"Parece una manteca", le dijo una vecina tras probarlo. Hace poco había empezado a vender en el barrio su nueva creación envuelta en papel metalizado y celofán. Al morderlo instantáneamente se deshacía y dejaba un rastro salado en el paladar, aunque se trataba de un postre.
Pero a Miguel Georgalos esas palabras de aquella vecina le habían quedado marcadas y decidió tomarlas como inspiración para bautizar a su golosina. El Mantecol hoy es un clásico de los kioscos y las fiestas que se expandió a otros países y conquistó incluso Canadá.
Georgalos había nacido en Grecia, aunque conocía de cerca la cultura de Medio Oriente por el trabajo de su padre. De buen paladar y ávido de probar cosas nuevas, ahí se había fanatizado con un postre de pasta de sésamo llamado halvá. Vivió en varias partes del mundo hasta que recaló en Polonia, donde desarrolló sus conocimientos como pastelero en el rubro gastronómico.













