

No se sabe si Jean Baptiste Colbert estuvo, alguna vez, en Saint Auban. Sin embargo, el espíritu del ministro galo de Finanzas del siglo XVII, cuyo nombre se volvió sinónimo de intervención estatal, vive en la pugna por una fábrica a medio construir en las afueras del pueblito de la Provenza que está en las riberas del río Durance.
El mes pasado, en un esfuerzo por rescatar al grupo del desplome, el presidente Nicolas Sarkozy convocó a funcionarios locales, banqueros, inversores y empleados de SilPro, un emprendimiento de energía solar, para que fueran de Saint Auban a París.
En verdad, si no se hallaban nuevas fuentes de financiación, era poco lo que podía hacer para cambiar la suerte de esta empresa que emplea tan sólo a 12 personas. Sin embargo, la preocupación presidencial generó una gran impresión en los presentes. “El efecto psicológico fue más que bienvenido , afirmó Laurent Vandomme de Herbert Smith, el estudio jurídico contratado para que colabore en la búsqueda de nuevos inversores. “Hasta entonces, todos estaban esperando ver quién hacía el primer movimiento .
Desde la época de Colbert, Francia ha conservado un enfoque proactivo en el respaldo a sus empresas industriales, lo que con frecuencia ha desatado el conflicto con sus socios europeos. Pocos son capaces de olvidar el momento en que Alstom, el grupo de turbinas para trenes salvado en 2003 gracias al rescate estatal negociado por Sarkozy -entonces ministro de finanzas-, se estableció en París en medio de una batalla larga y acalorada contra Bruselas.
Incluso en la actualidad, los gobiernos del mundo se enfrentan a sus propios Alstoms: Washington se convirtió en el accionista más importante de General Motors, Inglaterra se ha hecho cargo de algunos de sus bancos más prominentes y Alemania se vio forzada a rescatar sus propias industrias bancaria y automotriz. Aunque Francia ha intervenido con ayudas semejantes, el daño causado por la crisis económica mundial fue menos grave que en cualquier otro lugar. Muchos se preguntan ahora si esto se debe a la tradición de Francia en el colbertismo, que ha posicionado a la industria en el centro de la planificación económica.
Lord Mandelson, ministro de comercio del Reino Unido, se encuentra entre los que tratan de averiguarlo. Este año, el antiguo comisionado de comercio de la Unión Europea visitó París en busca de inspiración para trazar una nueva estrategia industrial para Inglaterra. “No tenemos los mismos objetivos estratégicos ni las mismas metas gubernamentales , le respondió al Financial Times al tiempo que expresaba su interés en los incentivos que Francia ofrecía y el modo como organizó su cadena de suministro.
En palabras sencillas, los funcionarios franceses explican su posición. “Pensamos que es legítimo que la autoridad pública se preocupe por la naturaleza y evolución de la estructura industrial de nuestro país , afirmó Gilles Michel, jefe del Strategic Investment Fund gubernamental (fondo de inversión estratégica), que se creó con el fin de realizar inversiones en la industria francesa. “El Estado tiene derecho de tener una visión .
¿Promover lo nuevo o rescatar lo viejo?
El fondo tendrá u$s 8.500 millones en efectivo y una tenencia estatal de acciones valuada en 4.100 millones de euros. Sin embargo, el enfoque de Sarkozy al respecto también suscita el eterno interrogante de si el verdadero fin que persigue la intervención del Estado francés es impulsar a los nuevos o respaldar a los viejos. Cuando lanzó el fondo, el presidente dijo de inmediato que era su deseo proteger las empresas francesas de las adquisiciones foráneas.
Michel dijo, no obstante, que esta no es su orden. “Movilizamos fondos públicos para invertirlos en empresas de capital privado, como un medio de robustecer la competitividad del país , sostuvo Michel. “No se quiere ser proteccionista pero se desea darle a las empresas francesas que tengan potencial los medios para robustecerse .
El fondo tomará posiciones de hasta un 10 por ciento en las empresas que se comprometan a ser posibles entidades absorbentes en sus propios sectores, o bien que tengan tecnología de punta en sus respectivos mercados. “Vamos a estar allí para respaldar su estrategia, llámesela liderazgo o fusión, cuando ocurra , dice Michel. “Movilizamos fondos públicos con un enfoque pro-empresa y esto se hace de conformidad con las condiciones de mercado. Queremos asegurarnos de que en Francia tenemos una industria competitiva .
Sin duda, las preocupaciones son reales. En los últimos años, la industria francesa constantemente ha perdido terreno en la carrera por las exportaciones europeas, apremiada por un mercado laboral rígido y pesadas cargas sociales. Además, las intervenciones pasadas del Estado no lograron ayudar a que los fabricantes cambiaran su dependencia de las industrias maduras tradicionales por mercados de tecnología de última generación más novedosos.
Con todo, el país sigue siendo uno de los mercados europeos más atractivos para la inversión extranjera directa y se vanagloria de tener un alto porcentaje de los líderes industriales del mundo. Incluso una reciente investigación de la consultora KPMG ha puesto en duda el consenso de que las desventajas regulatorias y fiscales de Francia sean elementos disuasivos positivos para las nuevas inversiones industriales. La investigación indica que, una vez que se toman en cuenta factores tales como una fuerza laboral capacitada, estructura de alta calidad, servicios públicos y un sistema financiero ayudado por generosos subsidios, Francia resulta el lugar de producción industrial más competitivo de Europa.
Irónicamente, los mismos franceses parecen estar redescubriendo su propio saber de la gestión económica tras una larga pausa. Los industriales franceses sostienen que hay un vacío en el pensamiento estratégico industrial desde el último auge de actividad, al que se llegó durante la administración de Charles de Gaulle y Georges Pompidou, cuando se encontraba absoluta justificación al hecho de que el Estado alentase la creación de líderes industriales con el fin de servir a la economía.
En parte, esto se debe a que el gobierno ya no cuenta con tantos instrumentos como los que una vez tuvo para influir en la dirección de la industria. Las privatizaciones sucesivas redujeron el poder gubernamental de intervención directa. Sin embargo, Francia aún conserva la mayoría en gigantes industriales tales como EDF y Areva, y los funcionarios no se disculpan por el hecho de que se continuará usando estas empresas con control estatal para alcanzar metas económicas más vastas. Tampoco los hace sonrojar su rol en el refuerzo del control francés en empresas sensibles, como Thales, el grupo de electrónica con orientación a defensa.
No obstante, en el sector privado el enfoque es más borroso y la realidad se ve ensombrecida por una afición al doble discurso, que es un instrumento de importancia en el armamento político. “La política industrial francesa es ambigua , dice Henrik Utterwedde, líder del German-French Institute y especialista en políticas industriales de ambos países. “Con frecuencia, en Francia al público le gusta jugar con la idea del antiliberalismo. Los políticos se vanaglorian de ello, porque el público quiere escuchar esa melodía intervencionista. En la práctica, Francia es más liberal que lo que dice y Alemania es menos liberal de lo que admite .
Un Silicon Valley con aroma estatal
Aunque en su campaña electoral Sarkozy sostuvo que era un liberal de mercado de raza, su enfoque de la política industrial refleja esa incertidumbre nacional, reconoce uno de los asesores que lo acompaña desde hace largo tiempo:
“Es un bonapartista liberal. Siempre fue liberal a nivel macro y un intervencionista a nivel micro .
En consecuencia, Sarkozy reaccionará cuando haya problemas para una empresa pequeña que abriga la esperanza de convertirse, algún día, en un gran nombre en el sector de la energía solar. “Quiere que los líderes públicos y privados de primera línea sean franceses , dice el asesor. “Pero no tiene una visión mundial de intervencionismo .
De hecho, Utterwedde afirma que, en los últimos años, Francia adoptó un enfoque mucho más liberal de la política industrial que lo que los políticos desean admitir. Pero tratándose de Francia, el liberalismo debe ser conducido por el Estado.
Por ejemplo, tómense los “polos de competitividad lanzados en 2005 durante la presidencia de Jacques Chirac y fomentados por el entonces ministro del Interior, Sarkozy. Estos grupos aspiran a estimular la innovación reuniendo las universidades y la investigación públicas, y las empresas de capital estatal en un modelo parecido al polo de tecnología de la información que surgió en torno a la universidad de Stanford y al que luego se denominó Silicon Valley. En Francia, donde los sectores público y privado se miran con profundo recelo, esto no podía suceder en forma natural. Fue necesario el Estado para convencer a los socios de que trabajaran juntos.
Pero aun así fue un cambio en el pensamiento gubernamental respecto de la estrategia industrial, indica Utterwedde. “En general, en el Estado la acción viene desde lo alto. Sin embargo, los polos se basan en una idea distinta. Es el reconocimiento de que la competitividad no sólo es nacional; además, es regional. No significa regresar a la antigua orden proveniente de París .
Desde que asumió el poder hace dos años, Sarkozy introdujo en la competitividad industrial otras mejoras de estilo anglosajón, con el propósito de crear condiciones favorables para el crecimiento, en vez de imponer una estrategia desde lo alto. Entre ellas, se incluyen deducciones impositivas para la investigación, incentivos a los inversores para que coloquen dinero en pequeñas empresas, reformas al trabajo y a la universidad, y cambios en el impuesto inmobiliario que castigó a la industria por décadas.
Los funcionarios gubernamentales afirman que, en la actualidad, el desafío es ayudar a que más empresas crezcan lo suficiente para exportar, lo que crearía un ecosistema generador de innovaciones, en vez de continuar pese a las dificultades con los magnos proyectos dirigidos por el Estado. Esto acarreará un profundo cambio en algunas de las instituciones más reconocidas de Francia, por ejemplo, su sistema de universidades de élite, conocidas con el nombre de grandes écoles. “Tenemos un sistema de investigación que no genera emprendimientos , dijo uno de los asesores presidenciales. “El que va a una grand école es una de las mentes más brillantes de su generación. Sin embargo, muy pocos siguen para hacer investigación .
Sarkozy pondera la idea de crear un superministerio de investigación e innovación, un órgano visto por última vez en la edad dorada de la planificación estatal de la industria durante el gobierno de Pompidou. Los industriales están exultantes. “Antes de actuar, es preciso pensar las cosas bien. No habrá estrategia estatal si no hay nadie que piense en la política industrial , sostiene Bernard Brun, titular de la Association of Industrial Documentation, que es un comité de expertos.
Sin embargo, incluso para las iniciativas actuales, como el Strategic Investment Fund, la pregunta es si se usará la presión política para forzarlo a convertirse en un salvador de empresas, en vez de en un facilitador. Mucho podría depender tanto del gusto del público por la reforma y de la vivaz personalidad del presidente.
“No tiene un buen estilo pero, al mismo tiempo, tiene el valor de atacar determinadas debilidades , sostiene Utterwedde. “En sí mismo, eso tiene bastante importancia. Si se están implementando reformas penosas y simultáneamente se salva a Alstom, se gana espacio de maniobras para hacer más reformas. Quizá, esa combinación no sea la peor estrategia para un país en el que cambiar es difícil .
(Traducción: María Eugenia García Mauro)










