

El silencio ha calado hondo en todos los rincones del país; transcurridos varios días desde la última marcha de la Paz en la Plaza de los Dos Congresos, cuando un pueblo pidiendo justicia, seguridad, esperanza y futuro, decía no a la violencia y a los violentos; cuando más de 100.000 personas decían sí a la vida.
Error por quienes piensan que todo ello se debe a Juan Carlos Blumberg, un papá que promete ante la tumba de su hijo luchar por lo que lo mató, la carencia de una política de Estado en justicia y seguridad. De no haber sido él, hubiera sido otro; pero no tengan duda que hubiera sido, como lo fueron los padres de María Soledad, los de José Luis Cabezas, la esposa de Sivak, la familia Clutterback y muchos otros.
Lo terrible es que desde la política, en lugar de convocar a una mesa capaz de llevar adelante un verdadero Pacto de la Moncloa en la materia; se ataca a Juan Carlos, el papá del joven muerto por ausencia del Estado.
Los ciudadanos no debemos prestarnos a estos juegos del poder, debemos seguir luchando por los principios y valores que llevan a Blumberg a ser ni más ni menos que el interlocutor de muchos; sin abandonar el dolor que lo llevó a iniciar esta cruzada, habiendo perdido el bien más preciado que tiene un padre: un hijo.
Reconozcamos de una buena vez que la inmensa mayoría de nuestros problemas económicos, políticos y sociales han estado siempre relacionados, de una u otra manera, con el miedo a la incertidumbre. El temor social emerge de un sentimiento generalizado cuando percibe la falta de autoridad para resolver problemas graves.
Históricamente, la economía ha sido el epicentro de la angustia colectiva: la hiperinflación, las corridas bancarias y cambiarias asociadas a situaciones donde se apreciaba que el gobierno carecía de respuesta certera para resolver cuestiones concretas.
Lo novedoso de la Argentina de hoy es que el núcleo de los riesgos que la sociedad se niega a aceptar, se ha trasladado a la inseguridad ciudadana: ya no se tolera la incertidumbre de salir a la calle sin saber lo que a uno le espera.
Ambas cuestiones remiten a un mismo origen: la democracia argentina no ha sabido resolver el problema del orden tanto en la economía como en la seguridad.
El orden democrático no ha encontrado entre nosotros una entera forma de ejercicio legítimo de la autoridad. En materia de seguridad, la larga y triste experiencia de la Argentina autoritaria del pasado nos ha llevado a que el ejercicio de la fuerza por parte del Estado sea repetidamente cuestionado y no encuentre la justa medida que garantice tranquilidad a los ciudadanos.
El desafío de esta hora es venc
er el miedo. Para hacerlo, el Gobierno no debe tratar de convencernos de que todo va mejor, sino que necesita estrechar filas con la comunidad, aceptando sus demandas para devolverle una política eficaz que comprometa al conjunto de la política en el despliegue de una estrategia contundente.










