

El arte, al carecer de una utilidad práctica, puede no valer nada o tener un precio inestimable. El poder de los expertos para fijar valores llega a su cima en el mercado de arte contemporáneo, la especialidad de famosos artistas como Damian Hirst y Jeff Koons. Acá, la validación del experto hace contrapeso ante la capacidad de los artistas vivos de ampliar su oferta.
Dirigir una galería o una casa de subastas sería una licencia para imprimir dinero si fuera posible resistir al rumbo de la economía. Los intermediarios y firmas de remates tuvieron buen desempeño en esta hazaña durante un año tras la contracción del crédito. Pero el último otoño (boreal), al igual que el Coyote de los dibujos animados, miraron hacia abajo y se dieron cuenta de que estaban corriendo en el aire. Los precios del arte contemporáneo cayeron 40% desde entonces. La influyente feria de arte Frieze del mes próximo en Londres debería indicar si la ola de recuperación de la economía está levantando los precios y volúmenes en el mercado de arte.
Cualquier coleccionista principiante debería leer primero The $12m Stuffed Shark del economista Don Thompson. El libro cuenta irónicamente cómo los intermediarios, casas de subastas y coleccionistas de alto perfil asignan valor al arte contemporáneo y luego lo mantienen o suben.
El profesor Thompson opina que la industria del arte contemporáneo es una máquina de construir marcas que ayudan a los coleccionistas a sentirse conformes con las grandes sumas que han pagado. Las obras de arte caras son bienes que permiten a los superricos sentirse miembros de ese grupo y superiores a las personas simplemente adineradas.
Es equivocado quejarse de que es exagerado el precio de u$s 5,6 millones por la escultura de Michael Jackson con su chimpancé Bubbles, realizada por el artista estadounidense Jeff Koons. Si no fuera excesivamente cara, no atraería a los coleccionistas.
Sin embargo, esos precios estratosféricos no surgen en un día. Según el profesor Thompson, un intermediario exitoso de Londres o Nueva York debería poder vender la obra pop de un artista nuevo prometedor por un valor entre 3.000 y 6.000 libras. Si la demanda sostiene un segunda o tercera venta, los precios suben a entre 10.000 y 12.000 por obra. Un intermediario brillante –como White Cube en Londres– multiplica esos precios.
Las casas de subastas, dominadas por Sotheby’s y Christie’s, antes ayudaban a subir los valores al garantizar un precio mínimo para las colecciones en venta cuando un entendido fallecía, se divorciaba o perdía el interés por el arte.
Pero cuando el mercado de arte se derrumbó el pasado otoño (boreal) perdieron cientos de millones de dólares con esas garantías y dejaron de ofrecerlas.










