
Ya es el apogeo del verano en Beijing, esa época del año en que los ejecutivos expatriados huyen hacia climas usualmente más fríos y definitivamente más limpios, y se preguntan si, a cambio de trabajar en el mercado más emocionante del mundo, vale la pena sufrir el tráfico, la contaminación, las cámaras escondidas, y la amenaza de largas penas de prisión.
Esos últimos dos riesgos más peligrosos recién surgieron durante la implosión del negocio de GlaxoSmithKline (GSK) en China durante el pasado año.
El jefe de Mark Reilly, ex director de GSK en el país, recibió un video, en su oficina en Londres, que documentaba las habilidades de su subordinado en la recámara. El investigador que fue contratado para llegar al fondo del asunto, Peter Humphrey, está a la espera de un juicio secreto. El propio Reilly ha sido acusado aunque no formalmente de complicidad en supuestas prácticas corruptas.
En definitiva, es una mejor trama que la de muchas de las novelas baratas que los ejecutivos leerán en las playas de Europa y Norteamérica durante estas vacaciones veraniegas. Pero los males de Humphrey, Reilly y GSK no surgieron de la nada.
Mucho antes de que el presidente Xi Jinping se aferrara a El Sueño Chino como el leitmotiv de su nueva administración, Joe Studwell había usado The China Dream como título para su libro de 2002 acerca de las locuras de los inversionistas extranjeros en el mercado más codiciado del mundo. La mayoría de los estudios de casos comerciales que aparecen en su libro son cuentos de horror en lugar de éxito.
Sin embargo, un hecho fundamental se encuentra en el corazón tanto de los fracasos empresariales tipo GSK, que Studwell retrató, como de las historias de éxito más recientes que él no pudo predecir. Cuando los intereses de los inversionistas extranjeros se alinean con los de sus socios domésticos, como generalmente sucede hoy en día en el sector automotriz, a los inversionistas les va muy bien. Esa regla quizás se refleja en el éxito de muchas empresas mixtas sino extranjeras de automóviles en lo que se ha convertido en el mayor mercado automotriz del mundo.
Sin embargo, cuando los intereses no están alineados o cuando los extranjeros operan en sectores donde no están obligados a tener empresas mixtas los extranjeros son vulnerables a repentinos cambios de fortuna, ya sean instigados por un socio amargado o por funcionarios indolentes.
El mes pasado, las autoridades de competencia chinas rechazaron una alianza propuesta por tres líneas navieras europeas. A largo plazo, la llamada alianza P3 hubiera beneficiado a las compañías navieras chinas, en aprietos por el exceso de capacidad del mercado. Sin embargo, a más corto plazo, al Ministerio de Comercio le pareció un acuerdo que beneficiaría principalmente a tres navieras extranjeras.
Durante el pasado año compañías como GSK, Apple y cinco fabricantes de fórmula láctea para bebés fueron multadas el año pasado por su supuesto comportamiento anticompetitivo. GSK no estaba compartiendo fuentes de ingresos con algún socio local.
Si cualquiera de estas dinámicas les suena familiar a los ejecutivos de otras multinacionales que andan de vacaciones, mientras meditan acerca de vivir otro año al borde del peligro en China, es posible que quieran empezar a hacer las cosas de manera diferente en el lugar de negocios más dinámico e impredecible del mundo.











