En London: The Biography, las opiniones de Peter Ackroyd sobre la ciudad quizás más documentada desde Roma, en las primeras tres imágenes del Puente de Londres se lee "quemado", "destruido por la inundación" y "destruido por nórdicos".
Cuando los londinenses dicen que no se dejarán doblegar por el terrorismo, no es una fanfarronada barata.
Los políticos deben ir más allá de la resistencia. La reacción pública frente al terrorismo sigue un patrón: promesas de unidad, humor negro y desprecio por quienes explotaron el hecho. Sí, los tuits de Donald Trump después del atentado en Londres degradaron la presidencia de Estados Unidos.
Pero él no es el problema, y tampoco lo es un titular poco feliz publicado por The New York Times que imaginaba a Gran Bretaña "tambaleándose".
Aunque Estados Unidos tuviera al líder con más clase del mundo, sigue siendo verdad que hay un pequeño pero significativo número de ciudadanos que son potenciales asesinos en una causa y que Europa está amenazada por espacios descontrolados a su sureste.
Si los votantes prefirieran no preocuparse por esas oscuras realidades, no habría nada de vergonzoso en eso.
El liderazgo debe resistir a esa tentación e ir al corazón del asunto. Theresa May lo hizo en los últimos días cuando sugirió nuevas medidas contra el terrorismo. En el proceso, algunos opinaban que la primera ministra había politizado el tema.
Ya no estoy seguro de que eso sea malo. El contraterrorismo es ineludiblemente político.
No es como fijar las tasas de interés. Requiere de recursos públicos e involucra a múltiples áreas del estado. Implica principios y soluciones intermedias, como la inmemorial compensación entre libertad y orden.
La oposición laborista tiene derecho a preguntar si los presupuestos ajustados para la policía son admisibles en este momento, aún cuando el pedido de renuncia a la premier sea frívolo a tres días de una elección general.
Y May tiene derecho a explorar una línea más dura para enfrentar al extremismo no violento, aunque su predecesor David Cameron podría preguntarse dónde estaba ese deseo cuando ella era su ministra del Interior.
Mejor ventilar estas cuestiones que seguir con un statu quo inquietante donde el contraterrorismo es simultáneamente la tarea más importante que cumple el Estado y se ubica entre las menos comprensibles. En el mundo cerrado de think-tanks de seguridad, consultores y periodistas, se ha dado una rica discusión sobre la estrategia anti extremismo del gobierno, algo que no ocurría desde que estaban conducidas por Tony Blair. ¿Podrían incluso los votantes mejor informados explicar a grandes rasgos de qué se trata esa estrategia?
Los ataques en Manchester y Londres pusieron fin a una elección general frívola. Si la política se va a tomar el tema en serio, se necesita más de May. No fueron los laboristas los que eligieron llamar a elecciones en forma repentina, los que pusieron a prueba nuestra paciencia con una campaña de siete semanas y luego no decir casi nada de importancia.
Para evaluar a un político, observamos sus primeros comportamientos que no le cuestan en el momento pero que exponen las falencias que saldrán a la superficie con un efecto más devastador en el futuro. En 2011, Cameron vetó el pacto fiscal europeo, que igual siguió adelante. Los votantes festejaron su gesto pero eso demostró una incomprensión de la política europea y rapidez para ceder ante puristas conservadores. Ambos rasgos se combinarían para hundirlo.
En los últimos meses, May insinuó que Gran Bretaña cooperará en seguridad con la UE dependiendo de los términos de la salida y acusó a todos los líderes continentales de sabotear la elección.
En general, la impresión que dejaron estas últimas siete semanas es la de una nación protegida por lo mejor de sus ciudadanos y gobernada simplemente por lo mejor disponible.
