En el pasado, cuando Estados Unidos estornudaba, el resto del mundo se resfriaba. En la actualidad, EE.UU. tiene una verdadera competencia cuando se trata de la difusión de la "gripe económica". Hoy en día, pareciera que si China estornuda, el mundo completo contrae la gripe aviar.

Eso no es realmente sorprendente dado el hecho de que China actualmente representa el 16% de la producción mundial, lo mismo que EE.UU. en términos de paridad de poder adquisitivo. Aunque los economistas han instado a Beijing durante un largo tiempo para que adopte reformas pro mercado, el turbio secreto es que China ha llevado a cuestas a la economía mundial haciendo precisamente lo contrario. En la actualidad su economía se está sacudiendo y sus políticos están permitiendo que los mercados ejerzan una mínima influencia, mientras que los inversionistas globales observan los acontecimientos con verdadero terror.

En 2008, cuando el mundo entró en una verdadera parálisis, fue la intervención del gobierno chino usando la antigua práctica de invertir en la economía en una escala verdaderamente colosal la que mantuvo las actividades en marcha. La demanda china de petróleo, de hierro y de cobre provocó auges en países productores de materias primas desde Sudamérica hasta frica. Y un aumento de la demanda de los consumidores chinos mantuvo a flote a los fabricantes de automóviles de EE.UU. y a los de chips de Taiwán.

Sin embargo, la economía china sufrió las consecuencias. Desde el año 2009, la deuda total en el sistema ha aumentado del 130% del producto interno bruto (PBI) a cerca del 280%. Mientras que China intensificaba los niveles de inversión a casi un 50% del PIB, construyó casas, oficinas y plantas acereras que simplemente no necesitaba. En lugar de apoyarse en las exportaciones, Beijing permitió que el renminbi se revalorizara frente al dólar.

Incluso cuando Japón, su archirrival, comenzó a emitir moneda, China no reaccionó. El renminbi se ha revalorizado en aproximadamente un 40% frente al yen desde el lanzamiento en 2013 de la Abeconomía, el intento de Tokio para revivir y reactivar su economía.

Ahora Beijing está ajustando la política, con torpeza y con incertidumbre. China ha aceptado que su economía no puede crecer en un 10% eternamente. Además, ha recortado la inversión en capital fijo, provocando la caída drástica de los precios de las materias primas a nivel mundial, y ocasionando daños a economías desde Brasil hasta Australia. Más recientemente después de vanos intentos de "domar" el mercado de valores se ha doblegado ante las fuerzas del mercado. El resultado ha sido una aterradora caída. Y como si las cosas no fueran lo suficientemente interesantes, el Banco Popular de China escogió este mes, de entre todos los meses, para pasar a un tipo de cambio más determinado por el mercado. Esto ha desatado un torbellino.

La sensación de pánico que emana de China se ha visto agravada por señales contradictorias. El mundo no tiene idea alguna de qué está tramando Beijing. Tomemos como ejemplo el tipo de cambio. Los tecnócratas del Banco Central casi seguramente no estaban buscando una devaluación competitiva. Más bien, querían pasar a un tipo de cambio más flexible con el fin de mejorar las posibilidades del renminbi de ser incluido en los Derechos Especiales de Giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Cómo sabemos que la devaluación no era el objetivo real? Porque desde entonces China ha prodigado decenas de miles de millones de dólares al día para apuntalar su moneda. Esto demuestra cuán preocupados están los políticos chinos. Con el fin de convencer a los mercados de que el banco estaba buscando un tipo de cambio

favorable al mercado, ellos se han visto obligados a intervenir en una gigantesca escala. ¿Cuán perverso es eso?

Los políticos se encuentran atrapados entre la espada del mercado y la pared del control estatal. El plan económico presentado durante la Tercera Asamblea Plenaria del Partido Comunista en 2013 exigía tanto "un papel decisivo" por parte de los mercados como un "papel dominante" por parte del Estado.

En la práctica, los legisladores han cambiado de posición de una manera alarmante. Ellos apuntalaron el mercado de valores, simplemente para dejar que se derrumbara. Y refrenaron el crédito, simplemente para abrir las compuertas de nuevo. Ellos anunciaron una drástica reforma de las empresas estatales, simplemente para no hacer mucho más que anunciarla. Sus políticas contrapuestas han dejado al mundo en un estado de incertidumbre acerca del rumbo futuro y de inseguridad acerca de si los legisladores chinos son tan competentes como siempre se les había representado.

Entonces, ¿hacia dónde se dirige China? Si buscamos alguna pista proveniente de Xi Jinping podríamos deducir que el control estatal va a triunfar. El presidente de China no da exactamente la impresión de estar dispuesto a dejar las cosas al azar. Para él, todo tiene que ver con el control: de su partido, de los medios de comunicación y, sin duda, también de la economía. A la hora de la verdad, la intervención del Estado es probable que prevalezca sobre lo que los líderes de China deben haber considerado como una imprudente incursión en las fuerzas del mercado por parte de sus tecnócratas. Si eso es correcto, Beijing hará todo lo posible para estabilizar la situación y garantizar un nivel de crecimiento aceptable. A corto plazo, eso será bueno para el mundo. Sin embargo, puede que simplemente esté posponiendo la hora de la verdad.