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Diciembre trae balance. Métricas cumplidas, proyectos cerrados, números que suben o bajan. Pero entre tanto Excel y PowerPoint, hay una pregunta que pocos se hacen: ¿todo lo que funcionó este año realmente te sirvió?

Porque no es lo mismo funcionar que servir. Funcionar es producir resultados. Servir es acercarte a la vida que querés vivir. Y esta distinción, aunque parece filosófica, es brutalmente práctica.

Cuando aguantar se confunde con crecer

La cultura empresarial glorifica la resistencia. “Aguantás o te vas”, dicen. Aguantás el ritmo, la exigencia, la estructura que “da resultados”. Sos profesional, sos responsable, sabés sostener.

Hasta que un día te das cuenta: estás sosteniendo cosas que dejaron de tener sentido. Un cliente que paga bien pero te agota. Un proyecto exitoso que no te desafía. Una sociedad funcional que te limita. Una estrategia efectiva que ya no conecta con tu propósito.

El problema no es que estas cosas no funcionen. El problema es que funcionan tan bien que justifican quedarte. Y ahí es donde muchas veces la vida que querés vivir, esa por la que empezaste a emprender, se empieza a romper.

Las métricas que no dicen toda la verdad

Hay muchas formas de medir el crecimiento. En facturación, en equipo, en estructura, en márgenes. Podés terminar el año con todos esos números en verde y sentir que algo no cierra.

Porque estamos acostumbrados a accionar en automático, a aceptar lo que funciona porque sí. Si los números cierran, seguimos. Si el cliente paga, renovamos. Si el formato da resultados, lo repetimos.

Pero acá está la trampa: ¿qué pasa cuando ese crecimiento te aleja de la vida que querés vivir? ¿Qué sentido tiene escalar si te drena? ¿Realmente funciona algo que te consume?

Hay años que no son lineales. Que no se tratan de sumar más facturación o más clientes. Son años que se tratan de romper, de incomodar, de recalcular. Y eso, aunque no aparezca en el balance, también es crecer.

Todos los años con mi equipo hacemos este análisis: qué salió bien, qué pudimos hacer mejor, qué aprendimos. No solo miramos números. Miramos energía. Miramos coherencia entre lo que construimos y cómo queremos vivir. Son preguntas clave para entender el avance real, no solo el aparente.

La única métrica que importa en diciembre

Cerrá los ojos y hacete esta pregunta: lo que estás haciendo hoy, ¿te acerca o te aleja de la vida que querés vivir en 2026?

No hablo de tus metas de facturación. Hablo de tu vida real. Las horas que pasás con tu familia. La energía que te queda al final del día. La libertad para elegir proyectos. La posibilidad de tomarte tres semanas de vacaciones sin que todo se caiga. La tranquilidad de dormir sin pensar en problemas operativos.

Si tu respuesta es “me aleja”, tenés dos opciones: seguir aguantando porque “funciona” o tener el valor de recalcular.

Recalcular no es abandonar. Es entender que soltar lo que no sirve crea espacio para lo que sí. Que crecer no siempre significa hacer más, a veces significa hacer diferente. Que no todo lo que da resultados merece tu tiempo.

Para 2025: claridad y valor

Este cierre de año te propongo cambiar el balance típico. Dejá de medir solo lo que lograste. Medí también lo que sostenés que no te sirve.

¿Qué clientes mantuviste por inercia? ¿Qué procesos repetiste porque “siempre se hizo así”? ¿Qué decisiones postergaste porque implicaban soltar algo que funciona?

El año que entra necesitás dos cosas: claridad para definir qué vida querés vivir y valor para construirla. No para impresionar. No para cumplir expectativas externas. Para vos.

Y estas son algunas preguntas que pueden sumar a tu cierre anual:

  • ¿Qué sostuve este año solo porque “funciona”, aunque no me acerca a donde quiero estar?
  • ¿Cuál es la diferencia entre mi vida ideal en 2026 y lo que estoy construyendo hoy?
  • Si tuviera que soltar una cosa en 2025 que me dé resultados pero no me sirva, ¿qué sería?
  • ¿Estoy midiendo mi éxito con las métricas correctas o solo con las obvias?

Al final de cuentas, siempre se trata de pasar a la acción.