

Los funcionarios nacionales insisten en reescribir los libros de historia y economía universal. Ya no sólo niegan la relación de causa-efecto entre la emisión monetaria y la inflación, sino que ahora aseguran que la devaluación no tiene porqué afectar los precios domésticos, en un contexto de bajo desempleo.
Eso podría llegar a ocurrir en un país que no comercializa con el mundo y que se autosatisface. Claramente este no es el caso de la Argentina, cuyo sector industrial es un fuerte demandante de insumos importados; y, más recientemente, de la aspiradora de importaciones en lo que se ha convertido nuestro sector energético. La evidencia histórica y la lógica no sólo demuestran que la transmisión existe y se acelera en contextos inflacionarios, sino que existen ganadores y perdedores cuando la devaluación nominal no es empardada por el aumento de precios. Claramente, los sectores exportadores mejoran y los trabajadores empeoran. El aparato del Estado puede mejorar si sus recursos están atados al comercio y su deuda en moneda extranjera no es tan significativa. Es en este marco que nos preguntamos cómo afecta la devaluación a YPF, nuevo (viejo) estandarte del modelo nacional y popular.
El gerente general de la empresa ha sabido lidiar con un contexto turbulento, y merced a acuerdos que han dolarizado la oferta de energía, tanto en el precio del gas en boca de pozo como en el precio de surtidor de los combustibles líquidos, ha conseguido la venia de la comunidad financiera internacional a fuerza de buenos resultados operativos. De aquí en adelante, sin embargo, se abren algunos interrogantes. Muchos de ellos también han sido anticipados por la caída en el valor de la acción.
En definitiva, si Galuccio optase por seguir las recomendaciones del Jefe de Gabinete, el traspaso de la devaluación de la empresa que controla más de la mitad del mercado de combustibles sería menor y de esta manera habría una especie de triunfo discursivo. Los economistas-militantes podrían sostener con un ejemplo concreto esta nueva teoría. El problema es que el resultado de YPF se vería seriamente afectado, ya que no podría compensar sus mayores costos de importación de energía con mayores ingresos, lo que afectaría la gestión de la compañía. Por otro lado, si se produce un reacomodamiento de los ingresos, por un traslado a precios de los costos mayores, tanto sean pagados por los usuarios finales como por subsidios públicos (en el caso del gas natural), habrá de producirse una flagrante contradicción entre el modelo teórico y la evidencia de la calle, como ya viene ocurriendo.
Entre la espada y la pared, Miguel Galuccio se encuentra en una disyuntiva. Si opera como militante debe resignarse a una caída del resultado de la empresa; si trabaja como CEO de su compañía, corre el riesgo de enfrentar la retórica oficial. En definitiva podría quedar atrapado por un dilema ya planteado por la poesía revolucionaria de los años 70 que tanto reivindica el oficialismo: Me matan si no trabajo y si trabajo me matan. Ojalá que nada de esto suceda con el funcionario más razonable con que cuenta este gobierno.










