

Los recientes problemas en ciertos segmentos de los mercados hipotecarios de USA y Europa y su efecto sobre la liquidez de los sistemas financieros mundiales, han puesto en evidencia que existen riesgos que no fueron adecuadamente detectados, medidos o gestionados. La creciente sofisticación de los negocios bancarios generó riesgos e incentivos adversos no abordados aún por la industria bancaria y sus reguladores.
La banca tradicional es una actividad que reposa en regulaciones robustas. Su ingeniería responde a una dinámica consistente en ser suficientemente ‘confiables’ como para que los clientes depositen sus ahorros, y ‘prudentes’ para aplicar esos fondos en préstamos que puedan ser honrados de acuerdo con lo convenido, arbitrando responsablemente los descalces de plazos en sus balances.
Esta operatoria bancaria tradicional fue cambiando sutil pero significativamente en la última década. Los bancos siguen captando depósitos y generando préstamos, pero con una diferencia: una gran parte de los préstamos que generan los bancos no quedan en sus balances, sino que son ‘vendidos’ a los mercados de capitales. Los mecanismos de titularización de préstamos, permiten a los bancos deshacerse de los préstamos que originan y transferir los riesgos inherentes, recibiendo a cambio fondos líquidos que vuelven al mercado como nuevos créditos. Así, la capacidad de generar créditos de un banco ya no está limitada por su pericia para obtener pasivos, ni por su nivel de capital sino que puede verse multiplicada por su habilidad para vender al mercado de capitales los préstamos que genera.
Este aumento de la capacidad de generación de crédito de los bancos trajo múltiples ventajas a la industria bancaria como su mayor eficiencia y especialización, un mejor uso del capital, menores costos financieros y, especialmente, reducción a la exposición al riesgo gracias a su distribución a través de los veloces canales provistos por los mercados de capitales.
Sin embargo, en esta última ventaja reposa la principal debilidad. El mercado de capitales tiene al menos dos diferencias importantes respecto al bancario: por un lado no está sujeto a la regulación prudencial y por otro tiene un mayor apetito y tolerancia al riesgo. Los bancos, que saben que podrán transferir los préstamos que generan a un ámbito que no será objeto de supervisión bancaria y, que no verán impactados sus balances en caso de eventual incumplimiento de las contrapartes, enfrentan incentivos adversos para otorgar préstamos sin los rigores de la administración minuciosa del riesgo crediticio.
Esta interacción entre el sistema bancario y el mercado de capitales, si bien reduce la exposición individual al riesgo crediticio, tiene consecuencias negativas a nivel global. A la vez que estimula el otorgamiento de créditos ‘más riesgosos’, propaga y amplifica problemas puntuales. La fragmentación y la opaca información analítica disponible acerca de la calidad de los créditos titularizados, enmascaran a los factores de riesgos de manera sorprendente. La incertidumbre genera temor en los mercados, los paraliza y confirma que la liquidez es el concepto más citado y menos entendido del mundo de las finanzas.
El desafío para la industria y los reguladores consiste en lograr aprovechar las ventajas que ofrece los vasos comunicantes de los mercados pero bajo nuevos enfoques de gobierno corporativo que fomenten el establecimiento de un ambiente de inversión maduro, con mercados transparentes en donde la toma de decisiones contemplen una administración responsable de riesgos, tanto individuales como sistémicos.











