
La presidenta de Brasil Dilma Rousseff puede dormir tranquila que las protestas en contra de su gobierno el domingo no tuvieron la intensidad de las anteriores dos manifestaciones nacionales de este año.
Pero al carecer de respaldo en el Congreso, lidiar con una economía debilitada y enfrentar una investigación por corrupción que se coló entre los más altos niveles del gobierno, la presidenta más impopular de la historia brasileña todavía tiene por delante tres difíciles años hasta que termine su mandato.
"Las protestas no fueron una avalancha... pero eso no significa un alivio total para el gobierno", aseguró Valdo Cruz, columnista del diario Folha de São Paulo. "Todo es aún muy incierto. Ella [Rousseff] siente una falsa estabilidad que podría explotar en cualquier momento".
Más de 600.000 personas, según estimaciones de la policía, marcharon en las grandes ciudades brasileñas el domingo, comparado con las 540.000 en la protesta del 12 de abril y 1,7 millones el 15 de marzo que canalizaron el generalizado disgusto del pueblo por el escándalo de corrupción en la energética estatal Petrobras que condujo a la investigación de más de 30 legisladores, en su mayoría del Partido de los Trabjadores.
"Estoy en contra de la impunidad de los políticos... No puedo aceptar las mentiras, los escándalos de corrupción, todo lo que está sucediendo en Brasil", dijo Tatiana Lima, ingeniera que marchó en San Pablo.
Rousseff no está acusada de corrupción. Pero su gobierno todavía enfrenta investigaciones por supuesta manipulación del presupuesto y violación a las normas de financiamiento de campaña; ambos son posibles motivos para un juicio político. Según las encuestas, dos terceras partes de los brasileños quieren que Rousseff se someta a ese proceso judicial.
La mandataria obtendría un posible alivio temporal si logra un mayor apoyo en el Congreso dado que los directivos de empresas están presionando a los políticos para que eviten que empeore la crisis.
La semana pasada, Renan Calheiros, presidente del Senado, afirmó que se oponía al juicio político a Rousseff y presentó medidas para recuperar la confianza de los empresarios, como normas nuevas para la tercerización laboral. Fernando Henrique Cardoso, ex presidente y líder del partido de la oposición PSDB, de centro, describió a la mandataria como "una persona honesta", un extraño respaldo.
Sin embargo, los analistas advierten que cualquier apoyo político nuevo para Rousseff sigue siendo frágil y podría desaparecer si la investigación por corrupción sigue alimentando la actitud "de mutua protección" entre los legisladores.
Lo que no ayuda a Rousseff es que Brasil enfrenta dos años de recesión, la primera vez desde la Gran Depresión. La mayor economía de Latinoamérica se contraerá 2% este año y 0,15% en 2016, según una encuesta a analistas realizada por el banco central. Eso es mucho peor que otras economías sudamericanas dependientes de las materias primas como Colombia, Chile y Perú. Si bien enfrentan presiones similares por la desaceleración de la economía de China y las altas tasas de interés en Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional calcula que crecerán un promedio de 3,3% este año y 4% en 2016.
La austeridad tampoco explica totalmente el desempeño de Brasil. Su recesión comenzó el año pasado, antes de que el gobierno propusiera recortar el gasto público en 0,4% para contener el déficit fiscal.
Por el contrario, la culpa la tiene mayormente la investigación por corrupción, que paralizó la actividad en Petrobras y en el sector de la construcción, que representa cada uno cerca del 10% de la inversión nacional.
Sin embargo, algunos analistas observan destellos de esperanza, pese a la caída de las ventas minoristas, el mayor desempleo y el derrumbe de la confianza de las empresas.
"El pesimismo sobrerreacionó a la realidad", aseguró James Bosworth, consultora latinoamericana en seguridad y economía. Las "instituciones democráticas de Brasil parecen estar investigando con éxito múltiples y gigantes escándalos de corrupción... lo cual debería mejorar el ambiente para invertir en el país a largo plazo", agregó. Rousseff apoya la pesquisa.
Además, los exportadores están empezando a responder a la devaluación de 31% que sufrió la moneda este año, y las mayores ventas al exterior están ayudando a cerrar del déficit de la cuenta corriente equivalente de 4,5% del PBI.
"Va a ser una recuperación muy lenta, con muy poco crecimiento. Eso no es bueno para un país socialmente tan desigual", aseguró un alto ejecutivo de un banco de Brasil.














