La frontera final: ¿hay lugar para la Argentina en la exploración espacial?
La exploración espacial tuvo importancia geopolítica durante buena parte del siglo 20. Hoy, los Estados se repliegan y abren paso a los privados que, no sin astucia, lograron optimizar costos y encontrar maneras más eficientes de llegar a las estrellas. ¿Hay lugar para la Argentina esa constelación de compañías y emprendedores?
Hay una frase apócrifa del economista y Premio Nobel Simon Kuznets: "Existen cuatro clases de naciones: países desarrollados, países en desarrollo, Japón y la Argentina". La excepcionalidad argentina se extiende más allá de la cuestión económica y muchas veces es motivo de orgullo.
Como dice la canción: "la calle más larga, el río más ancho, las chicas más lindas del mundo, el dulce de leche, el gran colectivo, alpargatas, soda y alfajores", Pero es más que eso: es el e-commerce más grande de América latina, cuna de ya siete unicornios, hogar de cinco Premios Nobel, del Conicet y de las tantas investigaciones de categoría mundial hechas desde un laboratorio sin insumos.
La Argentina es un electrocardiograma siempre cerca del infarto; que se debate entre cifras terribles de pobreza infantil (63 por ciento cuando finalizó 2020, según datos del Indec) y la capacidad de poner en órbita satélites de telecomunicaciones (el primero en América latina, en 2014) y de investigación que destacan al país por sobre sus vecinos.
Hoy, y además del hito que significó la exitosa misión Saocom que involucró al sistema científico espacial, liderado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) e INVAP, el país es parte de la movida Newspace - la incursión privada en el espacio, cuyo exponente más conocido es el volátil multimillonario Elon Musk-.
En primer lugar está la empresa Satellogic, que está a punto de alcanzar la categoría de unicornio y que va en camino a cotizar en la bolsa estadounidense, pero también con proyectos más incipientes como LIA Aerospace, TLON Space y Novo Space, entre otros.
Ya no son solo satélites, cuya industria local sigue avanzando. Ahora, empresas argentinas, tanto estatales como privadas, apuestan a desarrollar un lanzador propio de una vez por todas, tras años de frustraciones.
Y no solo eso: también se proponen generar productos y servicios a la industria espacial global. Lo que empezó con la industria espacial estatal y una serie de proveedores privados, ahora se convirtió lentamente en un ecosistema local que, sin embargo, tiene que mirar sí o sí al exterior para poder continuar con su crecimiento.
Nueva tendencia
Este nuevo fenómeno tiene su epicentro en los Estados Unidos, donde aparecieron SpaceX, Blue Origin, Virgin Galactic (del millonario Richard Bramson, que hace pocos días hizo su primer vuelo), aunque también marcan un movimiento hacia lo comercial desde la Agencia Espacial Europea y de jugadores dentro de China con fuertes ligaduras con el gobierno central y la India, además de Rusia, que viene comercializando sus vuelos desde hace años, paradójicamente con los Estados Unidos como su mejor cliente.
Las fuentes de financiamiento de esta industria de capital intensivo incluyen bancos y también fondos de inversión específicos, como el Space Fund, del que ya participa la empresa argentina Novo Space.
La industria no deja de crecer: si bien se suponía que la pandemia iba a afectar fuertemente a la industria espacial, el 2020 se llegó a la friolera suma de US$ 8.900 millones y 24 "exits" en empresas de infraestructura y tecnología espacial, de acuerdo a datos publicados por Dylan Taylor, CEO de Voyager Space Holdings.
Pablo de León, tal vez el argentino más conocido cuando de cuestiones del espacio se trata, es ingeniero aeroespacial y tiene un largo currículum. Fue el primer argentino (y segundo latinoamericano) en volar en gravedad cero en 1997,y estuvo a cargo de la tratativas con la agencia espacial india (ISRO) para el lanzamiento del satélite educativo argentino Pehuensat-1, construido por la Universidad Nacional del Comahue y que llegó a órbita en 2007.
En la actualidad, dirige el Laboratorio de Trajes Espaciales de la Universidad de North Dakota, en los Estados Unidos, y es investigador en el Departamento de Estudios Espaciales de esa universidad. Es decir, trabaja en la Meca de las actividades espaciales y sabe una cosa o dos sobre el negocio.
"Hay un montón de jugadores nuevos que se están incorporando a una industria que era tradicionalmente de los Estados. Son empresas nuevas que hacen cosas que ni la NASA puede hacer y que contribuyeron a disminuir los costos de lanzamientos y de puesta en órbita", cuenta en charla con Infotechnology.
"Lo que las agencias gubernamentales tardaron décadas, ahora las empresas newspace hacen en pocos años. El cohete SLS con el que la NASA quiere llegar a la Luna parece de hace 50 años, mientras SpaceX reutiliza el mismo cohete una y otra vez", dice.
"Hay ingenieros que trabajaron 25 años en el mismo proyecto, eso se ve cada vez menos. Hoy, en el Centro Espacial Kennedy el 30 por ciento de las camionetas que ves en el estacionamiento son de SpaceX, el 20 por ciento de Blue Origin [N. de la R.: la empresa de transporte espacial fundada por Jeff Bezos], 30 por ciento de otras y el resto de la NASA. Yo estaba ahí cuando este cambio empezó. Al principio se los veía como ‘pibes sin experiencia' pero a la vez la agencia le dio los fondos a SpaceX y le transfirieron tecnología como el sistema de paracaídas o el escudo térmico que hoy usa la nave Dragon", marca.
La idea detrás es que los privados hagan los vehículos y que la NASA piense en el largo plazo, en volver a la Luna y en llegar a Marte. Volviendo al SLS, su lanzamiento costará US$ 2.000 millones y llevará la misma carga útil que un SpaceX. Si bien la matriz de inversión estatal tardará en cambiar porque los congresistas votan el presupuesto con una lógica electoral (es decir, tienen en cuenta donde se construyen las partes del cohete para llevar agua para el molino de sus estados), esto eventualmente va a cambiar.
"No se puede frenar el progreso, lo que pasó en NASA es claro", se extiende de León. Lo que seguro no va a suceder, agrega, es que los Estados Unidos dejen de lado su lugar como potencia espacial. "Si un candidato dice que va a cerrar la NASA, no lo vota ni su mamá", grafica el ingeniero argentino.
"Newspace es toda una revolución", marca el astrónomo Cesar Bertucci, que en 2004 fue parte del equipo que analizó los datos obtenidos por la sonda Cassini de la NASA al pasar el satélite Titán de Saturno. "Son empresas que se pueden sumar rápidamente al desarrollo de componentes de bajo costo e integrarse con otras empresas de características similares."
Las iniciativas estatales
El desarrollo espacial argentino está regido por el Plan Espacial, cuyos principales objetivos son la exploración del espacio y la creación de vectores para lanzar satélites fabricados en el país.
El primer Plan Espacial fue aprobado en 1994, fecha que se declaró a la actividad espacial como política de Estado, con foco en generar un alto impacto y beneficio para el desarrollo social, ambiental, económico-productivo, científico, tecnológico y académico.
La primera versión cubrió el período 1995-2006 y contó con dos revisiones posteriores, en 1997 y en 2004, con una actualización en 2010, que le dieron continuidad a las cuatro misiones de la serie SAC, la constelación Saocom, el desarrollo de estaciones terrenas y centros espaciales para seguir estas misiones, los lugares para construir, probar y ensamblar satélites, y la formación de los recursos humanos necesarios para el desarrollo de la actividad espacial en el país. En estos meses, además, la Conae se embarcó en la actualización del plan espacial argentino.
En el marco de ese plan, y luego de la exitosa construcción y puesta en órbita de la constelación Saocom 1a (lanzado el 7 de octubre de 2018) y 1b (lanzado 30 de agosto de 2020), vía cohetes Falcon 9 de SpaceX, el futuro está en los satélites SABIA-Mar.
Se trata de una futura constelación de dos satélites argentina-brasileña que, tras una serie de "ruidos políticos", cada país emprenderá por separado (originalmente la Argentina construiría la carga útil mientras que Brasil iba a proveer el segmento de vuelo, pero finalmente cada país fabricará todo por su lado).
El objetivo de la misión es el estudio de la biósfera oceánica, sus cambios en el tiempo y cómo reacciona y afecta a la actividad humana, según puede leerse en el documento del plan espacial.
Se centrará especialmente en el monitoreo de los océanos, los estudios de su ecosistema, el ciclo del carbono, los hábitats marinos y el mapeo. "Son todos temas relacionados al cambio climático", explica el ingeniero Raúl Kulichevsky, director ejecutivo y técnico de la Conae tras el retiro de Conrado Varotto, que mantuvo su cargo entre 1994 (cuando la comisión fue creada) y mayo de 2018, y que ahora es un asesor.
"Además, vamos a dar soporte a la industria pesquera y al control del Mar Argentino", agrega. El lanzamiento se espera entre el último cuatrimestre de 2023 y el primero de 2024.
"Se demoraron las compras durante el Gobierno anterior pero se avanzó en la ingeniería, hoy hay más energía", comenta Fernando Hisas, ex gerente de Proyectos de Conae, que hace poco le dejó su lugar a Josefina Perés y ahora es asesor de la comisión.
"Los proyectos estatales se central en el cambio climático y controlar el mar argentino", Raúl Kulichevsky, presidente de la CONAE.
Por otro lado, la agencia argentina ya está trabajando en la siguiente generación de Saocom para adaptarlos a las nuevas tecnologías y los nuevos desarrollos. Y también con un proyecto que tienen en carpeta desde hace un tiempo: satélites de arquitectura segmentada que no pudieron desarrollar en los últimos años por restricciones presupuestarias.
"No es una constelación de satélites iguales sino que estos van a generar mayor revisita [N. de la R.: se refiere a la periodicidad con que un satélite capta imágenes de una misma zona], nos va a permitir combinar instrumentos para conseguir lo mismo que con un Saocom de varias toneladas. Se trata de una plataforma de multiservicios multipropósito y ágil que está relacionada con el diseño de nuestros propios vehículos lanzadores", desarrolla Kulichevsky, un ingeniero aeronáutico recibido en la Universidad Nacional de La Plata. Serán, explica, satélites pequeños de hasta 750 kilos para órbitas bajas de observación de la Tierra que podrán ser llevados al espacio por los vehículos Tronador.
Justamente este proyecto, el Tronador, viene desde la primera revisión del plan espacial en 1995, pero cobró vida real en 2007, cuando Conae y la empresa estatal VENG firmaron el contrato para que se encargue de la construcción del vector, llamado Tronador II, y luego reemplazado por el Tronador III.
"Si bien nunca detuvimos el desarrollo del Tronador, también pasó por una etapa presupuestaria difícil. Ahora estamos reevaluando los tiempos, y con una buena financiación podemos volver a acelerar el desarrollo de lanzadores que puede tomar cuatro años. En el medio tendremos varios vuelos con vehículos experimentales", marca José Luis Randazzo, gerente general de VENG.
El gerente entiende que el parate presupuestario de los últimos años significaron también un costo altísimo en capital humano, no solo en la Conae o en VENG, sino en todo el ecosistema.
"El primer vehículo esperamos tenerlo en cuatro años y el segundo, en ocho", reitera. Randazzo cuenta que VENG participó en el Saocom, primero haciendo la ingeniería para integrar la antena radar a los satélites, lo que necesito de unas 100 personas y además sumar el trabajo de la Comisión Nacional de Energía Atómica, y otras empresas nacionales e internacionales. VENG también comercializa las imágenes del Saocom 1a (el 1b aún no llegó a su etapa operativa) y opera la estación terrena en Córdoba que sigue a todos los satélites nacionales.
La empresa también ofrece servicios al sector privado, gracias a sus capacidades técnicas y tecnológicas, como ser, los distintos laboratorios de los que dispone: de integración y ensayos electrónicos, de compatibilidad electromagnética, de ensayos mecánicos, de termovacío y de integración mecánica, entre otros.
En 2020 y a comienzos de la pandemia, las fabricantes de respiradores artificiales Tecme y Leistung (las más importantes del país) se apoyaron en los servicios de VENG para buscar el reemplazo de componentes de origen importados que son utilizados en la fabricación de estos equipos, explica Juan Pedro Riva, gerente de Gestión Integrada en VENG.
El tercer actor central en la pata estatal del ecosistema espacial argentino es la empresa de alta tecnología INVAP. Nacida en 1976 como un proyecto de egresados del Instituto Balseiro en Bariloche, hoy se dedica al diseño, integración, y construcción de plantas, equipamientos y dispositivos en áreas de alta complejidad como energía nuclear, tecnología espacial, tecnología industrial y equipamiento médico y científico.
El área espacial en la empresa nació en la década de 1990 tras la formación de la Conae y venía con una serie de capacidades conseguidas a la luz de la industria nuclear que tenían aplicación en desarrollos espaciales.
La compañía rionegrina ha construido todos los satélites lanzados por Conae así como los dos Arsat de telecomunicaciones. "Más allá de los skills técnicos que fuimos obteniendo, tuvimos que desarrollar tecnologías como las cámaras ópticas para los satélites y para las antenas de radar de los Saocom", explica Gabriel Absi, gerente del sector espacial de la empresa.
Estos desarrollos luego se utilizaron para fabricar los radares que vigilan el espacio aéreo argentino. Hoy, y gracias al impulso científico y tecnológico que le dio el Plan Espacial Argentino, el país es uno los 20 que tienen la capacidad para fabricar radares de distintos tipos.
En marzo de este año, el Gobierno nacional firmó con INVAP un contrato por $ 9.200 millones para producir e instalar cinco nuevos radares primarios tridimensionales de largo alcance de empleo militar. Y el mismo mes la empresa anunció la primera exportación de radares, con destino final Nigeria.
Absi cuenta además que INVAP utilizó lo aprendido junto a Conae para desarrollar los satélites de telecomunicaciones Arsat 1 y 2 y firmaron contrato para fabricar un tercero, llamado ahora SG-1.
"Somos el contratista principal, estamos a cargo del diseño, la producción y la puesta en órbita. Trabajan junto a nosotros entre 60 y 65 empresas, de las cuales INVAP es la punta del iceberg", explicita el vocero, un ingeniero electrónico con más de 20 años de experiencia.
"INVAP, si bien es una empresa del Estado, opera como privada. No estamos en ningún presupuesto y vivimos de lo que vendemos; nuestra facturación es de US$ 200 millones al año y la mitad es por ventas al exterior", enfatiza.
El último jugador que falta mencionar es Arsat, la empresa de telecomunicaciones del Estado que brinda servicios de transmisión de datos, telefonía y televisión por medio de infraestructura terrestre, aérea y espacial, y que en 2007 le encargó a INVAP la construcción de dos satélites de comunicaciones que fueron lanzados en 2014 y 2015, respectivamente.
Ahora comenzó el proceso para construir el ya mencionado Arsat SG-1, que insumirá alrededor de US$ 250 millones, según lo anunciado en 2020. Los planes son localizarlo en 2023 en el slot geoestacionario en la longitud 81° Oeste.
"El proyecto puede sufrir alguna demora porque aún no entendemos el impacto del Covid, algo que sabremos a fin de año cuando se revisa el cronograma", explica Martín Fabris, gerente de Servicios Espaciales de la compañía.
Hay voces críticas de lo realizado hasta aquí por el Estado. Pablo de León, uno de los competidores originales del Ansari X-Prize, y único participante regional en la carrera por desarrollar una nave espacial privada para vuelos suborbitales, ve como principal problema "la inversión sinusoidal constante" en lo que al espacio se refiere en la Argentina, lo que hace que muchas veces haya que volver a empezar. Y descree de la posibilidad de fabricar un cohete nacional.
"Soy un defensor del lanzador nacional y regional, dado que no hay salvo en Guayana Francesa, pero ya no podés competir con los cohetes reutilizables. Nos quedamos atrás en tecnología de propulsión, en los años sesenta teníamos un cohete propio que llegaba más alto que la Estación Espacial Internacional. Ahora la única razón para tener un lanzador es la independencia para lanzar satélites y la cuestión de la soberanía. No tiene que ver tanto con una cuestión comercial", plantea.
"De hecho, la Argentina lo debería tener hace rato, se pusieron millones de dólares, y ahora el panorama es incierto, con la distancia que hay entre el dólar y el peso y la inflación que ha licuado el presupuesto de la Conae. Además, no veo la decisión política de llevarlo adelante, lo que tiene sentido en un país con tantas necesidades. Y después de más de 10 años, la solución es comprar motores rusos, lo que te genera dependencia. Ha habido tantas desinteligencias, tantos cambios de opinión, que ahora necesitamos un ‘arquitecto espacial' que nos diga hacia dónde tenemos que ir", remarca.
Su última crítica es también un reconocimiento: "Todos estos proyectos que se están llevando a cabo ya les quedan chicos para la capacidad científica y tecnológica de los ingenieros de Conae, VENG e INVAP.
$9.200 millones: el total que pagó el Gobierno nacional por el último contrato con INVAP para producir cinco radares de uso militar.
Por su parte, la ingeniera Anabel Cisneros, directora de Arsat y Conae, sostiene que "el sector satelital argentino ha sido pionero y está dentro de un grupo de países que disponen de ‘billeteras más abultadas', a veces con el apoyo de la NASA [como sucedió con el programa SAC], otras veces solos".
El Newspace argentino
Para remendar una frase de la política, hay que decir que en lo que a industria espacial privada se refiere, sin la Argentina no se puede pero con la Argentina no alcanza.
Esto quiere decir que todas las startups del sector necesitaron para arrancar de ideas y mano de obra local pero que, de una u otra manera, en algún momento alcanzaron un techo que les requirió salir al exterior: en algún caso fue estratégico y en otros fue por necesidad.
"El sector espacial argentino es pionero y tiene la billetera para impulsarse", Anabel Cisneros, directora de Arsat y Conae.
El caso privado más paradigmático de la movida Newspace nacional es, claro, el de Satellogic. Fundada en 2010 por Emiliano Kargieman tras su paso por Singularity University junto a Gustavo Richarte, es especialista en microsatélites y a la fecha ya puede decirse que es una compañía multinacional dado que tiene más de 200 empleados distribuidos en la Argentina, Uruguay (donde hoy fabrica sus satélites), España, los Estados Unidos y China.
Arrancó con un aporte de $ 10 millones del Ministerio de Ciencia de la Nación, fue incubada por INVAP, pero eventualmente necesitó salir del cascarón para seguir creciendo.
Lo que comenzó en 2013 con el "Capitán Beto", el primer nanosatélite nacional en llegar a órbita, se convirtió en una constelación de 17 satélites con el lanzamiento de "Hipatia", el año pasado, y los cuatro que puso en órbita a fines de junio de la mano de SpaceX, los primeros fabricados en serie por la compañía.
"El objetivo de la primera etapa (de la constelación) es llegar a tener suficientes satélites en órbita como para hacer un remapeo semanal de toda la superficie de la Tierra, por debajo de un metro de resolución, a 70 centímetros. Es algo que hoy no existe, la humanidad no cuenta con la capacidad de ver cada metro cuadrado de la superficie de la Tierra cada semana", indicó Kargierman a Télam el año pasado, con motivo del décimo aniversario de la empresa.
El crecimiento de la compañía no deja de sorprender. En 2019, la startup cerró un acuerdo con Abdas, una empresa china dedicada a la ciencia de datos, para proveer servicios a través de una constelación dedicada de 90 satélites en la provincia de Henan, por US$ 38 millones. Diez de estos microsatélites fueron lanzados en noviembre del año pasado desde el Centro de Lanzamiento de Satélites de Taiyuan.
Y el último gran golpe fue el anuncio, los primeros días de julio, de su fusión con CF Acquisition Corp. V, con la intención de cotizar en bolsa, algo que sucederá en el Q4 de este año.
"Esperamos continuar nuestra misión de democratizar el acceso a los datos geoespaciales con esta asociación", marcaron desde la compañía. Con esta movida, esperan alcanzar más de 300 satélites para 2025, para ofrecer capacidades analíticas mejoradas para aplicaciones comerciales, de sostenibilidad y gubernamentales. La empresa hoy vale US$ 850 millones, cerca del status de unicornio.
Otro emprendimiento local relacionado con satélites, aunque incipiente, es Innova Space, una startup marplatense creada por Alejandro Cordero, docente en varias instituciones locales, junto a dos exalumnos, Luca Uriarte (20) e Iván Mellina (20).
Esta fue impulsada por la inversión inicial de la aceleradora Neutrón del Grupo Núcleo en 2019 y en el mismo año recibió el primer premio de Innovación del entonces Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación, entre muchos otros premios como el Sadosky y la competencia Naves.
Ya en 2020, se hizo acreedor al financiamiento de un ANR (Aporte No Reembolsable) del Ministerio de Desarrollo Productivo nacional por $14.500.000.
El pasado 11 de junio, este proyecto logró que su prototipo MDQube SAT-1 fuera lanzado en la cofia del Aventura I-e2 de la compañía argentina TLON, con el que efectuó un vuelo suborbital en Santa Fe.
"Estamos orgullosos de este hito histórico Por primera vez se lanzó un picosatélite en un lanzador, ambos diseñados y desarrollados en nuestro país", destacó Alejandro Cordero, CEO de Innova Space.
"En los últimos 10 años se fundaron alrededor de 500 compañías en el mundo que están desarrollando satélites", dice Dan Etenberg, cofundador y CEO de LIA Aerospace, una de las dos startups argentinas que está trabajando en la fabricación de un cohete para llevar carga útil al espacio, otra de las nuevas tendencias del Newspace, esta emparentada con los objetivos de la Conae.
La compañía, que nació de manera oficial hace poco más de dos años, comenzó a gestarse hace seis, cuando Dan y Federico Brito se conocieron. El primero cuenta que su primer trabajo lo hizo en el ITBA, donde desarrolló un propulsor para uno de los satélites de Satellogic.
Para desarrollar la primera versión del cohete -el Zonda 1.0 - , poder probar todo y mantener un equipo estable realizaron una pequeña ronda de inversión de US$ 200.000. Destacan que el combustible es biodiesel, lo que reduce la huella de carbono en un 60 por ciento. Y, si todo sale bien, esperan llegar con una versión más grande de este mismo cohete al espacio en 2024 con una carga útil de 250 kg.
Tras la exitosa prueba del vehículo reutilizable, impulsado por biocombustible - ahora están a punto de arrancar la campaña de prueba de motores de nueva generación.
El problema, reconoce, es conseguir los fondos para completar todos los planes que tiene. Y pone como ejemplo el caso de la estadounidense Ad Astra Rocket Company: en tres años, con 200 personas, US$ 90 millones y el apoyo del Departamento de Defensa, hizo exactamente lo mismo.
La otra startup que quiere llegar a la órbita es TLON Space, que desarrolló el Aventura-I, un vehículo lanzador ultraliviano, con el que quiere al final del camino brindar el servicio de puesta en órbita baja (LEO) de minisatélites de bajo costo para dar servicios de procesamiento, voz, datos e internet.
"El primer lanzador NLV con vuelo activo en América latina supone un quiebre tecnológico para la región. Este sistema de lanzamiento permite proveer un acceso al espacio flexible, dinámico, recurrente y ecológico fundamental para posicionar a la región en servicios de nanosatélites. El acceso al espacio ultraterrestre ha sido esquivo a los latinoamericanos. La conquista de este recurso es fundamental para la expansión económica en el nuevo milenio", comenta Pablo Vic, CEO y cofundador de la empresa, cuya idea nació en 2003 pero recién tomó velocidad hace tres años.
"Este año estamos haciendo vuelos de prueba, ya hicimos uno en diciembre del 2020, y prácticamente no hemos tenido fallas. Además, hicimos un vuelo exitoso con Innova Space. Esperamos dentro de poco realizar un vuelo hasta la estratósfera, luego seguirá la prueba del motor para la primera etapa y a fin de año esperamos realizar un vuelo orbital", cuenta Luis Monsegur, COO de la compañía.
Los objetivos son grandes. Grandísimos. "Apuntamos a la Luna", dice Monsegur. "No queremos quedarnos en la órbita baja. En el Newspace se va a empezar a sumar toda una nueva actividad económica, la de la minería espacial y queremos ser uno de los primeros jugadores", afirma.
Actis marca que el Estado no tiene que competir con los privados sino que debe complementarse con ellos porque "no es una pavada llegar al espacio". Cuenta que habló con varios de los integrantes de TLON y LIA y les aconsejó "apuntar los cañones al exterior porque se les va a hacer muy difícil conseguir la inversión necesaria en la Argentina; además se complica por el tema del dólar".
Absi remarca la participación de INVAP en el crecimiento de algunas de estas empresas, como Satellogic. "Mucha gente que salió de nuestra compañía trabaja con ellos ahora", dice, para luego recordar que Skyloom, una startup creada por dos ex empleados de INVAP-Santiago Tempone y Marcos Franceschini -, busca desplegar una red de satélites geoestacionarios con enlaces láser a Tierra. Esta empresa, fundada en los Estados Unidos, tiene gran parte de su personal en la Argentina.
Federico Jack fue COO de Satellogic hasta abril y hoy habla como inversor en el sector aeroespacial, tanto en Skyloom como en SpaceX. Reafirma que con la Argentina no alcanza porque hoy "no es un buen lugar para emprender" aunque "sobra la capacidad". Y comparte la visión ya esbozada por Actis: "Hoy es el momento de apostar por el sector pero el contexto nacional complica, con el acceso a las divisas prácticamente cerrado, importar lo que hace falta es difícil".
"En todo el mundo es difícil conseguir financiamiento, ‘para hacer una pequeña fortuna en industria aeroespacial tenes que arrancar con una grande'", dice Sonia Botta, coordinadora del satélite universitario de la UNLP, parafraseando a Elon Musk.
Otras apuestas
Una empresa fuera de lo común en el panorama argentino es Novo Space, que sin embargo aplica el modelo Newspace en un lugar poco transitado. Esta startup fue fundada en 2017 en los Estados Unidos por Rodrigo Diez (hoy CEO) y Facundo Jorge (CTO), dos argentinos que trabajaron anteriormente en el área satelital de INVAP junto a socios locales.
"La idea arrancó cuando yo vivía en los EE.UU., mientras hacía el doctorado en el MIT, y con Facundo trabajando en la compañía inglesa de satélites comerciales SSTL. Los dos estábamos frustrados por cómo funciona la industria espacial, que cuando se fabrica un nuevo satélite se diseña la computadora desde cero, queríamos crear soluciones que les sirvan a distintos clientes y distintos tipos de satélites. Ganamos un concurso en el MIT que nos permitió prototipar los primeros productos y fuimos aceptados en la primera aceleradora de empresas espaciales en 2019. Y ya en 2020 comenzamos a crecer en cantidad de personas, somos 12 full time más asesores, contadores e inversores", relata Diez, ingeniero electrónico que estuvo a cargo de desarrollar subsistemas para el Saocom.
Hoy la mayor parte de Novo Space está trabajando en Buenos Aires, pandemia mediante, pero Diez sabe que el foco tiene que estar en los Estados Unidos, dado que el 70 por ciento del mercado global está allí.
Ya terminaron los test funcionales y ahora están comenzando los ensayos ambientales para comprobar que los distintos componentes van a sobrevivir a un ambiente espacial.
"Estamos cerca de cerrar con el segundo cliente, tuvimos muchas conversaciones con la NASA y con privados, tanto Newspace como gigantes que le venden a los Estados".
Los próximos pasos tienen que ver con desarrollar algoritmos inteligentes para detectar fallas y tomar correcciones preventivas en constelaciones de satélites que ya, por su propia complejidad, no pueden ser controlados totalmente desde la Tierra.
Al igual que su contraparte en TLON, Diez habla de la revolución espacial industrial que no solo incluirá la minería espacial sino también el space manufacturing y las comunicaciones en el espacio. Y todo esto va a necesitar algoritmos inteligentes o software especializado para ser operado con pocos seres humanos on-site.
"Estamos a punto de cerrar una ronda seed que incluye inversores como Draper Cygnus, Space Fund y varios otros. El siguiente paso será ir a una serie A", detalla el ingeniero.
Otras dos empresas del sector privado que hay que mencionar son Ascentio y Space Sur. Ambas nacieron como proveedores de Conae pero con los recortes de 2016-2019, tuvieron que buscar otros negocios.
Esteban Carranza, cofundador y CEO de Ascentio, cuenta que la compañía nació como una investigación universitaria en la Universidad Nacional de Río Cuarto. Esto sucedió en 2004 y en 2008 se convirtieron en una empresa privada trabajando en proyectos satelitales para la Conae.
"Nosotros hacemos los sistemas que permiten operar el satélite en vuelo. Somos una compañía proveedora de soluciones: el cliente viene con un problema, nos dicen que necesitan y armamos una solución tecnológica", detalla. La experiencia en el Saocom les dio el know-how necesario para extrapolarlo a otras industrias como EDEC, la empresa de energía de Córdoba, para quien armaron un sistema de medición inteligente.
Mientras tanto, Space Sur se dedica a lo que se conoce como el downstream, de observación de la Tierra. La primera etapa de la empresa arrancó en 2007 y en 2018 hicieron un relanzamiento para vender sus servicios a escala internacional.
"Al principio hacíamos proyectos de ingeniería de software con orientación al sector espacial, ahora somos una compañía de análisis de grandes datos con una impronta global", detalla Alberto Perez Cassinelli, su CEO.
El cambio estuvo motivado por dos factores: uno, el surgimiento del Newspace ("antes de eso el capital privado en el sector privado era marginal", dice el entrevistado), y el segundo, la baja de la inversión de la Conae ("tuvimos que pivotear con la base de negocios golpeada, que nunca es lo ideal", comenta).
Entre sus últimos trabajos más destacados puede mencionarse el que realizaron para el Gobierno de la provincia de Buenos Aires durante la toma de terrenos en Guernica. Con un análisis de imágenes satélites de la zona, que incluye algoritmos propios, pudieron dar datos detallados de la cantidad de construcciones precarias en el lugar sin necesidad de tener personal.
Refundación
La industria espacial argentina, coinciden todos, necesita recorrer una suerte de transformación. El primer paso ya está dado y tiene que ver con la actualización del Plan Espacial para la década 2021-2030, que incluye el llamado a todas las empresas del sector privado. Para Federico Jack hay que llamar a los mejores, pero son los privados los que tienen que tomar la posta.
En este sentido, Hisas habla del cambio generacional que se ve hoy mismo en la Conae. "Hoy en la parte técnica hay un grupo que ingresó hace 10 años como juniors y hoy ocupan posiciones senior y que tienen años por delante. Y lo mismo ocurrió en INVAP. Con ese cambio se modificaron las formas de trabajar. Si bien Varotto estuvo muchos años, deberíamos adaptarnos a un cambio más habitual", expresa.
"En los Estados Unidos tienen una política espacial abierta y los europeos hace unos años la volvieron a abrir. Es una estructura que amplifica desde lo público hacia lo privado: el Estado invierte en ‘los fierros' y esa información luego llega al público y al privado con beneficios. Nosotros queremos hacer lo mismo en nuestro país", argumenta Sandra Torrusio, gerenta de Vinculación tecnológica de Conae.
"La Comisión tiene que pensar el objetivo científico y mirar al sector privado y al académico para resolver el tecnológico", marca Cesar Bertucci.
"El sector estatal tiene que aprovechar el boom del Newspace para transferir tecnología al sector privado, tenemos que llegar a las distintas industrias a partir de lo que se desarrolla en la universidad y el Estado", dice Botta. El espacio es, después de todo, nuestra frontera final.
Compartí tus comentarios