
Cuando Colombia llegó a un acuerdo de paz hace dos años, la fórmula para terminar con el conflicto civil más prolongado del hemisferio occidental parecía simple: a cambio de entregar sus armas, los líderes del grupo guerrillero marxista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) podrían postularse para las elecciones de este año.
Pero nada ha resultado sencillo a la hora de resolver un conflicto que ha cobrado 200.000 vidas, que ha desplazado a millones de personas y que todavía provoca intensas emociones.
Aunque no se reinició el combate, tanto la fórmula de paz como las credenciales democráticas de Colombia están siendo severamente puestas a prueba antes de las elecciones presidenciales de mayo debido a que las campañas electorales son particularmente tóxicas.
Hace unos días, las FARC suspendieron la campaña después de que a Rodrigo Londoño, un alto comandante que se postula para la presidencia, y sus colegas les arrojaran piedras. En un comunicado, las FARC dijeron que dejarían de hacer campaña debido a los ataques algunos violentos y otros virtuales como amenazas en los medios sociales y la publicación de fotografías del lugar donde viven los activistas de las FARC.
"Hay una sensación de pánico, de conflagración inminente", comentó Jorge Restrepo, el director de CERAC, un grupo de expertos de Bogotá. "La izquierda está agrediendo a la derecha, la derecha está agrediendo a la izquierda. Muchos candidatos todavía encuadran las elecciones en términos de lucha, de guerra contra paz".
Los colombianos tienen buenas razones para estar nerviosos. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), casi 40 miembros de las FARC han sido asesinados desde el acuerdo de paz de 2016. En tanto, el mes pasado un ataque con bombas proveniente del Ejército de Liberación Nacional (ELN), un grupo guerrillero rival, mató a cinco e hirió a 42 personas en la costa.
La mayoría de los ataques, sin embargo, ocurren en las redes sociales, donde la manía persecutoria continúa mientras circulan noticias falsas o chismes en grupos de mensajes como WhatsApp, y se insulta virulentamente a los políticos de todo el espectro político. "Es como si Colombia no supiera cómo pasar la página", ha comentado Ricardo Silva Romero, un destacado columnista.
Álvaro Uribe, un expresidente que se opuso al acuerdo de paz y que es un mensajero de la derecha política de Colombia, ha enfrentado acusaciones de abuso sexual y se reanudaron los rumores de sus supuestos vínculos con sangrientos grupos paramilitares de derecha, afirmaciones que él ha negado pero que sus enemigos reciben con regocijo en las redes sociales.
Mientras tanto, Gustavo Petro, un exalcalde izquierdista de Bogotá que se está postulando para presidente, ha declarado que lo han difamado con declaraciones de que él expropiaría empresas colombianas si fuera electo. "Estoy esperando que el fiscal general revele quién es el autor de las noticias falsas en las redes sociales", tuiteó Petro.
"Corremos el riesgo de convertirnos en tribus digitales y regresar a la Edad Media por la puerta trasera", dijo Alejandro Santos, el director de Semana, el semanario líder que este mes publicó una encuesta electoral que mostraba a Petro a la cabeza, sólo para ver los resultados invertidos y republicados en las redes sociales que presentan al candidato presidencial preferido de Uribe con una clara ventaja.
Existen numerosas razones que explican el clima de inquietud en Colombia, la democracia más antigua del hemisferio con una economía del mismo tamaño que la de Sudáfrica y que es el aliado de más estrechos vínculos con EE.UU. en la región.
Además del controvertido proceso de paz, más de medio millón de refugiados de Venezuela han huido a Colombia mientras su vecino socialista se derrumba por la hiperinflación y la represión autoritaria. "Aquí no queremos ser una segunda Venezuela", declaró Uribe, quien afirma que los candidatos de izquierda llevarán a Colombia a un abismo "Castro-Chavista".
La economía colombiana también está apenas saliendo de la recesión. El presidente Juan Manuel Santos avanza con dificultad hacia el final de su segundo mandato. Se suma a la sensación de estar a la deriva el hecho de que la producción de cocaína se disparó debido a que al abandonar las guerrillas disueltas sus refugios selváticos, cedieron el territorio a pandillas criminales.
Por último, se encuentran las FARC mismas. Su presencia en la campaña indigna a la mayoría de los colombianos que desprecian al grupo marxista, particularmente después de que surgieran informes indicando que los líderes rebeldes habían obligado a las mujeres combatientes a abortar. Sus candidaturas para las elecciones al Congreso del 11 de marzo, y para la presidencia del 27 de mayo, solamente refuerzan los temores populares de que Colombia pueda inclinarse hacia la extrema izquierda.
"Mi consejo para los miembros de las FARC habría sido: consoliden su influencia en áreas que ya conocen; de lo contrario, mantengan un bajo perfil", dijo Malcolm Deas, una autoridad en Colombia y un excatedrático de Oxford. "En cambio, antes de cancelar la campaña, agitaron una capa roja frente a muchos toros".
Esos toros todavía están enfurecidos mientras Colombia busca sobreponerse a un sangriento conflicto y a una economía plagada de mafias, pero sin ningún candidato que articule una visión de lo que podría ocurrir en su lugar. Puede que haya más claridad una vez que se llegue a la fecha límite para definir las candidaturas formales en marzo y que la lista completa de candidatos presidenciales sea inalterable. Mientras tanto, sin embargo, el estado de ánimo combativo ilustra lo difícil que es cambiar los viejos hábitos, costumbres y miedos.
Deas repite la cita del pensador ruso del siglo XIX, Alexander Herzen, que sostiene que después de un cambio en orden social "el mundo que fenece no deja tras de sí un heredero sino una viuda embarazada". "Eso es inquietante".











