En un escenario de recobrada calma cambiaria y depósitos en alza, los bancos locales buscan retomar la agenda pre-crisis o pre-corrida. Además de reclamar la normalización de los encajes bancarios, empiezan a hablar de qué utilidad sacarle a la montaña de dólares que se acumula en las cuentas bancarias. Es una montaña que creció considerablemente en los últimos meses y ya supera nada menos que los US$ 37.000 millones. La restricción que pone límites a los bancos para prestar dólares es conocida. Se escribió tras la caída de la Convertibilidad y dice que solo pueden recibir préstamos en dólares que se fondean con los depósitos aquellas empresas que generan dólares genuinamente. Es decir, las vinculadas directamente al comercio exterior. El universo es chico, y en las condiciones actuales se achicó más. Las empresas multinacionales toman préstamos de sus casas matrices o, mayormente, de bancos extranjeros radicados en la Argentina. Los bancos nacionales están, parece, en desventaja. Hay banqueros que dicen que la restricción que ya lleva 23 años de vigencia es exagerada. “Está bien que no se le otorgue un préstamo hipotecario de u$s 100.000 a una familia que tiene ingresos en pesos y se quiere comprar un departamento de u$s 200.000, pero por qué no le podemos prestar, por ejemplo, a una constructora que va a explotar un corredor vial?”, le planteaba a El Cronista el presidente de un banco argentino. Para otro banquero consultado para este artículo, “la economía argentina se está perdiendo dos formidables fuentes de financiamiento. Los dólares que los argentinos tienen fuera del sistema y los dólares que están estacionados en las cuentas bancarias”. En el Central aceptan los argumentos, pero dicen que por ahora no piensan poner el tema sobre la mesa. Recuerdan que en 2024 se flexibiliza la normativa y se les permitió a los bancos argentinos hacer uso de sus propios dólares, siempre y cuando se trate de “capital propio” y decidir a quién prestarlos. El sistema financiero atraviesa un momento inusual. Los depósitos en moneda extranjera, impulsados por la percepción de estabilidad cambiaria y por un leve repunte de la confianza en el sistema, alcanzaron su mayor nivel desde 2019. El problema es que buena parte de ese dinero no se puede colocar: las normas del Central restringen los préstamos en dólares solo a empresas exportadoras o con ingresos genuinos en divisas. Los bancos, por su parte, observan una paradoja: tienen liquidez en exceso, pagan por mantener encajes en el exterior y ven cómo el margen financiero en dólares se reduce a cero. En los despachos bancarios se repite la frase: “Hay dólares que están, pero no se pueden usar”. La lógica detrás de la regulación es conocida. Desde la crisis de 2001, el BCRA exige un estricto “calce de monedas”: los préstamos en dólares deben ser cubiertos por ingresos en la misma moneda. Es una regla prudencial que busca evitar descalces y crisis de confianza. Pero en la práctica, esa prudencia se traduce hoy en una rigidez: con un universo limitado de exportadores ya bien financiados, no hay demanda suficiente para absorber los dólares que descansan en los bancos. En paralelo, las grandes compañías que podrían tomar créditos en dólares —constructoras, energéticas, tecnológicas o del rubro consumo— se financian directamente con sus casas matrices en el exterior, a tasas mucho más bajas que las que podrían conseguir localmente. Así, los bancos locales pierden participación en el segmento corporativo de moneda dura, mientras los dólares domésticos permanecen inmovilizados o colocados en activos de bajo rendimiento. “Las empresas grandes están cubiertas: si necesitan dólares, los consiguen afuera. El problema es que los bancos de acá no tienen a quién prestarle”, resume el director de una entidad de primera línea. De hecho, varias entidades privadas vienen planteando en sus reuniones con el Central la posibilidad de flexibilizar la norma para permitir créditos en dólares a empresas “con cobertura cambiaria suficiente”, aun cuando no exporten directamente. La idea sería autorizar préstamos a compañías que puedan demostrar instrumentos de cobertura, ingresos dolarizados indirectos o contratos indexados. Pero el regulador no quiere abrir esa puerta. Desde el BCRA sostienen que las coberturas financieras —futuros, swaps, bonos dólar-linked— no reemplazan el ingreso genuino de divisas. Una cosa es cubrirse contra una devaluación; otra muy distinta es disponer efectivamente de dólares para devolver un crédito. El argumento oficial es simple: una cobertura en pesos puede proteger el flujo financiero, pero no genera liquidez en moneda extranjera. Y si el sistema permitiera préstamos masivos en dólares a empresas que facturan en pesos, se volvería a abrir el riesgo de un descalce como el que precedió a la crisis bancaria de 2001. Además, hay otro componente político-económico: cada dólar que sale del sistema financiero para cancelar deuda privada implica presión sobre las reservas del BCRA. En un contexto donde las reservas netas siguen siendo frágiles, el Central prefiere mantener cerrada esa válvula. Los bancos quieren rentabilizar sus dólares. Las empresas grandes no exportadoras podrían ser buenas contrapartes. Pero el BCRA teme reabrir un riesgo sistémico si se relajan los criterios. En el medio, los dólares se acumulan, pero quedan virtualmente congelados. La tensión de fondo es de naturaleza estructural. Mientras la economía argentina siga dependiendo de los dólares del BCRA para sostener su mercado de cambios, el crédito en moneda extranjera será un bien escaso y regulado. Los bancos pueden argumentar que hay liquidez y herramientas de cobertura. El BCRA, que hay vulnerabilidad externa y reservas limitadas. Ambos tienen razón. El resultado es una especie de equilibrio incómodo: los dólares sobran, pero no se mueven; las empresas necesitan financiamiento, pero no califican. Hasta que no haya una normalización plena del mercado cambiario, el crédito en dólares seguirá siendo un privilegio exclusivo del sector exportador. Y los bancos, una vez más, seguirán mirando dólares inmovilizados mientras la economía real se financia en pesos caros y volátiles.