

Es el escenario electoral más difícil de describir y predecir de los 32 años de democracia. Aún cuando la situación de 2003 era compleja por la fragmentación -y la segunda vuelta que no fue- al menos existía la certidumbre de un cambio fuerte que significaba no a los 90 de Menem, con la Alianza incluida.
Desde mediados de 2012 que esta presidencial iba de cambio. Sin embargo hacia abril de este año la tendencia de cambio disminuyó y creció la demanda de continuidad, hasta equilibrarse cuando se anunciaron las candidaturas entre fines de junio y principios de julio. Pero al momento de votar en agosto teníamos un 54% de preferencia por el cambio y un 46% de continuidad. Esos guarismos se mantuvieron bastante durante la etapa post PASO, y volvió a profundizarse una semana antes del 25 de octubre: retornamos al 57% de cambio y 43% de continuidad.
Con semejantes oscilaciones en la etapa definitoria era lógico que las proyecciones sobre si habría o no ballottage, y quién sería el próximo presidente debieran ser muy cautelosas.
Dicha incertidumbre estaba y está abonada en varios factores:
n 1) La presidenta está terminando su mandato con un nivel de aprobación alto, oscilando entre el 50 y el 55 % de aprobación;
n 2) los más altos niveles de optimismo sobre el futuro del país de este segundo mandato de CFK;
n 3) el hecho inédito que el ciclo Kirchner durara 12 años, convirtiéndose en el proyecto político de mayor duración en el poder desde el golpe del 55;
n 4) un proyecto político que inéditamente había levantado un macht point después de la derrota en la provincia de Buenos Aires de 2009, y que llega en condiciones de levantar un segundo después de la derrota frente a Sergio Massa en 2013;
n 5) una competencia en donde gane quien gane, alguna regla se rompe: si gana Scioli sería la primera vez que un gobernador bonaerense y un vicepresidente llegan a ocupar el cargo mayor; si gana Macri será la primera vez que el primer mandatario sea alguien que no proviene ni del radicalismo ni del peronismo y encabeza una fuerza completamente nueva.
Como derivación de todos esos hechos inéditos, vamos a ir a balotaje por primera vez en la historia. Y se llega con el resultado más extraño: con cierta paridad entre el primero y el segundo, y un terceto que no se diluye. De todos los imaginados era el menos probable.
Solo una vez en la historia argentina el presidente y el gobernador bonaerense fueron de partidos distintos: fue en el 99 con De la Rúa y Ruckauf respectivamente. Como se sabe, el experimento terminó mal. En esta ocasión ya se sabe a qué parcialidad le corresponderá gobernar el principal distrito electoral, pero falta saber con qué presidente deberá convivir.
Dado que el electorado se atrevió a cortar 28 años de continuidad de gobiernos peronistas en territorio bonaerense, suena extraño que decida una cohabitación con un presidente del PJ. El triunfo de Vidal puede ser el prólogo de lo que va a suceder el 22 de noviembre, incluso con senado peronista y cámara de diputados partida al medio. Algo que solo se retrotrae a 1983.










