En los años 70 los analistas de inversiones eran gente humilde. Pero la desregulación del mercado redujo las comisiones y la rentabilidad de las operaciones bursátiles, y permitió a los bancos adquirir sociedades de bolsa. Esto limitó el papel tradicional de los analistas, que encontraron nuevas funciones como representantes de ventas.

El resultado fue que todas las acciones eran ganadoras. Cuando en las universidades analizaron las recomendaciones de los analistas de fines de los 90, vieron que en más de 90% de los casos aconsejaban comprar.

El conflicto de intereses quedó personificado por Jack Grubman, analista de telecomunicaciones de Salomon Smith Barney (después Citigroup), quien proclamó que su rol dual era un beneficio para los inversores. Esto no era tan absurdo como puede parecer. El research que publicaba el equipo de Grubman daba poca importancia al valor fundamental de las compañías que promocionaba. En realidad, como se supo después, muchas no tenían ningún valor. Pero Grubman estaba muy al tanto de los rumores del mercado. Detectaba cuándo una acción era muy buscada y percibía qué operaciones se preparaban. Su entusiasmo por una firma se convertía en una profecía autocumplida.

Por supuesto, el proceso no podía durar indefinidamente y no duró. El resultado no sólo perjudicó a los inversores, que perdieron dinero, sino también al sector empresario. Muchas grandes compañías se dedicaron a manejar sus ganancias en vez de manejar sus negocios. La palabra estrategia se convirtió en sinónimo de adquisiciones y se prestó poca atención crítica al desarrollo a largo plazo.

El conflicto es real. Parte de la facturación de los bancos de inversión deriva de las operaciones bursátiles, pero la mayor parte proviene de los clientes corporativos. En Estados Unidos, Eliot Spitzer, fiscal general de Nueva York, hizo caer primero a Henry Blodget –el gurú de Merrill Lynch que recomendaba comprar una acción que describía como “basura en un mail interno– y luego acusó a Grubman. El acuerdo de Spitzer con las firmas de Wall Street exige que financien el desarrollo de research independiente.

Europa está atrasada en esto, pero los clientes institucionales empiezan a ver hasta qué punto han sido engañados. Un grupo de inversores encabezado por Robeco, la firma holandesa administradora de fondos, publicó un informe sobre la necesidad de que exista research más independiente en Europa y pide acción regulatoria por parte de la Comisión Europea.

Pero aumentar la regulación no es la respuesta. Lo que hace gente como Spitzer puede empezar un proceso y ayudar a establecer un mercado competitivo, sin embargo, la responsabilidad y la cura están en manos de los propios grandes inversores institucionales.

Debe haber menos research, pero éste debe ser de mejor calidad y estar concentrado en la dirección estratégica de las compañías y el posicionamiento de mercado, en vez de dedicarse a transmitir chismes. Para eso, las instituciones tienen que estar dispuestas a pagar por lo que consideren valioso.