Este año, la contraseña al paraíso lifestyle galo cuesta la bicoca de 24 euros, aunque por la módica suma de 15 se puede descargar la versión digital del salvoconducto, en versión compatible con el iPhone. Así, la Guía Michelin Francia -relevamiento de los restaurantes y hoteles más refinados- celebra sus cien años de existencia con una edición marcada a fuego por los tiempos hiper techie que corren y por un contexto de crisis económica que, de manera inédita, amenaza reducir al sinsentido a las experiencias sibaritas que han justificado, como nunca antes en la historia del art de vivre, el capricho de viajar por placer.

Con un sistema de calificación por estrellas tan venerado como temido, el red book es un fenómeno de ventas que, tan sólo en su versión 2008, despachó 1,2 millones de ejemplares en el mundo. Presente en 23 países, su globalización es un reflejo tardío, si se considera que recién en 2005 salió a la venta el primer clon estadounidense (Nueva York), seguido por sus traslaciones asiáticas (Tokio y Hong Kong-Macao).

Cada año, en vísperas de su publicación, la prensa especializada enloquece, los gurúes de la industria de la hospitalidad especulan y los master chefs deliran ante la perspectiva de figurar o no. Intríngulis que, de todos modos, se viven como menos trágicos que la amenaza latente de ser incluidos, pero con menos galones que el año anterior. Para que se entienda: una estrella encumbra entre los 1.800 mejores restó del mundo (además de reportar un incremento en las ventas de entre el 25 y el 30%); dos, entre los best 260 y tres son sinónimo de ingreso al nirvana del top 72. Es tal el poder de la más concupiscente de las guías que no faltan las leyendas sobre negocios sumidos en una inmediata ruina y cocineros suicidas ante una evaluación que retacee una cucarda. Y pensar que los restaurantes “estrellados representan apenas el 10% de los relevados en la guía.

En su defensa, desde Michelin apuntan que lo suyo no es la crítica gastronómica sino la perpetuación del ideario original de la guía de los neumáticos hermanos Michelin: brindar información útil a quienes se aventuran al asfalto incluyendo mapas de carreteras, listado de talleres mecánicos, paradores y sitios de interés turístico. Cien años después, la pionera idea marketinera se ha transformado en el manual canónico de la excelencia gourmet en base a un complejo sistema de calificación del que participa un cuerpo de élite de 90 inspectores (70 en Francia, 10 en EE.UU. y 10 en Asia) que, en forma anónima, al año y cada uno, visitan más de 800 establecimientos, duermen en 150 hoteles, consumen 250 almuerzos o cenas, redactan 1.100 informes y recorren un promedio de 30 mil kilómetros, lo cual equivale a vivir en las rutas unas tres semanas al mes. Complaciente o mediática, la Michelin es el epítome del sibaritismo del siglo XXI. z we