

Sábado vísperas de elecciones generales en Brasil: "ele não" (él no); "él jamás"; "él sí"; "fuera comunistas". Los gritos se entrecruzan en un pulmón de manzana del barrio carioca de Flamengo, zona sur de Rio de Janeiro. Una región donde reside buena parte de la clase media y media alta de la ciudad turística más conocida del país. Se llega a las elecciones en el marco de una gran tensión social. Los dos candidatos con mayor intención de votos tienen altísimos niveles de rechazo. Jair Bolsonaro y Fernando Haddad representan dos sentimientos que nada tienen de positivo en el imaginario social: el odio y el miedo.
El domingo, los brasileños llegaron a las urnas hastiados de todo lo que representan los partidos tradicionales. Con mayor fuerza, rechazo al el Partido de los Trabajadores, cuyo líder, el ex presidente ¨Lula¨ da Silva, paradójicamente favorito en todas las encuestas, no pudo participar por estar preso por corrupción pasiva y lavado de dinero en la causa del Lavajato.
Frente a ese esquema, todo lo que sea outsider al sistema tradicional, sería muy bien recibido. Y eso fue lo que recogió el candidato de ultraderecha ayer en Brasil. Bolsonaro representa todo lo que está mal en materia de valores democráticos en pleno SXXI. Manifestarse públicamente en contra de las mujeres (lo hizo hasta con su propia hija al decir que como nació después de 4 varones, "se trató de un descuido, una debilidad)", de negros, pueblos originarios y del colectivo LGBTI no hizo mella en la cantidad de votos recogidos.
Cuando ayer empezaron a verse los primeros guarismos que lo daban como favorito, inclusive en primera vuelta, el pavor trepó a los rostros de un grupo de amigos que esperaban los resultados frente a una pantalla de TV en un bar de Ipanema. "Tengo mucho miedo, soy mujer", decía una joven que, tapándose la boca y con los ojos llenos de lágrimas, mientras miraba atónita el escrutinio. "Con toda la violencia que ya hay en Rio, se imaginan lo que puede ser la libre portación de armas, una guerra civil", acotaba otro. No faltó quien bromeara con el "Fica Temer", haciendo referencia al "Fora (Michel) Temer", el grito que desde 2016 se escucha para referirse al más impopular de los presidentes que tuvo Brasil desde la vuelta de la democracia.
No hubo festejos hacia el final de un domingo gris y lluvioso. Y no fue justamente por la relativamente baja temperatura que hizo, de forma atípica, en la ciudad del verano eterno. El miedo trepó hasta las más altas esferas. No lo pudieron disimular los candidatos que no participarán del ballotagge, Marina Silva, Ciro Gomes y Gerardo Alckmin. Mucho menos lo disfrazó Fernando Haddad, que tiene 15 días para revertir esos resultados: "Es la elección más rara que enfrentamos desde 1989. Está en juego la Constitución de 1988".
También es paradójico que quien más votos obtuvo en la economía más grande de Sudamérica, señale que "nada va a cambiar en Brasil a través del voto, sólo va a cambiar el día que hagamos lo que el régimen militar no hizo: matar unos 30.000".
Entre los dos sentimientos ¨anti¨, en Brasil ayer el odio tuvo más fuerza que el miedo. Tal vez sea porque el primero te hace actuar y el segundo te paraliza.













