

Es un instante. Sólo uno el que marca la conexión entre el fotógrafo y la imagen. Una imagen que quedará registrada para siempre y que delineará luego historias, sentimientos, posiciones. Aldo Sessa lo sabe. Así, reflejó la picardía de Manuel Manucho Mujica Lainez, la pasión de Juan Manuel Fangio jugando con sus autitos de colección o la reflexión de Ernesto Sábato en una solitaria estación de trenes. Las plazas con sus imperceptibles paisajes, los árboles con su sensible idioma, los gauchos como emblema argentino, las aristocráticas estancias, las bambalinas del Teatro Colón, el tango y la Patagonia, son sólo una parte de su obra. Que atesora, que recorre y disfruta en silencio durante todos sus días de trabajo. Su vida ha sido signada por la imagen. A los siete años comenzó a dibujar: carbonilla, tinta, grabado, óleo, témpera y acuarela. Su abuelo había fundado los laboratorios Alex en 1928 y su abuela conocía los secretos del revelado. Durante años se concentró en la pintura hasta que, tímidamente, comenzó con una cámara manual. Zurdo para enfocar, introspectivo, amante del silencio, tiene anécdotas particulares, personales, con personajes ilustres de la idiosincrasia argentina. Fue el cadete Juan José Güiraldes -sobrino del autor de Don Segundo Sombra- quien le abrió el mundo de los gauchos, fue el arquitecto José María Peña quien lo acompañó a descubrir los secretos más preciados de la ciudad de Buenos Aires y Jorge Luis Borges quien lo acompañó con su primer libro -Cosmogonías- que en 1976 le permitió concretar su por entonces incipiente proyecto editorial. En tanto, Ray Bradbury le dejó una frase sobre la competencia que lo marcó en su carrera. "Me preocupó hasta que encontré la identidad. La competencia termina donde comienza la excelencia", disparó Bradbury. Tal vez por eso no duda en salir con su cámara a buscar imágenes como el primer día y acaba de regresar de un viaje de un mes a China, donde se sintió atraído por su cultura y sus postales. "Desde que conocí a Borges, mis años no tuvieron más 365 días: son de 900 o mil", juega con relación a su trabajo. Casado con Teresita García Hamilton, padre de Valeria (periodista que vive en Miami), Luis (quien maneja su editorial de libros) y Carolina (diseñadora gráfica), recibe a Clase Ejecutiva en su pintoresco estudio del Pasaje Bollini. Lo rodea una exquisita colección de fotos de hoy y del siglo XIX. También históricas cámaras: desde una de daguerrotipos de 1852, ambrotipos y cámaras estereoscópicas hasta algunos modelos inverosímiles que harían las delicias de los detectives, como un bastón que saca fotos por el mango y un reloj de bolsillo que las saca por la cuerda.
¿Cuál fue su primer contacto con la cámara?
Tengo contacto con la imagen desde que nací, porque mi abuelo materno fundó los laboratorios cinematográficos Alex, con lo cual era un tema común del que siempre se habló, era natural. Además, empecé a estudiar pintura a los siete años y esa formación académica fue un gran complemento para lo que después encaré, porque me sacó todas las dudas con respecto a lo que es composición, a lo cromático. Fue un gran ejercicio visual porque la pintura tiene estrecha relación con la fotografía. Las reglas del juego son muy parecidas en todas las artes visuales, como la composición o el uso del color, lo que cambia son los instrumentos. Uno está mucho más entrenado desde una formación plástica.
¿Cómo ve el arte en la Argentina?
Creo que el arte es lo que diferencia a la Argentina del resto de Sudamérica, sin ofender. Realmente el verdadero poder del espíritu es la calidad del arte argentino, que es muy superior a los otros países de la región. La Argentina se diferencia por una larga historia de grandes artistas que han marcado hitos muy importantes. Es un privilegio.
¿Cómo fue su paso a la fotografía desde la pintura?
-La fotografía estaba sobre la mesa. Además, era un chico muy solitario: me encantaba mirar, pintar, dibujar, me pasaba horas... Mi padre tenía una imprenta, donde trabajé a los 18 años y ya tenía el bagaje de la pintura. Ahí estaba con la tinta porque tenía una precisión con los colores muy afinada: miraba un azul y decía qué tipo de azul era, me daba cuenta si había que agregarle magenta o negro. No existía la cantidad de colores que hay hoy, había que hacerlos con los primarios. También me contrataron en una galería de pintura. Mi primera exposición fue a los 12 años y seguí pintando profesionalmente hasta hace una década: hice 200 exposiciones de pintura. Fue una gran pasión. Hacía las dos cosas paralelamente, pero en pintura hice muchas exposiciones, un poco menos que en fotografía. De hecho, tengo colecciones en los Estados Unidos, en Brasil, en Caracas, Londres, en todas partes del mundo.
¿Cuál es la magia que la imagen puede transmitir?
La magia de la imagen es inagotable, porque te permite ver una foto en varias dimensiones: la obvia, lo que está delante tuyo, y toda la atmósfera de lo que está subyacente, subliminal. La mayoría de las fotos cuenta una historia, lo que permite desarrollar toda la subjetividad y la imaginación. Además, la fotografía es un lenguaje muy actual de expresión, cada día tiene más vigencia, a pesar de que hace más de 170 años que se inventó.
¿Cómo sería su historia a través de fotos?
Sería una historia bastante confusa, porque he visto gran parte de mi vida detrás de una cámara y, si no la tenés, también la ves como si estuvieras detrás de un visor. Tenés la cronología de lo que ves, pero perdés la cronología de la vida, y la recuperás cuando vas al archivo. Es algo bastante complejo. Al estar centrado en la mirada se hace todo más atemporal: vivís para ver o vivís viendo.
¿Por qué cree que logró convertirse en una marca a nivel internacional?
Nunca hice especulaciones. Sólo supe que el trabajo permanente es redituable porque lográs lo que buscás y encontrás lo que no buscás también. Es una sorpresa permanente. Uno sale a la calle por Buenos Aires con la cámara por algo y encuentra un 80 % de otras cosas. La vida regala permanentemente oportunidades y uno sólo tiene que hacer click. Nunca pensé en mi nombre como marca. Que lo sea es una consecuencia de una acción muy constante y de una gran pasión.
A nivel profesional, ¿cómo fue evolucionando su relación con la cámara?
Fue un proceso muy simple. Descubrir un tema, enamorarse, ver que detrás de él haya una causa noble y luego hacerlo. Como el caso de los gauchos: Güiraldes me contó su proyecto de dignificación de los gauchos: para que no se perdiera la tradición, sería muy bueno que se reprodujera en imágenes. Me llevó cuatro años y medio hacerlo. Te embanderás con algo que pensás que es importante para alguien o para el país, y lo hacés. Y sin darme cuenta hemos hecho más de 40 libros sobre la Argentina.
En el caso de Los argentinos, ¿qué significó para su carrera la muestra que convocó 250 mil personas?
Convocó a mucha gente, pero no la tildaría de muy exitosa. Fue un récord, una de las más concurridas del país, pero yo me quedé con un sabor amargo porque el concepto de la exposición se desvirtuó un poco: al haberla titulado Los argentinos creo que se dejó afuera a la gente que no pudo concurrir. Fue un poco ingrato para los que se merecían estar y no pudieron. Argentinos hubiera sido más abarcativa. Mi idea original era hacer una en la que los argentinos famosos fueran los desconocidos y los argentinos desconocidos fueran los famosos. De todos modos, fue una gran experiencia hacer la exposición porque estuve en contacto con personas que quizás nunca hubiera tenido la posibilidad de conocer. Y fue un desafío a la creatividad porque tenía dos o tres retratos por día y ningún plan de qué hacer con ellos. Sólo hablaba diez minutos, los veía y hacía la foto. Pero salió bien, porque en fotografía el enganche dura una fracción de segundo: lo que necesitás es producir esa fracción de conexión con la persona, con la cosa o paisaje, y amarlo durante cinco minutos para seducirlo y liquidarlo. Sacarle la foto. Uno ya no hace una foto para que le guste a la otra persona, hacés la foto que te gusta a vos.
Debe haber alguna foto que tenga una historia particular para usted...
Son tantas las fotos en estos 50 años de trabajo que para mí es un drama hacer una retrospectiva. No podría seleccionar ni 400, tendría que elegir tres mil. Amores, hay muchos. Además, nunca miré para atrás. Mi mente siempre estuvo para adelante, nunca estuvo en la observación de lo anterior sino en la búsqueda de lo nuevo. Ahora que me estoy dando el gusto de mirarlas, fluyen todas esas historias y me vuelvo a enamorar de esos momentos, porque hay una historia detrás de cada foto.
La esencia a la hora de gestar un proyecto, ¿es la misma o va cambiando?
Sigue siendo la misma química de enamoramiento, como me sucedió con el último libro sobre la Patagonia, a pesar de que ya la había incluido en mi primer libro sobre la Argentina, hace 25 años. No es una cuestión de moda, sino que la Patagonia daba para mucho más.
De sus colegas, ¿quién le gusta como trabaja?
No quiero hacer nombres. Creo que hay muy buenos fotógrafos en la Argentina, sobre todo en la nueva generación, que están buscando su lugar. Me parece fantástico que el panorama fotográfico se enriquezca con nuevos valores. El sistema digital ha hecho revivir mucho a la fotografía, la ha acercado a nuevos interesados.
Futuros clicks
¿Puede anticipar en qué proyectos está trabajando o cuáles son sus nuevas pasiones?
Tengo muchos. El proyecto principal de mi vida es hacer fotos. No hay otra cosa que me entusiasme más que empuñar una cámara y salir a hacer fotos. Ahora estoy muy centrado en la preparación de la retrospectiva de mis 50 años de carrera, en la selección, edición y copia de ese material, además de un libro que quiero publicar con críticas y comentarios míos de las fotos. Quiero hacer esa gran exposición en los próximos dos años. Es una etapa que tengo que cerrar.
¿Qué le impresionó de su viaje a China?
Fue un viaje de un mes, muy interesante. Uno no puede imaginar China si no la conoce. Todas las versiones de nuestra imaginación, construidas desde acá, no tienen nada que ver con China. Es tal su magnitud como país, su población, que uno queda paralizado. Además, se suman todos los visitantes de la región, de todos los países asiáticos que comercializan con China. Descubrís Asia. Es impresionante ver la civilización desde adentro, el régimen, la gente, el arte.
¿Ese es su próximo proyecto editorial?
Bueno, recién vimos algunas de las fotos, pero digamos que va saliendo y uno lo va disfrutando, así que lo resolveremos pronto.
¿Que personaje todavía no fotografió y le gustaría retratar?
Mucha gente. Sobre todo, millones de personas anónimas, porque no me interesa el personaje por la fama sino la gente por la gente misma, desde lo sentimental. Me gustan las caras interesantes, los personajes de Buenos Aires... Ahora, en la ciudad, hay mucha más gente suelta que hace diez años: encontrás escenas dignas de Nueva York o de Nueva Delhi.
Tiene libros sobre personajes argentinos, tango, estancias, la Patagonia... ¿Hará algo sobre fútbol, por ejemplo, que es otra de las pasiones locales?
No soy futbolero pero he ido a la cancha varias veces con fotógrafos amigos y nunca he hecho grandes fotos. En deportes nunca hice grandes cosas, es una asignatura pendiente. Lo he intentado pero no lo pude lograr, me gustaría tener fotos de acción increíbles pero nunca pude hacerlas. Espero lograrlo... Lo sigo intentando.
¿De qué se trata el museo que está por inaugurar?
No va a ser un museo sobre mí ni mi obra, sino que es una colección que hemos armado con Teresita, mi mujer, y Luis durante muchos años. Es sobre fotografía argentina y cámaras del siglo XIX. Luego nos iremos extendiendo. Lo importante fue salvar del incendio todo lo que se pudo del siglo XIX, porque era el caviar de los extranjeros que venían a Buenos Aires a llevarse una cámara antigua, fotos de la Plaza de Mayo en 1860 o daguerrotipos de personajes argentinos. Tratamos de detener la desaparición de esas fotos, que hubieran terminado en manos de colecciones en grandes ciudades del mundo.
Autofoco
¿Como es un día de trabajo de Aldo Sessa?
Soy bastante rutinario. Entro al estudio a la misma hora que llegaba cuando tenía 18 años y me quedo muchas horas, demasiadas. Es la base de operaciones y estoy en todo desde el punto de vista de la producción. Tengo la suerte de trabajar con mi hijo Luis, quien se ocupa de manejar la editorial junto a un grupo de colaboradores. El equipo de trabajo es muy importante: Aldo Sessa sólo te puede sacar una foto pero después, para ponerla en una pared, hace falta todo un equipo para que haga una buena copia, una edición, un marco, la luz exacta. Y, sobre todo, percibir cuál es el punto de vista de la gente. Un artista depende mucho de la gente, porque si no tenés eco nunca podrás ser una marca. Cuando expuse en grandes lugares percibí el enganche en la gente. Eso es algo que me hace mucho bien.
¿Como definiría su fotografía?
Lo importante es haber encontrado mi identidad y ver que mis fotos de hace 50 años están totalmente emparentadas con las de hoy. Lo que yo hago es lo mío y es tan valioso como lo que hacen los demás. Es mi punto de vista. Recuerdo un reportaje que nos hicieron con Bradbury en Nueva York. Le preguntaron qué opinaba de la competencia y él dijo: "A mí me preocupó mucha la competencia en mi carrera, hasta que logré una convicción que me tranquilizó: la competencia termina donde comienza la excelencia". Entonces, yo me preocupo de lo que tengo que hacer, trato de ser feliz y hacerlo bien para mí. Creo que el arte existe con el aporte de todos y no compito con nadie.
¿Cuál fue la mejor foto que le hicieron a usted?
Me han sacado centenares, pero recuerdo seis o siete que me hicieron diferentes fotógrafos y que me gustan mucho. No me interesa si salgo bien o mal, me gusta que las fotos tengan carácter. Si me despedazan bien, me parece fantástico. Me hicieron buenas fotos Feliciano Jeanmart y Bruce Weber; Luis Sessa (mi hijo) y mi nieto; Amanda Ortega me sacó una gran foto con Borges.
¿Por qué cree que sus fotos despiertan tanto interés en el exterior?
No lo sé, realmente. No hago ninguna especulación al respecto. Es algo que no depende de mí. Lo que sí depende es haber hecho la foto: si después llega a destino, es algo que no puedo controlar. No me preocupa mucho tampoco.
¿Cómo relaciona la fotografía con su familia?
Mi familia debe ser la más fotografiada del mundo. Me da nostalgia revisar los archivos familiares, por los que se van, por los que crecen, porque ves cómo pasa el tiempo. La historia mía esta en los archivos. Tengo dos nietos mellizos, de diez años, a los que les regalé para Navidad una cámara: a uno negra y al otro blanca, así no se pueden confundir y no se peleen. No los fuerzo a nada, los observo. A veces les hago algún comentario, pero es un juego natural, sin enseñarles. No me gusta enseñar para no condicionarlos. Y Luis, mi hijo, siempre fue un buen fotógrafo, pero se ocupa más de organizar mis cosas así yo puedo tener la cabeza para lo otro. Además, cuando te dedicás a algo con tanta pasión y dedicación tenés que dejar muchas cosas en el camino. Tenés que ir sintetizando y acomodando tu vida. Y para eso necesitás mucho apoyo de tu familia. Y yo lo tengo. Mi mujer ha estado siempre muy firme a mi lado, lo mismo mis hijos y mi madre. Me han permitido vivir concentrado en este tema, y para eso hay que tener paciencia.
¿Cuáles son sus otras pasiones, más allá de la fotografía y la pintura?
El silencio, que es muy importante para mí, y la tranquilidad: son las dos cosas que más atesoro. Y la comida muy rica, pero en pequeñas cantidades.
¿Qué encuentra en el silencio?
El pensamiento, la reflexión, conectarme conmigo, la observación. Me hace mucho bien, me descansa. Odio el ruido.
¿Por qué ha dado pocas entrevistas?
No doy muchas notas. Hay muy pocos buenos periodistas, gente que pregunte bien no hay tanta. Por eso me canso y decido no dar entrevistas por seis meses o un año. Estoy metido en lo que estoy haciendo, entonces no doy entrevistas porque me distraen y no me aportan nada. No vale la pena y a veces es lamentable lo que sale. Hay cosas interesantes para preguntar y muchas veces no se preguntan. Todo lo que sea bueno para esclarecer, lo que sea más profundo -que no es lo habitual- a mí me encanta. Porque esta es mi vida y estoy honrado que me pregunten cosas. No tengo nada para esconder. Mi visión es simplificadora. Por ejemplo, la tecnología crea fantasmas que complican la cabeza de los chicos que sacan fotos. La fotografía es mucho más simple de lo que parece pero hay que centrarse en donde está la cosa: no detrás de uno, sino delante de los ojos. La cuestión es poder pensar y no estar con pavadas tecnológicas en la cabeza. La peor foto es la que no se saca.
¿Cómo influyó la tecnología en la fotografía?
Yo la viví como un instrumento más. No soy muy tecnológico, pero utilizo las cámaras digitales. Sigo pensando que lo más importante de la fotografía es el fotógrafo: creo en su formación y su criterio. La foto la hace la persona. La cámara digital que tengo la uso en manual, para controlar más la situación.
¿Cómo se lleva con los programas que permiten retoques de fotos?
La nueva tecnología echa mano a muchos recursos que usó la fotografía tradicional. El retoque existía antes que el Photoshop, pero se hacía con ferricianuro o con hiposulfito concentrado. Lo de sacar puntos negros, barritos o lunares a la gente es posible desde que existe la fotografía. Se retocaban las placas húmedas en los vidrios, se pintaban los cielos de otro color, había artesanos. Los primeros fotógrafos venían de la pintura y dibujaban sobre la placa con lápices grasosos. La copia papel estaba íntegramente pintada, se llamaba bromoleo: usaban la base de la foto y pintaban un cuadro arriba. El retoque está totalmente asociado a la fotografía. Pero con la computadora es más cómodo. Lo que ahora sucede es que un fotógrafo se excede y desaparece gente de la foto, saca marcas de una remera, quita arrugas de una cara, plancha sacos. Puede hacer lo que quiere. Yo llevo 45 años en la era analógica y me considero un fotógrafo con honor y, por más que sea digital, quiero hacer una gran foto en toma. No hago fotos cocinadas.













