Cuando encontré mi camino lo hallé difícil. Pero no quise otro". Este aforismo tiene relación con un gran artista argentino nacido un 31 de enero de 1908 en Pergamino: Atahualpa Yupanqui. Que un 23 de mayo de 1992, Dios decidió que nos siguiera mirando desde el cielo. Ese día, Yupanqui moría mansamente en una pequeña sala de hospital de una ciudad del sur de Francia, donde esa noche debía dar un recital.

Estaba sentado en una butaca del teatro antes de su actuación, cuando se sintió mal repentinamente.

"Necesito respirar aire puro, dijo. Volveré en un rato". Llegó a su hotel, distante pocas cuadras y se recostó en la cama. Moriría una hora después, muy lejos de las llanuras y de los cerros que lo vieron transitar una y mil veces.

Yupanqui fue un verdadero cantor de pueblo. Y agregaría que representó la expresión suprema de la milonga surera. Hoy, tiene un lugar ganado en la gloria, que es eterna, mientras la fama... suele ser efímera. Nació como Héctor Chavero. Tenía una norma de vida, una especie de aforismo de su madre vasca: "El que paga sus deudas se enriquece". Fue un hombre muy tímido. Y esa timidez fue tan cruel que hasta le hacia aparentar un orgullo que no tenía. Nunca le gustó mucho Buenos Aires porque amó la soledad. Y quien ama la soledad nunca está solo. Él llegó por primera vez a la Capital a los 18 años. Recuerdo uno de sus aforismos que se relaciona con su personalidad y su trayectoria artística. Decía: "El éxito se puede mendigar. Pero la gloria, sólo se conquista". Y él la conquistó.

Lo conocí personalmente, hará unos 25 años en Radio Nacional. Donde tenía un programa. Yo estaba solo, tomando un café en el bar de enfrente de la radio. Lo vi entrar apoyado en un bastón que le daba seguridad a su físico de casi 80 años, gastado por el tiempo y el dolor. Se detuvo a mi lado y me dijo:

"¿Puedo sentarme con Ud. Narosky? Cuénteme de sus libros. Lo que quiera".

Pero fue el quien me contó de su infancia en Pergamino en la provincia de Buenos Aires, del viaje de sus padres a Tafí Viejo, Tucumán. "Mi padre, que tenía sangre quechua, fue peón de estación, buen guitarrero y domador", me contó. "Me sentía de niño como un discípulo del viento, simultáneamente libre y esclavo. Y me sigo sintiendo así".

Yupanqui sabía por instinto, que el hombre siempre es una hoja al viento. Aunque algunos que poseen poder o fortuna creen que son viento. Siguió hablando solo, con su rostro severo, casi sin sonreír, pero con una cordialidad interior que asomaba por el brillo de sus ojos. Imprevistamente me dijo con su voz aguardentosa:

"Le voy a hacer una confesión. Soy y fui desde joven, un hombre tímido y depresivo. Ahora, me siento herido de muerte. Hace poco tiempo perdí a mi compañera Nanette. Era francesa".

Como la experiencia se aprende con la experiencia, comprendí, me decía, que una muerte puede significar dos muertes... Una lágrima, una sola lágrima asomó a sus ojos cansados. Pero una lágrima puede decir más que un llanto. De repente se puso de pie y para mi sorpresa y me despidió con un abrazo.

Mi homenaje a Atahualpa Yupanqui y a su tristeza irremediable, en este aforismo: "El dolor físico se soporta mejor que el espiritual. Porque contiene esperanzas".