

Después de seis años de irregular crecimiento, incluyendo una recesión en 1999, Chile comienza a mostrar su viejo yo.
Los pronósticos oficiales señalan para este año un crecimiento del PIB superior a 3%, comparado con 2,1% de 2002. Para
el año próximo se espera un alza del 4%. Si bien es bastante menos que el 7% registrado a mediados de los noventa, por lo que se ganó el título de “tigre latinoamericano , Chile sigue siendo una anomalía en una región con problemas sociales, deuda externa elevada y, en muchos casos, estancamiento económico.
Las empresas están despolvando sus cajoneados planes de inversión, los consumidores gastan su dinero y el desempeño de su mercado accionario es uno de los mejores del mundo. Se espera para los próximos cinco años nuevas inversiones en los sectores minero y forestal, en parte en respuesta a la mayor demanda de China.
Todas estas son buenas noticias para la Cámara de la Construcción chilena, que estima que las ventas de cemento, un barómetro de la actividad local, finalicen este año 10% por encima del 2002.
En muchos aspectos, Chile mismo es un barómetro de la actividad económica global. El comercio y la inversión extranjera directa explican 50% del PIB, comparado con el 20% de la Argentina y Brasil, lo que convierte a Chile en una de las economías más abiertas de la región, según la OCDE.
Pero las fronteras abiertas no son gratis, y el país se está recién recuperando de una serie de shocks externos, comenzando por la crisis financiera asiática en 1997 y culminando con la guerra iraquí este año.
Pese haberse diversificado al sector de agronegocios, que tienen valor agregado, la suerte económica de Chile todavía depende en gran medida de la demanda y los precios de commodities como el cobre.
Que el país haya podido mantener el crecimiento y su déficit fiscal por debajo de 1% del PIB reflejan una buena conducción económica y un mercado local de capitales líquido, afirma la OCDE.










