"Una buena razón para dedicarse al periodismo gráfico es que no hay que madrugar"

. Con esa frase, Sergio Olguín, empieza su nueva novela,

La fragilidad de los cuerpos

(Tusquets editores). Y por si hiciera falta, lo aclara unas líneas más adelante Verónica Rosenthal, periodista gráfica protagonista de la historia:

"Las putas y los periodistas nos levantamos tarde".

Rosenthal, porteña de unos treinta años, trabaja en ‘Nuestro Tiempo‘, una revista de actualidad de la ciudad de Buenos Aires. Con hambre y actitud de vender una buena nota de tapa a su editora, un día se le da por seguir una pista: el suicidio de un maquinista del ex Ferrocarril Sarmiento.

Esa noticia, que no pasaría de ser una ‘nota breve‘ de la sección Policiales, se convertirá en la punta de un iceberg que la llevará a descubrir a través de un un juego macabro (apuestas sobre las vías del tren con niños pobres como carnada) el complejo mundo de las mafias ferroviarias, la complicidad política y policial y la podredumbre sindical.

A un año de la masacre de Once y a poco más de dos del asesinato de Mariano Ferreyra, el de Olguín podría ser un relato urgente sobre las vías de los ferrocarriles argentinos. Pero a

La fragilidad de los cuerpos

también la atraviesa una intensa historia de sexo y amor: la de Verónica y Lucio. Un maquinista casado y con hijos, que además de ser la fuente clave en la investigación periodística, se convierte en el amante de la periodista.

Ya sea para amar o para matar, los cuerpos, la sangre y la violencia, la pulsión sexual y la punción sádica, están presentes a través de un narrador que cuenta el mismo hecho desde las diferentes miradas de los personajes. Recurso que le da al relato un dinamismo mayor y a quien lee, la posibilidad de tener las diferentes perspectivas de un mismo hecho, sin que eso signifique darle al lector la novela digerida.