El mayor acierto del primer año de Néstor Kirchner es, sin duda, la construcción de poder. El Presidente hizo un aporte importante al país porque recuperó el respeto por la autoridad presidencial, que estaba muy deteriorada, pero se equivocó en su estilo de búsqueda permanentemente situaciones de tirantez política como si necesitara de esa dinámica para hacerse fuerte. Para que la gobernabilidad funcione bien no hace falta tanto reto, tanta reprimenda y hay que esforzarse un poco más para llegar a acuerdos con las partes en cuestión. En general, toda situación tiene complejidad y distintas facetas y consecuencias. Un ejemplo claro lo vemos hoy con la crisis energética. Ésta es una muestra que ningún conflicto se soluciona a los gritos sin buscando remedios que se puedan aplicar.

Todavía hay que avanzar con la reestructuración de la deuda y la salida del default, que es fundamental para que la Argentina vuelva a conectarse con el mundo. En ese sentido creo que se está trabajando bien. Lo veo con buen rumbo al ministro Roberto Lavagna y creo que hay que acompañar al Gobierno sin fisuras porque en este tema está en juego, nada más y nada menos, que el futuro del país.

El otro gran desafío pasa por crear un clima favorable para la inversión productiva, que es lo que necesita la Argentina para comenzar a ganar en serio la batalla contra el desempleo y la pobreza. Pero en este aspecto creo que no se están dando respuestas adecuadas. Hay demasiado voluntarismo y muy poca acción ejecutiva, como si el Gobierno se hubiera confiado en exceso en las bondades del boom de la soja, que no va a durar toda la vida. De hecho el escenario internacional está mostrando cambios muy importantes en estos días y la tendencia no nos favorece. Pero si tengo que evaluar cuál es el desafío principal que tiene Kirchner debo decir que personalmente creo que debería tratar de sobreponerse a un pensamiento sectario y limitado para abrirse a una política que ponga su centro de acción en la búsqueda del consenso.