
Como es bien sabido, el presidente estadounidense Lyndon Johnson comentó acerca del director del FBI, J. Edgar Hoover, que era probablemente mejor tenerlo dentro de la tienda meando hacia afuera que fuera de la tienda meando hacia adentro.
A medida que el gobierno de Obama fue recibiendo a los líderes de casi 50 naciones africanas en Washington la semana pasada, EE.UU. se enfrenta a un dilema similar sobre su relación con China en el mundo en desarrollo y el papel del Banco Mundial con sede en Washington y del FMI.
La propuesta de Beijing para que ambos trabajen juntos en grandes proyectos de infraestructura como la represa hidroeléctrica Inga-3 en la República Democrática del Congo destaca dos posibles caminos evidentes para la relación.
Para EE.UU., una asociación con China en estos tipos de proyectos podría apoyar a largo plazo el papel central del Banco Mundial y el FMI, aunque también traería sus propias complicaciones. Por otro lado, si EE.UU. y China no encuentran la manera de trabajar juntos, podrían terminar gestionando redes financieras rivales que compitan por influencia política.
La perspectiva de una nueva oleada de cooperación entre China y EE.UU. en proyectos de infraestructura podría parecer sorprendente, dado que en los últimos años Beijing ha estado poniendo en marcha un plan para socavar poco a poco el dominio de Washington sobre las finanzas internacionales.
Durante las secuelas de la crisis financiera mundial, los bancos chinos comenzaron a extender agresivamente la financiación hacia otras partes del mundo en desarrollo, hasta el punto en que pronto prestaban más que el Banco Mundial.
China está impulsando la idea de un banco asiático de infraestructura, al que probablemente dominaría. También es una de las fuerzas motrices detrás del lanzamiento por parte de las cinco naciones BRICS del Nuevo Banco de Desarrollo y un centro paralelo de intercambio de moneda - dos instituciones que tendrían el potencial para competir tanto con el Banco Mundial como con el FMI.
Al mismo tiempo, China ha estado introduciendo una serie de reformas encaminadas a convertir gradualmente el renminbi en una moneda internacional que podría competir con el dólar estadounidense. Beijing también está molesta porque un plan estadounidense para ampliar su cuota en el FMI se ha estancado en el Congreso.
Sin embargo, China tiene sus propias razones para buscar trabajar con Washington. Empresas y bancos chinos han hecho incursiones rápidas en el mundo en desarrollo durante la última década, pero también quieren la credibilidad que podría aportar una colaboración con el Banco Mundial.
Justa o injustamente, han sido acusados de ser laxos en cuanto a los estándares de corrupción, estándares ambientales y laborales. Algunos se han visto envueltos en atolladeros políticos, incluyendo cuando el gobierno civil de Myanmar bloqueó la construcción prevista de una enorme presa por parte de un grupo chino.
También existe preocupación en Beijing por los riesgos financieros que enfrentan en los países sobre los que saben poco. China le ha prestado más de u$s 50.000 millones a Venezuela a pesar de sus vulnerabilidades económicas y políticas. Los préstamos extranjeros de Beijing están a menudo respaldados por petróleo o alguna mercancía, pero sería imposible aislarlos completamente del riesgo de impagos.
China se enorgullece de no imponer el tipo de condiciones rigurosas que imponen las instituciones de Washington y que tanto irritan a los líderes africanos. Sin embargo, Beijing se está dando cuenta de que esas condiciones no se tratan sólo de un reflejo de la ideología occidental: son también intentos de asegurar los pagos.
Beijing se está protegiendo, dice David Dollar, ex director del Banco Mundial en China. China ha entrado muy indiscriminadamente a muchos de estos países. Ahora se están dando cuenta de lo difícil que es realizar proyectos en los países que no están bien gobernados.
Jim Yong Kim, nuevo presidente del Banco Mundial, ha pedido una mayor atención a los préstamos para infraestructura, incluyendo para energía hidroeléctrica. La administración del presidente Barack Obama está promoviendo la iniciativa Power Africa de u$s 7 mil millones para invertir en proyectos energéticos.
Los funcionarios estadounidenses también temen la corrosión a largo plazo de la influencia del Banco Mundial y el FMI según se extienden cada vez más los tentáculos financieros de China.
Sin embargo, incluso en medio de este replanteamiento estratégico, Inga-3 llevaría a EEUU a una de las áreas más controvertidas de las finanzas del mundo en desarrollo - los grandes proyectos hidroeléctricos.
Desde la década de 1990, el Banco Mundial y los bancos occidentales se han retirado en gran parte de la financiación de grandes proyectos de presas después de haber sido fuertemente presionados por activistas que creen que a menudo son elefantes blancos que enriquecen a los funcionarios y a la misma vez traen muy pocos beneficios a la sociedad.
China ha estado más que dispuesta a llenar el vacío y está construyendo grandes presas desde Argentina hasta Uganda y Laos.
Los activistas están divididos sobre los beneficios tanto del proyecto Inga-3 como de la idea de que EE.UU. trabaje conjuntamente con China. Peter Bosshard, director de políticas de International Rivers, quien ha cabildeado en contra de invertir en grandes presas, dice que Inga-3 es una receta para el desastre, debido al potencial de corrupción y la probabilidad de que los beneficios económicos no lleguen a la población local.
Sin embargo, Anneke Van Woudenberg, experta en la República Democrática del Congo para Human Rights Watch, dice: China está ayudando a proporcionar muchas de las cosas que los países africanos realmente quieren, como carreteras, ferrocarriles y presas.
Y añade: La cooperación estadounidense con China podría ser algo bueno, y reduciría las posibilidades de acuerdos a puertas cerradas.











