan lejos. Entre los frescos productos que se sirven allí, se destaca el crayfish, muy similar en sabor, textura y aspecto a la tradicional langosta, pero con la diferencia de que es un crustáceo sin pinzas. ¿Un menú ideal? Sopa de crema con langostinos, seguida de fideos caseros con salsa de crema y ajo con mejillones y gambas, más un fresco kingklip –pez autóctono de color blanco con tintes dorados– grillado y servido con trío de salsas, finalizando con el regional budín malva, un esponjoso pan con sirope de caramelo y helado de vainilla.
Para concluir la jornada, nada como acercarse a conocer la colonia de pingüinos e incluso avistar ballenas. Es que por False Bay pasan habitualmente las especies Brydes y Humpback en dirección a las costas de Mozambique, donde se alimentan. En ocasiones, además, es posible divisar delfines y, entre julio y noviembre, a las ballenas Southern Right, que se acercan a parir y a alimentar a sus crías. En la región también es posible hacer excursiones para encontrarse cara a cara, luego de descender a las profundidades, dentro de una jaula, con tiburones blancos, los más feroces del océan.
Back in the city
Si las afueras de Cape Town prometen geografías para explorar, la noche urbana es otra invitación al vértigo. Bares, pubs y discotecas están en pie hasta tarde. Muchos se despliegan en la turística y chic zona conocida como V&A Waterfront, en Green Point y en la bohemia y divertida Long Street. Esta última se transforma luego en Kloof Street, en cuyo número 68 brilla Asoka, uno de los clubes nocturnos más concurridos, en un ambiente tan descontracturado que incluye un enorme árbol con numerosas ramas que no molestan a nadie. Opciones gastronómicas impecables tampoco faltan en la ciudad. Una de ellas es Societi Bistró, en Orange Street, un reducto con ambientación pop y decó que se caracteriza por ofrecer un menú con influencia francesa en otoño-invierno e italiana en primavera-verano. Su propietario, el sibarita Peter Weetman, también es dueño de Societi Brasserie, un espacio elegante cuya identidad está dada por la gastronomía gala, los productos de estación y su cocina abierta.
Cuando otro día comienza, vale la pena retomar el paseo por las bulliciosas y ondulantes calles de Cape Town. Bo-Kaap –también conocido como Malay Quartier– es el barrio ubicado a los pies de Signal Hill, donde se extiende un conjunto de construcciones en tonos pastel. Allí se instalaron, en el siglo XVIII, las colonias de esclavos oriundos de Indonesia, Madagascar y Malasia que, en su mayoría, adoptaron la religión musulmana. Aquellos hombres que sufrieron tanto pudieron, a partir de la abolición del vasallaje, dedicarse a actividades como el artesanato y la gastronomía. De hecho, sus descendientes mantienen vivo el legado de sus recetas especiadas, nacidas de la amalgama de culturas. Por eso, dar un paseo por aquellas tranquilas callecitas es, de algún modo, adentrarse en la historia de Cape Town también con el paladar.
Otro atractivo urbano es el jardín botánico Kirstenbosch, el mayor de los 8 que hay en Sudáfrica y uno de los más bellos del mundo. Se destaca por sus 470 hectáreas de vegetación natural de la región. El impresionante acuario Two Oceans, por su parte, permite conocer más sobre la fauna oceánica del área. Y también está el Green Market, en pleno centro urbano, donde decenas de puestos comercializan esculturas en madera, máscaras, vasijas, instrumentos musicales, adornos, collares, pulseras y aros confeccionados por distintos grupos étnicos.
Finalmente, frente a V&A Waterfront se encuentra la isla Robben Island, que adquirió fama por ser allí donde Nelson Mandela fuera injustamente encarcelado durante 27 años a propósito de su lucha contra el apartheid. El lugar es, desde 1997, un enorme museo nacional al que se accede mediante ferries que parten desde Nelson Mandela Gateway. La excursión al sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco demanda por lo menos 3 horas, incluyendo los 30 minutos de cada uno de los viajes de ida y vuelta, aunque se sugiere dedicarle una jornada completa. El tour permite recorrer la antigua prisión de máxima seguridad, interactuar con un ex prisionero político, disfrutar de unos 45 minutos de visita guiada en bus. Como bonus track, existe la posibilidad de explorar Murray’s Bay Harbour, donde se halla una ermita musulmana y el gift shop con memorabilia en honor al Nobel de la Paz.











